SUPERAR LA MUERTE CON HO´OPONOPONO

¿Existe un regalo más grande que acompañar a tu Mamá al otro lado en paz, conformado, sin dolor ni colapso emocional?

Hoy, ya estoy segura de que esto fue algo insuperable. Me atrevo a reconocer que fue una experiencia bella y conmovedora. Experimenté maravillada que el camino se puede continuar con nuestras almas conectadas: yo aquí y ella allá, dejando atrás su cuerpo físico cansado y agotado. No abandonó su cuerpo: se lo quitó. Lo he sospechado, pero ahora, después de percibir tantas señales, ya estoy segura de que somos muchísimo más que un cuerpo físico.

Hace como un año y medio me enteré del método hawaiano para resolver problemas: el Ho’oponopono. Lo empecé a usar, me clavé en él y se convirtió en mi pasión, experimentándolo como un milagro día tras día. Me llevó en el camino hasta entregar la gestión de mi vida a Dios, y en Él entrego mi voluntad libre para elegir este camino, el camino más sencillo de la vida. Es Su camino.

Cuando mi mamá, pasados los 80 años, ya cada vez más enferma y débil, seguía su vida cotidiana con una agilidad extraordinaria, muchas veces pensaba en lo desconsolado: pronto ella también terminaría su camino aquí, se marchará. Morirá.

Ya había practicado el Ho’oponopono medio año: le confié mi vida y mi destino a Dios, platicando con él cada vez más, dedicándole cada vez más tiempo de mi vida, cuando mi Mamá se colapsó: apoplejía, parálisis unilateral, ambulancia, hospital… Le costó mucho trabajo dejarnos aquí. Dos semanas en agonía, sin contacto directo con el mundo. Muchas veces abría sus ojos, giraba su mirada hacia la izquierda, estirando su mano. La estaban llamando… Lo máximo que podía hacer era tomarla de su mano y repetirle: “Te quiero, gracias por estar en mi vida.” No le estaba pidiendo sollozando que se quede, ni estaba rogando que no, todavía no, por favor…

Esperó el mes primaveral más lindo, y en su primer día, en el sol reluciente, su cuerpo finalmente descansó. En su mano izquierda sostenía su rosario imprescindible, y su mano derecha la levantó para tocar el rosario (su mano derecha que dos semanas antes se paralizó). Así, tocando el rosario con sus dos manos, saludó a los celestiales que la estaban acogiendo.

Sentí una paz infinita, una aceptación inmensa, tranquilidad y gratitud, y sigo sintiendo lo mismo. Sé que está en un lugar maravilloso, que es una bendición para ella: lo supe cuando se fue. Esta sensación me acompaña, gracias al Ho’oponopono que me empezó a abrir otra dimensión en esos meses anteriores a la partida de mi mamá, y esta dimensión es mucho más cercana a otro lugar diferente del de nuestra vida física en la faz de la Tierra.

Qué maravilla es que en cualquier momento de nuestra vida podemos elegir entre el sufrimiento, los problemas y la aceptación y la paz interior.

Yo elegí el Ho’oponopono, la paz interior pura. Gracias, mil gracias.

Klara Mora - Hungría

Gracias Klara por compartir este hermoso testimonios con la comunidad.

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