LOS BERRINCHES DE LOS HIJOS

El berrinche es esperado y hasta signo de sano desarrollo a los dos años de edad. ¿Por qué? Porque es cuando el niño (la palabra se refiere también a la niña) comienza una incipiente independencia y autonomía respecto a sus padres o cuidadores, o sea, ya se sabe diferente a ellos y trata de reafirmarse.

Pero la vida lo pone ante decisiones y deseos aún no fáciles de manejar. Entonces su cuerpo se descontrola, se desborda, se desorganiza. En estos casos lo mejor es dejar que pase el berrinche, pues su duración es muy corta, sólo hay que prever que no se vaya a hacer daño. Después podemos volver y tomarlo en nuestro regazo para tranquilizarlo, haciéndole saber que entendemos su malestar y lo difícil que es tener dos o tres años y no poder manejar ciertas situaciones, pero que con nuestra ayuda algún día lo conseguirá.

El niño poco a poco aprende a controlar y manejar sus emociones: cuando es bebé aprende a obtener consuelo de su cuidador/a, a los dos años imagina arrullarse a sí mismo cuando se siente mal..., y se espera que al ingresar al kínder disponga de un buen número de estrategias que utilice con cierta destreza: suprimir la expresión de ciertas emociones, evitar o ignorar algunos estímulos productores de éstas, darle otra interpretación a los estímulos que causan una emoción molesta, etcétera.

Aun así, el niño preescolar de vez en cuando podrá desmoronarse, perder el control y emberrincharse. Entonces, nosotros, sus cuidadores, necesitamos contar con estrategias para apoyarlo.

La edad preescolar se caracteriza por el acceso a habilidades que facilitan una iniciativa y autonomía importante: lenguaje, fuerza física, desapego, curiosidad. Pero estas aún están combinadas con otros atributos infantiles que ponen a prueba la paciencia de cualquier papá o mamá: control de impulsos y tolerancia a la frustración aún limitada, dificultad para postergar los deseos, exposición a riesgos y peligros derivados de su deseo de explorar y conocer…

Es una etapa de mucha energía donde el niño se debate entre el uso constructivo o improductivo de esta. Una etapa donde sus necesidades y deseos urgen satisfacción pronta: tiene una necesidad y se torna activo en la búsqueda de satisfacción: pide, busca, llama la atención, y si nadie responde a su llamado, recurrirá a un repertorio de conductas que pueden ir en ascenso y llegar a lo espectacular: gritar, patalear, retorcerse.

El niño tiene derecho a emberrincharse de vez en cuando porque es niño. Somos nosotros, los adultos, quienes debemos conservar la calma, y en este acto, enseñarle a manejar sus emociones con nuestro ejemplo (estrategia por excelencia para la educación y crianza).

Pero lo primero que necesitamos tener claro en el manejo de estas conductas es lo que NO debemos hacer con el niño: pegarle, gritarle, sacudirlo; desesperarnos, alterarnos y caer en su juego; decirle palabras hirientes y negativas; amenazarlo o chantajearlo; ceder a sus demandas; ser indiferente o actuar con desdén; evidenciarlo o exponerlo al ridículo; burlarnos de su conducta.

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Comentarios

  • Gracias excelente tema

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