RESPONSABILIDAD COMPARTIDA – Segunda parte

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El amor de los hijos hacia sus padres, no puede ser considerado como una cualidad innata al hombre. La verdad es que la persona nace ya con la capacidad para aprender a amar, sin embargo, esa capacidad ha de ir desarrollándose según la respuesta obtenida de aquellos que se den o no a querer.

Por lo anterior existen mujeres, que se convierten en madres solteras de lunes a viernes por lo que es importante puntualizar que los padres deben de buscar momentos durante la semana para ver a los hijos: como llevarlos al colegio en la mañana, comer una vez entre semana o un día llegar temprano para poder contar un cuento a sus hijos, hablar por teléfono durante el día, tener una foto de ambos en la recámara, comúnmente los padres participan en juntas o citas, por lo que es importante buscar también tiempo para la familia.

Por esto invito a los padres a que se acerquen a sus hijos, para lograr un verdadero lazo afectivo, así fomentar el cariño paternal y el lenguaje de la confianza para que el día de mañana sus hijos se acerquen a pedir algún consejo, no pierdan la oportunidad de conseguir un lugar muy especial en el corazón de su hijo, porque recuerden lo que siembren en la niñez lo cosecharan en la adolescencia.

Sin embargo, este acoger la vida al dar a luz, no es exclusivo de la mujer. “Se trata, en general, de no considerar el nacimiento de un hijo como responsabilidad exclusiva de la mujer. Por el contrario, tanto el hombre como la mujer deben compartir por partes iguales esa responsabilidad, cumpliendo cada uno con el papel que la naturaleza y la vida en común les ha asignado. Esa necesaria coparticipación se amplía inmediatamente, cuando la crianza del bebé exija, también, los esfuerzos combinados de la pareja”.133

Paternidad y maternidad no son situaciones pasivas: exigen la participación, interés, amor y equilibrio. El bebé, necesita que tanto el padre y la madre constituyan una sólida unidad brindando los mejores y más cariñosos cuidados, integrándolo a las vivencias y al ambiente del núcleo familiar. El hijo se debe adaptar a la vida de los padres y no los padres adaptarse a la vida de los niños, ya que en un principio no hay problema, pero después de varios meses, la pareja se empieza a separar ya que su mundo gira alrededor del niño y no al revés.

Podría decirse que los esposos, antes de tener descendencia, han aprendido a vivir como pareja. A partir del nacimiento de su hijo, deben de procurar integrarse a una nueva forma de ser en común, ahora como familia. El bebé también aprenderá paulatinamente a incorporarse al núcleo familiar a través de la convivencia y comunicación con sus padres, dando y recibiendo afecto, aunque a su modo y según sus capacidades.

Por muy triste que nos parezca, la realidad es que hay niños que no saben amar, porque nunca se les brindó la oportunidad de aprenderlo o siquiera experimentarlo y, aunque son situaciones extremas, por un caso en un millón, no se justifica tampoco el que reciban manifestaciones de afecto a medias o de forma confusa al ser muchas veces de forma condicionada. Estos niños, “no pueden exteriorizar su afecto -aunque exista-, toman una posición introvertida ante otras personas, no se entregan a los demás, el mundo entero se reduce a su propia persona. Estos niños no se han visto rodeados de un ambiente de cariño y, por este motivo, son en cierto modo egoístas. No pueden formarse una idea de cómo se ama”.

Este mundo es totalmente nuevo y desconocido para él; por ello, necesita como en ninguna otra etapa de su vida de la ayuda que se le puedan brindar para poder aspirar a una futura madurez tanto física como intelectual cimentada sobre una base sólida de atención y cuidados traducidos en amor de aquellos que, al asumir su paternidad desde el mismo momento de la concepción, adquieren una gran responsabilidad que nunca termina pues comprende la totalidad biográfica del hijo.

El bebé hasta el momento de su nacimiento ha estado inmerso en un mundo en constante armonía: la temperatura es la ideal, el espacio se convierte en un lugar acogedor, su posición es segura y esta bien alimentado; todo esto es agradable ya que se le brinda todo lo necesario para su subsistencia. Sin embargo, todo proceso tiene un fin y este únicamente dura nueve meses.

Posteriormente, durante el período del embarazo, el hombre es sobre todo para la mujer “un compañero vivencial, (…) el ambiente emocional y familiar que la mujer vive mientras el niño se está gestando y todos los demás aspectos de la vida en común, giran en torno de la actitud del padre e influyen en forma decisiva sobre el propio niño. En caso de madres primerizas o no suficientemente preparadas, el rol del padre se amplía para convertirse en guía y consejero, servir de respaldo y ayuda. La presencia del padre durante el parto es considerada como una necesaria prolongación de esa actitud de respaldo”. 132

El lenguaje no verbal, juega un papel vital en la relación entre padre e hijo dentro del proceso comunicativo con su bebé, sobre todo durante su primer año de vida, en que el intercambio se produce esencialmente a través de la risa, el llanto, el intercambio visual, el abrazo, el apapacho, el llanto, los gestos, las sonrisas, entre muchas otras muestras de cariño.

Por Ale Velasco
Abrazo de Chango Marango

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