Mujeres y hombres enfrentan estigmas asociados a su color de piel.

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“Hace falta conciencia de que el mundo no nada más es de blancos, que hay diferentes costumbres; si un negro está acostumbrado a beber en una jícara, si vive en un bajareque y es feliz, no se necesita vivir en un edificio de azulejos y cristales”: Lucila Marichi, Charco Redondo, Oaxaca.
 

Por Jonathan Orozco Peralta.-  En el “Año Internacional de los Afrodescendientes”, decretado por la Organización de las Naciones Unidas, existe un gran reto social por implementar mecanismos no sólo para reconocer nuestra tercera raíz, sino para dignificar su negritud y proveer de oportunidades de desarrollo, ya que el racismo, la migración y la pobreza han diluido lo poco que conocemos de ellas y ellos.

Yolanda es una mujer afrodescendiente que vive en Rancho Nuevo en la Costa Chica del estado de Oaxaca. A sus 21 años, cuenta que deseaba ser maestra y no pudo lograrlo por falta de dinero, además, enfrenta graves problemas de salud a consecuencia de la falta de servicios, pobreza y discriminación. “Te rechazan por ser pobre, por ser negra, porque estás enferma. Me he sentido discriminada porque ahí hablan… que si tengo sida. ¡Y yo no tengo sida, tengo esclerosis!. Cuando me rechazan en otros pueblos por ser negra y porque me veo enferma, me siento mal”, narra Yolanda.

Este es solo uno de los casos de la cotidiana discriminación y pobreza que viven las aproximadamente 450 mil personas afrodescendientes en el país; la invisibilidad social, estadística e histórica han sumergido a esta población en niveles de exclusión que ponen en peligro sus vidas y la importancia cultural que deben representar. El racismo sí existe en México, como existen personas negras. La vida de estos pueblos no se ve reflejada en el diagnóstico sobre el México en el que vivimos; sin embargo, están ahí, sobreviviendo en las sombras como si se tratara de un mito que llama la atención porque son distintos, tan distintos que no es necesario saber ni buscar soluciones a sus problemas.

Las comunidades negras enfrentan los mismos problemas que las indígenas; no obstante, las y los negros tienen grandes las dificultades para resolverlos. “No es lo mismo vivir en Puerto Escondido o en Pinotepa Nacional, que en las playas y andar pescando o vendiendo lo que podemos, para ir al doctor o compararte tus medicinas. Si me enfermó no hay cómo llegar al médico, el pasaje es caro y no hay quien cuide a mis hijos, por eso luego ni voy”, asegura Macaria, mujer afro que vive con VIH y que para obtener su tratamiento antirretroviral tiene que viajar cada mes a la ciudad de Oaxaca a más de 12 horas de camino por carretera.

La complejidad de fenómenos asociados al racismo, como la migración de afrodescendientes a Estados Unidos, afectan la vida de estas personas, ejemplo de ella es el testimonio de Macaria, quien se contagió por su ya fallecido esposo a causa de esta enfermedad.

“Se fue al norte y de allá trajo la enfermedad en 2006, desde ese tiempo he estado sufriendo maltratos porque no me ven con buenos ojos. La gente no me da trabajo, dicen que no se junten con mis hijos, que no me hablen a mí porque los puedo enfermar. No conozco a nadie más que tenga VIH por aquí, los papás de mi esposo lo divulgaron, esto no se puede ocultar, a veces uno tiene recaídas, lo más doloroso que me han dicho es que me voy a morir un día”, cuenta Macaria.

En esta costa de Oaxaca lo más difícil es enfrentarse con la gente para buscar oportunidades de desarrollo, hombres y mujeres desafían estigmas asociados a su color de piel. En cada casa hay una historia de vida que demuestra la situación de desventaja de los pueblos afrodescendientes, ya que no han existido nunca las condiciones que garanticen el desarrollo de sus familias y comunidad.

Otro fenómeno que se agudiza en la región es la migración. Denia Vargas perdió a su esposo por esta causa. “Te avisan que se murió, los traen en estuches, no te dan explicación, nomás hasta que se junta el avión con los muertos y llegan a Acapulco”, cuenta.

Denia es colaboradora de la Asociación México Negro A.C. y explica que el gobierno los reconoce como mixtecos y que buscan ser empadronados más bien como negros. Ella asegura que “los indígenas toman carreteras y se hacen escuchar, la gente de raza negra aun no lo hemos hecho”. También las adultas mayores tienen grandes historias que transmitir: “ando en los 66 años, tuve seis hijos, murieron dos de enfermedad, otro nació enfermito del corazón y se murió a los nueve años, siempre con tanto sufrimiento porque nunca supe bien que tenían”.

Cuenta Virginia Magadán del pueblo de Chacagua que sus demás hijos saben tejer y vender: “porque terreno para trabajar no tenemos, se lo llevó el río, se llevó. Antes teníamos maíz y plátano”. Desde hace 14 años Virginia amasa para tamales en su horno. A su esposo lo asesinaron ahí mismo en una balacera.

