Amar para vivir
©Gaudencio Rodríguez Juárez
Amor,
te digo esta palabra,
que se me hace vacía
a fuerza de nombrarla,
no sé que significa.
Luis Eduardo Aute.
El “Día del amor y la amistad” me provoca ambivalencia. La comercialización que se hace de la fecha desvirtúa su sentido original distrayéndonos de lo esencial.
Regalos, ruido, consumismo, frases mecánicas, huecas o forzadas que aluden a algo que realmente no se siente, que se dicen sólo “porque la ocasión exige”, conforman la cara del festejo que me disgusta.
Cuatro letras dan forma a una palabra sencilla que define al motor que mantiene a la humanidad en marcha: amor. Palabra que a fuerza de tanto decirla la hemos desgastado, devaluando, simplificando y falseando.
“Te amo”, jura el enamorado a su pareja al mismo tiempo que le impide ser ella misma. “Ámense los unos a los otros”, aconseja el cura que niega a su semejante apenas baja del púlpito. “Ama y te sentirás mejor”, recomienda el médico y el terapeuta que dedican poco tiempo a los suyos por exceso de trabajo. “Los amo”, dice el artista a los fans que no conoce. “Ámame hasta que revientes”, suplica el carenciado confundiendo amor con abnegación.
El amor es otra cosa. Significa dar. Está relacionado con el servicio, con la alegría. Precisa salir de sí mismo para comunicarse con la otra persona. Exige madurez para descentrarse e implicarse en las necesidades de los demás.
Es un acto racional. Es voluntad y cordura. Nosotros decidimos amar, no es algo que llega por inspiración. Por eso no tiene que ver con la otra persona: su color de piel, si es bonita o fea, simpática o antipática, rica o pobre, sino que tiene que ver con quien ama.
De ahí la importancia de no andar por la vida buscando a la persona adecuada para amar, sino de fomentar y ejercitar nuestra capacidad para hacerlo.
La vida es el continente del amor. A los seres humanos nos corresponde producirlo. Y podemos hacerlo porque somos animales amorosos.
No vaciemos de contenido esa bella palabra, mejor recuperemos su significado.
¿Qué es el amor? Es un adjetivo que cuando se hace verbo consigue lo que sólo él es capaz: convertir en milagro el barro, engendrar la maravilla, encender lo muerto, alumbrar lo que perdura, parafraseando al poeta Silvio Rodríguez.
Esta es la cara del 14 de febrero a la que invito:
Palabras, chocolates, regalos y tarjetas, pero si van cargadas de sentido, de cariño, de aceptación.
Mensajes vía mail, pero no los que vienen en cadenas impersonales, sino los tecleados con dedicatoria especial.
Flores, pero esas que de acuerdo a Alejandro Filio “Son las armas nobles / Que jamás procuran la batalla / Pero cuando giran algo pasa / Pueden mutilar con un solo giro / Si algo se interpone en su camino”.
Acciones de reconocimiento y consideración al prójimo.
Este día invito a no traicionar nuestra naturaleza amorosa. Vivimos por y para el amor. Sin él, negamos la condición humana del otro, luego lo violentamos, rechazamos o ignoramos. Luego morimos. No es retórica, es realidad.
Amor que da vida. Amistad, una de las múltiples oportunidades para expresarlo. Un día para avivarlo y fomentarlo para que dure todo el año.
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