EL MERCADER Y SU AMIGO

Cierta vez un mercader dicidió hacer un largo viaje. Consciente de que no era muy acaudalado, se dijo: "Es imprescindible que antes de mi partida deje una parte de mis bienes en la ciudad, de modo tal que, si en mis viajes la suerte me es adversa, tenga con qué mantenerme a mi regreso". Con este fin, dejo una gran cantidad de barras de hierro, que constituían parte principal de su riqueza, en manos de una amigo, para que las guardara durante su ausencia. Luego se despidió y partió.Algún tiempo después, no habiendo tenido más que suerte adversa en sus viajes, regresó a su casa, y lo primero que hizo fue ir a ver a su amigo para recuperar su hierro. Pero el amigo, que debía varias sumas de dinero había vendido el hierro para pagar sus deudas le contestó de la siguiente manera: "La verdad, amigo, es que puse tu hierro en un cuarto muy bien cerrado, imaginando que allí estaría tan seguro como mi propio oro. Pero sucedió un accidente que nadie podría hacer sospechado, porque en esa habitación había una rata que se lo comió todo".El mercader, fingiendo ignorancia, respondió: "Es una desgracia terrible para mí, sin duda; pero yo sé desde siempre que a las ratas les agrada el hierro en grado sumo; he sufrido muchas veces antes de la misma manera, y por lo tanto mi presente aflicción se me hace más tolerable".Esta respuesta complació mucho al amigo, que se sintió feliz al ver que el mercader estaba tan dispuesto a creer que la rata se había comido el hierro; y para limpiarse de cualquier sospecha, invitó al mercader a cenar con él al día siguiente.El mercader prometió asistir pero entretando se encontró en el centro de la ciudad con uno de los hijos de su amigo. Llevó al niño consigo y lo encerró en una habitación. Al día siguiente, fue a visitar a su amigo, que mostraba señales evidentes de gran inquietud.Entonces el mercader le preguntó cuál era la causa de su aflicción, como si ignorase por completo lo sucedido. "Oh, mi querido amigo -respondió el otro-, te pido que me disculpes si no me ves tan alegre como de otra forma estaría. He perdido a uno de mis hijos; lo he hecho llamar con la trompeta, pero no sé que ha sido de él"."¡Oh! -replicó el mercader- Me apena mucho saberlo, porque ayer en la noche, cuando me fui de aquí, vi en el aire una lechuza con un niño entre las garras, pero no puedo decirte si se trataba de tu hijo"."¡Hombre tonto y absurdo! -gritó el amigo, furioso-, ¿no te avergüenzas de contarme una mentira tan evidente? Una lechuza, que, a lo sumo no pesa más de tres libras, ¿acaso podría levantar a un niño que pesa más de cincuenta?""Bien -contesto el mercader-, no sé por qué te sorprende tanto. Como si en un país donde una rata puede comer cientos de toneladas de hierro fuese tan extraño que una lechuza se llevase a un niño que no pesa más de cincuenta libras".Al oir esto, el amigo se dio cuenta de que el mercader no era tan tonto como él pensaba; le pidió perdón por el freude, le restituyó el valor de su dinero, y así recuperó a su hijo.FÁBULAS PILPAY, INDIALorena Panessowww.mentesmillonarias.es.tlwww.mentesmillonarias.ning.com
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Comentarios

  • QUE BELLA REFLEXION, A VECES LA MISMA VIDA NOS DA LA OPORTUNIDAD DE DEMOSTRAR QUE SI CONOCIAMOS LA VERDAD RESPECTO A ALGO Y EN SU MOMENTO TENDREMOS LA RAZON.CON CARIÑO PATY.
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