“Me siento mal por que no sé que hacer con Rubén. Ya probé todo y sigue sin hacerme caso. A veces no sé si soy lo suficientemente firme.”

Ana decía la verdad, como mamá había intentado todo para controlar el comportamiento de Rubén, su enérgico hijo de 7 años que últimamente “me saca canas verdes” (en sus propias palabras).

Si no limpias tu cuarto hoy voy a regalar tu X-Box (amenazas)
Si no haces tus tareas olvídate del cine (manipulación)

Ándale, mira que si no acabas no llegarás al futbol (ruegos)
Hijo, es la tercera vez que te lo pido… (repetir e insistir)
¡A mí no me contestas, yo soy tu madre! (gritos y nalgadas)

No hay iPad por un mes (castigos)

Ambos llevaban años en este ciclo vicioso, y Ana cada vez se sentía más desgastada con esa lucha por el poder. Rubén pasaba de ser contestón – “¿Y por qué lo tengo que hacer?” – a apático e indiferente “Ajá mamá, al rato lo hago…”

Estando con ellos en mi consultorio, escuché una larga letanía de quejas sobre el comportamiento de Rubén, mientras él rodaba los ojos, dando ligeramente la espalda a su mamá.

Gaby: Rubén, veo que cuando escuchas a tu mamá decir todo esto haces caras y gestos. ¿Qué te está pasando?

Ana: Rubén contéstale, te están hablando.

Rubén: ¡Ash, mamá!

Todo niño necesita sentir que tiene un cierto grado de control y poder sobre su vida. Sus preferencias sobre la comida, su tiempo y tipo de juego, su necesidad de sentir que puede por sí mismo. Ana no comprendía que su papel como madre no era controlar a Rubén, lograr que él hiciera todo lo que ella le pedía, en el momento en que lo hacía.

Y cómo no exigírselo, si ella misma había sido una niña obediente, perfeccionista y bien portada.

Envié a Rubén a jugar al jardín, mientras conversaba más a fondo con Ana. No quería que se sintiera descalificada ante él, y necesitaba acompañarla a un lugar vulnerable: su patrón disfuncional.

G: Ana, ¿te das cuenta de que cuando tratas de controlarlo, él reacciona agresivamente?

A: ¿Y qué se supone que haga? ¿Dejarlo hacer lo que quiera? ¿Que me trate mal, que no respete?

G: ¿Cómo aprendiste tú a ser respetuosa, y a no hacer lo que tú querías?

A: Mi mamá era muy estricta, las pocas veces que me salía con la mía ¡uf! me iba fatal. Además, la verdad yo era la mejor de mis hermanos, siempre me portaba bien y me premiaban por eso.

G: ¿Y cómo se sintió tener que tragarte tu impulso, tu espontaneidad? ¿Cómo se siente tener que controlarte a ti misma todo el tiempo? ¿Tener que ser la niña buena?

A: Mmmh, supongo que no me hizo daño, soy una persona de bien.

Mientras hablaba se cortaba su voz y se mojaban sus ojos
G: Te das cuenta de lo que está pasando en tu cuerpo. Si le pusieras voz a esa emoción que diría?

A: Que me daba mucho miedo que mi mamá fuera así. Que la quiero, pero supongo que trato de justificarla porque en el fondo me duele que me haya tratado así. Me sentía ... me siento con mucho coraje y tristeza atrapada...

Cuando trabajo con una familia, como en este caso, la primera fase consiste en ayudar a hacer evidente el Patrón Reactivo – el 1er Pilar de la Paternidad Efectiva. Tanto Ana como Rubén (a quien vi a solas al terminar con Ana) regresaron a casa pudiendo ver qué estaba poniendo cada uno en su enganche en la lucha por el poder. Esto les ayudó a tener opciones, y esa semana hubo avance importante: menos enganches, menos pleitos, más diálogo y acuerdos.

El trabajo con este 1er Pilar no acabó ahí. De hecho, si Ana y Rubén no hubieran vuelto a su siguiente sesión, seguramente ambos habrían regresado a sus viejos patrones.

En nuestra siguiente sesión trabajé con el 2do Pilar – el Reconocimiento y la Anticipación. Este proceso es el que realmente genera una “palanca” interna lo suficientemente fuerte como para sostener el cambio.

No puedo enfatizar lo suficiente la importancia de esta fase del proceso. Hace más de dos mil años Arquímedes dijo: “Denme una palanca y un lugar dónde pararme y moveré al mundo.”

¿Y cuál es el PRIMER PILAR?

Digámoslo así: durante su proceso, Ana primero reconoció dónde necesitaba pararse (1er Pilar) y qué palanca usar (2do Pilar clic aquí para leerlo) para entonces poder mover su mundo y el de Rubén (3er Pilar de la Paternidad Efectiva).
Gracias por compartir el mensaje, y ayudarnos a cumplir nuestra misión.
Con amor,

Gaby y Luis Carlos

P.D.: No es necesario ser un padre reactivo para que tus hijos te hagan caso. Hay caminos mucho más efectivos¡Ya abrimos las puertas del nuestro Entrenamiento Introductorio! Es GRATIS y es EN LÍNEA. Regístrate aquí: https://cw280.isrefer.com/go/paternidadefectiva/ricardo/

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