¿HAS CEDIDO TU CORONA ALGUNA VEZ?

Para conmemorar el día internacional de la mujer el otro día me pidieron que diera una charla sobre autonomía a las jóvenes de una secundaria. Investigué qué es lo que pasaba en esa escuela, por qué al director le interesaba ese tema.

 

Y resulta que habían tenido problemas con el sexting. Es decir, las muchachas mandaban selfies con imágenes provocativas, sin ropa o casi, al celular de los novios o muchachos con los que salían, por solicitud de ellos. Esas fotografías y videos con frecuencia eran divulgados por las redes sociales, creándoles a las estudiantes señalamientos, burlas, culpa, vergüenza, depresión, enfermedades y más.

 

La situación se volvió crítica con el caso de cuatro estudiantes que prefirieron cambiarse de escuela para no seguir siendo objeto de bullying y humillaciones en esa secundaria. Otra intentó suicidarse. Un caso que me llamó mucho la atención, fue el de una chica que desarrolló una enfermedad del sistema nervioso central que se llama disautonomía y que la hace perder la consciencia en cualquier lugar y momento y provoca desmayos involuntarios. De alguna forma me hizo pensar en esa frase: el cuerpo grita lo que el alma calla.

 

Pero, ¿qué empuja a estas jóvenes a mandar esas imágenes sabiendo de antemano que las pueden comprometer tanto? ¿Cómo entenderlo?

 

Lo que sí estaba claro es que lo hacían en un acto de confianza hacia el chico que les gustaba.

 

En muchas ocasiones estas conductas o acciones se dan por falta de  AUTONOMIA, o porque todavía no la han conquistado. Cuando en la charla mencioné esta palabra pocas sabían de que se trataba.

 

Les dije: tener autonomía es como ponerse al mando de su propia vida. Ceder el mando sería como despojarse de una corona que por derecho les corresponde. Es hacer algo por convicción, abrazando sus propios principios, no porque se lo pidieran. Y si lo hacen, tendrían que asumir las consecuencias, sean cuáles fueren.

 

El otro día un experto en neurociencias que entrevisté en mi programa, me explicó que a esa edad las y los jóvenes no tienen bien desarrollado el lóbulo frontal, que es la parte del neocortex cerebral donde se encuentra la autonomía, la toma de decisiones, el sentido del bien y el mal y sobre todo la capacidad de juicio y discernimiento.

 

¿Y cuando se puede decir que el lóbulo frontal alcanza su madurez? Le pregunté. Alrededor de los 23 años, pero estudios recientes han comprobado que si el adolescente empieza a ingerir alcohol o drogas, es probable que esa parte del cerebro no se llegue a desarrollar y sigan tomando malas decisiones o no asuman responsablemente las consecuencias y permanezcan inmaduros. Grave problema.

 

Aún así soy una convencida de que se puede educar en la autonomía desde tempranas edades.

 

La palabra AUTONOMÍA viene de dos vocablos griegos que juntos significan regirse por las propias reglas. La raíz auto significa “por sí mismo”, y nomos: regla, norma. 

 

La autonomía entonces es algo que ya se trae en potencia y a medida que pasa el tiempo se va desarrollando. Puede llegar a opacarse por ciertas circunstancias, como ya vimos, pero generalmente se alcanza a través del tiempo, el ejemplo y los aprendizajes personales.

 

Algunos definen la AUTONOMIA como autogobierno de emociones, sentimientos y decisiones, otros como independencia mental, o como potestad, soberanía, y es todo eso, es la capacidad de decidir por uno mismo, independientemente de la opinión de los demás afrontando nuestras palabras, actos y omisiones. Es ser protagonista de nuestra vida y no actriz de reparto. Es pararse frente a la vida sobre los propios pies y permanecer bien plantada.

 

Al terminar la plática alzaron la mano tres muchachas.

 

–Pero si no puedo elegir mi cuerpo, mi cara, mi voz, a mis papás, la educación que me han dado– dijo la primera.

 

–Yo tampoco puedo elegir lo que quiero hacer. Hoy no quería venir a la escuela y me obligaron– reclamó la segunda.

 

Una más por sentada en la última fila del auditorio escolar, dijo: A mi me han pasado cosas muy feas y yo no he podido decir nada. Ni quejarme, ni contárselo a nadie. Estoy amenazada.

 

Tenían razón las alumnas, pero las invité a ver las cosas desde otra perspectiva. ¿Dónde entonces radica la libertad?

Les dije: en efecto, hay situaciones en la vida en las que no podemos hacer mucho para cambiar las cosas, no podemos meter las manos, intervenir, prevenir o evitar. Es lo fáctico, es lo que es, lo que se da sin haberlo elegido. Lo inevitable. Algunas se quedaron inconformes con mi respuesta.

 

Agregué:

 

Las cosas suceden. Sucede que nazco sin pedirlo. Sucede que me toca una familia rara, disfuncional, o no. Sucede que me tocan unos padres poco conscientes y hasta abandonadores o amorosos.

 

Sucede que de novios éramos muy felices y luego quien sabe que pasó que ya no lo somos y casi nos odiamos. Sucede que no puedo controlar esta enfermedad, esta persona, esta condición, y me pregunto ¿en dónde está mi capacidad de elección? ¿Dónde quedó la AUTONOMÍA?

 

Sucede que me toca un cuerpo determinado, sucede que tengo ciertas aptitudes naturales pero también ciertas limitaciones, y sucede que me causan dolor las cosas que no elegí.

 

Aquí es donde interviene la autonomía, que nos da esa libertad, que nos permite elegir ante lo inevitable, una postura. Una actitud. Saber escoger cómo me voy a enfrentar a algo que no puedo cambiar, es una elección personal.

 

Y si vivo algo que no me gusta, y no puedo modificarlo, lo único que puedo hacer es elegir con qué talante me voy a parar frente a ese destino no elegido.

 

Y yo decido si me siento menos, me siento doblegada, o elijo fingir que no pasa nada, o decido ver de qué otra forma incorporar ese destino a mi felicidad.

 

Pregunté entonces a las jóvenes de la secundaria, ¿Tienen idea de cómo pueden utilizar eso que llama el Dr. Viktor Frankl el PODER DESAFIANTE DEL ESPÍRITU?

 

La tercera chica que había intervenido antes, de baja estatura y cuerpo delgado, de unos 13 años, con voz segura pero mirada triste dijo:

 

–Sin quitarte la corona, decidiendo lo que más conviene. Haciendo algo de lo que puedas sentirte orgullosa de ti misma. Hablando sin miedo, asumiendo tu responsabilidad.

Me sorprendió escucharla. Así es. Solo agregué: convirtiendo tu destino en posibilidad, en oportunidad de triunfo.

 

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