De traje y corbata

Los seres humanos dotamos de múltiples significados a las cosas. Un hombre sólo es un hombre. El traje y la corbata no son más que prendas de vestir. No obstante, la imagen de un hombre con traje y corbata se convierte, también, en un símbolo con múltiples significados: poder, prestigio, solemnidad, potencia, temple, autoridad… De ahí que un individuo así vestido se sienta portador no sólo de unas prendas, sino también de intangibles de este tipo.

Me cuentan de un rico empresario que al llegar a casa lo primero que se quita es el traje y la corbata pero no la identidad que esta le proporciona: la de jefe, líder, jerarca.

Su rol y el de su pareja quedaron definidos desde los primero días de matrimonio: él trabajaría para ganar el dinero y ella asumiría el papel de madresposa.

Los años pasaron y ahora les resulta impensable que al llegar a casa él se ponga a barrer o lavar trastes o ropa, o a cuidar y atender a los hijos cuando así se requiere. No asume el rol de padresposo. Sólo puede actuar como patrón de una madresposa-empleada suya que desempeña dicho papel aun con la insatisfacción acumulada producto de la dinámica instituida: él supervisa su labor y como tal le reclama que los hijos gritan mucho, que los tiene maleducados, que a la comida le falta sazón, que la decoración de la casa está fea…

Para cumplir con el rol de madresposa, ella dejó su profesión y el trabajo remunerado que tenía antes de casarse, “porque con el de él sería suficiente”, fue la promesa. Resultado: actualmente él es el dueño del patrimonio y ella responsable del matrimonio; ella no tiene patrimonio y él no invierte en el matrimonio.

Durante estos años él ha puesto la plata y ella ha dispuesto la casa. El aporte de él se ve, es tangible: pesos. Pero el de ella no, este es un intangible para el que no existen unidades de medición: cuidado, afecto, salud, educación, estabilidad, bienestar…

La labor de las mujeres y su aporte siguen invisibles. Esto a pesar de que como decía Saramago, “sabemos que la sociedad no funcionaría sin el trabajo de las mujeres […], ni la casa ni quienes la habitan tendrían la calidad humana que las mujeres ponen mientras los hombres pasan sin ver, o viendo no se dan cuenta de que esto es cosa de dos y que el modelo masculino ya no sirve”.

La desigualdad y la discriminación es la plataforma para la violencia. Y de ambas cosas existen evidencias alarmantes que dan cuenta de su vigencia. Las mujeres continúan padeciendo violencias extremas, rudas (feminicidio, trata, abuso sexual…) y violencias cotidianas, “suaves”, y por suaves naturalizadas, como las de los millonarios de nuestro relato y como las de los no millonarios de nuestro sociedad.

Ellas continúan luchando para que esta vergüenza humana, la violencia de género, sea erradicada. Ellos, nosotros, aún no asumimos de manera suficiente nuestra parte de responsabilidad como género. Es decir, seguimos caminando siempre de traje y corbata por la calle, por la casa y por todos lados, gozando sus significados y beneficios ventajosos. Reconocerlo sería un buen inicio, tardío pero al fin inicio.

25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, un buen día para que los hombres comencemos a hacer algo al respecto.

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