“Yo no fui a la escuela, no te sé ni una letra, para mí no hubo escuela, no tuvimos papá. Y desde niña con tanto sacrificio trabajando, yendo a pescar, a doblar hoja de maíz, a amarrar ajonjolí, a cortar algodón”, narra esta mujer cuyos tres hijos que viven solo fueron a la primaria, porque antes secundaría no había.

En Chacagua la doctora más cercana está en el pueblo de San Miguel. “Perdí mi ojo, me agarró un dolor y me estuve curando y no me lo pude componer. Uno lo tengo bien abierto. Cuando no hay carros, si Dios quiere se alivia uno, sino, no”.

En esa localidad se encuentra una laguna que lleva el mismo nombre, recurso que aseguran es lo mejor que tienen. La principal actividad de la gente es trabajar el campo, la tierra, aunque comentan que hay que tener huerta, sino la única opción es trabajar para los demás.

“Antes sufríamos más cargando en la cabeza, íbamos a vender o a revender a otro lado el pescado y plátano, sufríamos que a veces no había camión y nos íbamos a pie a Pueblo Nuevo caminando hora y media, con toda la carga y a veces con los hijos”.

Luego dicen: “¡Ay la negra! Sí pero soy gente, tengo sangre, más espesa. Soy orgullosa de ser negra, porque así es mi familia”.

En otra comunidad costeña, Charco Redondo, Lucila Marichi Magadán cuenta sobre su pasado histórico, dice que siguen en la costa porque “aquí nacimos, nuestros antepasados fueron esclavos, los viajes y el comercio eran a través del mar, por eso nos quedamos en la costa”.

“El negro está peor que el indígena, el Gobierno nos excluye porque somos minoría en Oaxaca”, esto es lo que considera Lucila, promotora comunitaria en salud que a través de colecta y diagnóstico de las plantas atiende a quien le pida ayuda. Otra de las sus actividades es recolectar maracuyá y papaya: la despulpa, la pesa y procesa artesanalmente para hacer mermelada con fruta de la región. La organización E-Costa fue quien le enseñó a trabajar en ese producto que ahora lleva a las comunidades de Chacahua, El Corral, Santa Rosa y Palma Sola.

Lucila cuenta que de ellas y ellos dicen muchas cosas: “trabajas como negro y te acuestas en una hamaca como negro. Pienso que están equivocados, porque en realidad no saben la capacidad que tenemos para trabajar. Es una mentira que el negro no sirve para el trabajo. Somos iguales, tenemos los mismos derechos, nos corre la misma sangre”.

Ante la negación social hacia los pueblos negros, Lucila envía un mensaje en el que expresa: “sí existimos, estamos en las costas, nuestros antepasados fueron traídos como unas bestias si tú quieres, pero quien no viene a la costa no acepta que hay negros, no tenemos que cantarles el himno nacional para que nos crean”.

Sergio Peñaloza Pérez, presidente de la asociación México Negro, explica que el origen de la discriminación es el no reconocimiento de la raza negra, el cual se remonta a la llegada de africanos para el trabajo forzado, “en Punta Maldonado, Puerto Meñizo y Puerto Ángel, desembarcaron barcos con negros, con esclavos”.

El presidente de México Negro piensa que “aunque dicen que en México no hay discriminación, para los negros sí la hay y mucha: no hay programas sociales ni políticas públicas porque si no se nos reconoce como pueblos negros, nunca las van diseñar. Estamos excluidos de la historia, ni los libros de texto nos reflejan, nos borraron desde entonces”.

El dirigente afro considera que se debe asumir la negritud con mayor responsabilidad, para sobresalir y rescatar también las tradiciones, ya que, frente a este 2011 Año Internacional de los Afrodescendiente, “el mundo tiene que voltear a ver a las personas negras, porque aquí no saben que es nuestro año, aquí seguimos pensando en cómo resolver los problemas de todos los días. No somos como los negros de otros países, aquí no contamos”. Las mujeres afros y sus testimonios de vida dan cuenta de la discriminación que se genera a consecuencia de la pobreza, marginación y racismo. La Costa Chica oaxaqueña es marco de un inmerecido trato desigual a causa de la negritud, característica humana que en México coloca a las personas en desventaja prácticamente en todos los aspectos de la vida. Al igual que en la mayoría de las sociedades, ellas enfrentan mayores retos para tener condiciones de vida dignas.

Sentir orgullo de su color de piel no es aún motivo suficiente para que en el Año Internacional de los Afrodescendientes se reconozcan realmente sus derechos. La mirada internacional ha tomado conciencia del entorno de discriminación que viven las y los negros alrededor del mundo; el primer paso es reconocerles, el reto está en brindarles oportunidades económicas, sociales, políticas y culturales para generar raíces de desarrollo.

Jonathan Orozco Peralta es Jefe de Información del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) en México.

 

Texto publicado en el suplemento TODAS del periódico Milenio diario, México el 24 de octubre de 2011.

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