Cuántas veces nos hemos preocupado por encontrar el sentido de nuestra vida al lado de las personas que más íntimamente nos conocen tal cual somos?
Consideramos a nuestro hogar como el lugar más seguro, cálido y más acogedor del mundo… independientemente de que sea ostentoso, de clase media, o humilde. ¿Sabes por qué?
No podemos asegurar cuál es la razón por la cual tenemos lo que tenemos y no lo que desearíamos tener. Es muy fácil y cómodo pensar: “Así lo quiso mi destino”, “No lo sé, esas son cosas de la vida”,
“Es un karma o un darma haber nacido con esta familia”, o en última instancia, se nos ocurre pensar y decir que es Dios quien así lo quiso y punto. Está bien, no pasa nada ¿verdad? Pero…
Es vital e importante darnos cuenta de un fenómeno muy privado que generalmente pasa desapercibido: Todos los seres humanos desde nuestro nacimiento, nos apegamos al hogar y a los nuestros, sean considerados o desconsiderados con nosotros. El padre, la madre, los hermanos, los abuelos, los tíos, siempre nos duelen más que las personas ajenas y es normal, pues en casa nos aguantan todo: Tenemos un espacio muy nuestro donde podemos quitarnos los zapatos donde se nos de la gana y nadie nos dirá nada. La ropa tirada sobre la cama, y tampoco nadie nos dirá nada, el plato sobre la mesa después de comer, allí se queda y nadie nos reclamará nada, etc.
Salimos a los campos de toda actividad diaria y la casa se queda tirada de punta a punta… ¡Amén que ni al perro ni al perico le dimos de comer hasta nuestro regreso!.
La pila de trastos sucios también deberá esperar, antes de servir la próxima comida para todos los miembros del hogar. Sí; tantas prisas, tantas angustias y todo revuelto a veces … pero ¡Qué rico se siente regresar a casa, nuestro dulce hogar! Nuestro hogar, ordenado o revuelto… ¡Es nuestro hogar!
Algunas mujeres disponen de los medios económicos para pagarle a una persona que les auxilie en los quehaceres del hogar, lavar, planchar la ropa, barrer, trapear, tender las camas, regar las plantas, el jardín y uf… qué descanso regresar a casa y encontrar todo ordenado limpio y la comida preparada. Pero no todas las mujeres tenemos la bendita suerte de tener a alguien que nos ayude en los quehaceres del hogar y tenemos dos opciones: Levantarnos en armas, o levantarnos más temprano y ajustar más el tiempo para que nos alcance a cubrir la agenda diaria: El trabajo en la oficina, las compras del supermercado,
recoger a los chicos del colegio, preparar la comida, limpiar la cocina, revisar los baños, darnos una vueltecita por las recámaras y recoger lo que nuestros “cicloncitos” dejan tirado, etc.
El hogar representa para toda mujer: Su santuario personal, donde habita, tiene y guarda lo más querido y valorado y es duro ser una inspirada ejecutiva doméstica que no se le pasa ningún detalle y todo tiene bajo su control, y a veces no basta, siempre habrá más cosas que dar y más cosas que hacer por los nuestros. No importa mujer, no te desanimes, sigue adelante, lo estás haciendo muy bien, tu esposo se siente orgulloso de ti, tus hijos de adoran, tu familia te reconoce interiormente todos tus logros, aunque pocas veces te lo expresen, no esperes más de lo que ellos te pueden dar porque te sentirás frustrada
¡No lo hagas y recuerda que tú eres el corazón de tu hogar! Y tu casa… ¡Es la casa de un ángel!
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