El niño y su mamá

Eran las seis de la mañana cuando el niño fue levantado por la mañana por las amorosas manos de su madre.

- Ya levántate. Le dijo.

Obediente y todavía adormilado, titiritando de frío, se frotó los ojos y dió dos pasos hacia la banquita en donde lo esperaba su flamante e impecable uniforme escolar.

Diez minutos después, su mamá regresó y lo tomó de la mano de manera automática y lo condujo hacia el baño para peinarlo frente al espejo, con suficiente goma para no llevar un solo cabello fuera de lugar.

Otros diez minutos más y se veía apresurado para tomarse el plato de avena muy caliente que le esperaba en el comedor. Todo le parecía distante en el pequeño departamento que ocupaban y es que a la mirada de los niños todo parece más grande de lo que en realidad es.

Su mamá lo acompañó escaleras abajo para esperar en la banqueta de la calle el autobús escolar que pasaría por él, no quería irse, se sentía triste y es que a pesar de su corta edad sabía que en su casa las cosas no iban bien.

Mientras los demás niños gritaban y jugaban dentro del autobús camino a la escuela los gritos de sus padres retumbaban en su pequeña cabeza. Comenzó a sentir una presión dolorosa en el cráneo y en la órbita de sus ojos.

Obsesionado por tantos problemas, oía lejanamente las lecciones de su maestra de primer año de Primaria. En el recreo, se sentaba para mirar a los demás, pocas veces le interesó correr como lo hacían sus compañeros. Simplemente no podía explicarse de dónde sacaban tanta felicidad.

Más tarde, cansado, con un listado enorme de tarea, regresó a casa. Encontró dormida a su mamá, eran las dos y media de la tarde. Se asomó para verla más de cerca y sin querer hacer ruido se acercó lo más que pudo para poner su dedito debajo de la blanca naríz de su madre, con el corazón cabalgando a trote, temiendo que este día se conviertiera en realidad , su tonta fantasía, que ella hubiera muerto, como le había sucedido a una señora meses atrás.

Su madre le había dicho -¿recuerdas a la mamá de Luisito? Y claro que la recordaba, tenían poco de haber estado en una piñata con Luis y su mamá. - Cuando Luis regresó de clases la encontró dormida y la señora estaba muerta.

El niño se había quedado helado, paralizado ante tal realidad.

Cuando verificó con acelerada angustia que su mamá continuaba con vida. Ella abrió los ojos con pesadez, lo miró y le dijo -vamos a comer.

- Lávate las manos.

- Acábate la sopa.

- Mastíca bien.

- Termínate lo que tienes en el plato.

Ella no comió. Una vez que el niño terminó de comer volvió a decirle - Cepíllate los dientes y ponte a hacer la tarea, después podrás salir a jugar.

El niño quizo llorar, pero en lugar de eso se tragó el llanto, más cansado que dos horas atrás, sintiendo que lo atropellaba una roca, comenzó a hacer la tarea.

La mamá la revisó, estaba mal hecha -así no se escribe esta letra, es así, mientras tomaba violentamente la mano del niño, obligándolo a dibujar la letra una y otra vez. El niño no pudo contener las lágrimas, la tarde fue cayendo, el frío regresaba.

- ¡Esto está mal!, gritó fuertemente la mamá, ¡salte de la casa!, ¡no te quiero ver!, al tiempo que abría la puerta para que saliera el niño.

Afuera en el pasillo, hacía todavía más frío y la noche se había instalado. Apoyándo su pequeña espalda sobre la fría pared, se resbaló hasta quedar sentadito, amarrando con sus brrazos sus rodillas y sujetándolas con sus manitas entrelazadas.

Desconcertado, confundido, adolorido por el enjojo de su mamá permaneció ahí un rato, y muchos ratos de esos días, en los que una vecina generosa, iba a su rescate cada vez que lo veía a través de su ventana, además los gritos de la mamá llegaban al departamento de enfrente.

La vecina, enjugó sus lágrimas, lo levantó del piso y lo tomó de la mano, mientras llamaba a la puerta con la otra.

"Angustias", así se llamaba la mamá del niño. -"qué culpa tiene él", -"cálmese, ya es tarde".

La madre totalmente afectada, tomó al niño lo abrazó, lo bañó, le dío la merienda, y le dio instrucciones de irse a dormir.

Agotado, el niño cerro sus ojos humedecidos, rezando con todo su corazón para que su mamá se sintiera bien, pero eso en realidad, nunca paso.

 

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Comentarios

  • Hola, quiero agradecer sus visitas a este artículo y especialmente a María Isabel Martínez Parra y a

    Silvia Romero Sánchez!

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