Patriarcado y Violencia

Patriarcado y Violencia

 

“El patriarcado describe un sistema político gobernado por hombres en el que las mujeres poseen un estatus social y político inferior, incluidos los derechos humanos básicos.”

 

El problema de la violencia doméstica, es muy conocido. Términos como abuso psicológico, maltrato físico, aislamiento, desprecio, son manejados como cosa de todos los días, las mujeres hablan de estas cuestiones que le sucedieron a alguna conocida, a esa mujer que está allá, lejos, que probablemente alguien más conozca, pero que nunca soy yo. El primer agravante de la violencia intrafamiliar, es precisamente ese, el pensar que yo estoy bien, que eso tan feo no me sucede a mí, que yo puedo resolver cualquier problema de puertas adentro sin que nadie se entere, y de pronto, estoy alienada de mí misma, de mi circunstancia y pensando que todo es cuestión de tiempo para que pase y sea prueba superada.

 

El presente ensayo es una reflexión interior, que pretende volverse un testimonial de lo que la violencia doméstica puede ser para una mujer, que no trabaja, que es completamente dependiente de su esposo, y que ha decidido esperar a que todo pase, por sí solo…

 

Cuando un “Te amo” significa todo lo contrario.

 

En el año 2009, en septiembre para ser exacta, conocí a una mujer, divorciada, madre de tres niñas, trabajadora, independiente, absolutamente dueña de su vida y de sus decisiones, nunca pensé que influiría tanto en mí, se convirtió en mi mejor amiga, y su influencia fue algo que me marcó para siempre, porque me hizo abrir los ojos a una realidad que nunca hubiera reconocido por mí misma.

 

Stella es divorciada, dos veces. La primera fue una cuestión de supervivencia para ella y sus dos hijas mayores, estaba casada con un norteamericano, alcohólico, violento, que la golpeaba y amenazaba constantemente, ella guardaba silencio y frente a sus padres, fingía que todo iba maravillosamente, hasta que un día, tras una golpiza, ella corrió al closet de su recámara y alcanzó un arma que él mantenía guardada por si algo se ofrecía, no dudó, cortó cartucho y mientras él la perseguía, ella le apuntó pidiéndole que no diera un paso más, que ella dispararía y no quería dejar a sus hijas sin padre. El, milagrosamente retrocedió y salió de la casa, ella salió huyendo para nunca volver.

 

El segundo matrimonio de mi amiga, se dio en circunstancias muy románticas, pero de resultados similares, un hombre que no trabajaba y que la obligaba a mantener la casa, hasta que ella, harta y ya con el camino conocido decidió dejarlo, no sin antes haber concebido a otra niña que por supuesto ella mantiene.

 

Cuando conocí a Stella, yo estaba pasando por circunstancias económicamente apremiantes, ella trabaja en un kinder que es propiedad de su madre, y entre las dos me ofrecieron esa ayuda que cae como bálsamo cuando la situación es tan grave: trabajo.

 

Poco a poco me amigué con las dos, y entre risas y grandes charlas, fui tomándoles confianza, hasta que un día, tras una terrible discusión con mi esposo por cuestiones de dinero, llegué llorando a su casa y ambas me dijeron que no podían entender por qué seguía casada con un hombre que no me daba lo suficiente, que era un mal proveedor y que si yo tenía capacidad de trabajo, era inteligente y tenía carácter, no se explicaban por qué no me divorciaba y listo.

 

Este fue el principio de una inquietud que nació de la desilusión, de la desdicha, de saber que los sueños rotos me rodeaban, de la idea de que “eso” no era violencia, que el hecho de que el dinero no alcanzara, de que yo llevara años sin recibir dinero para uso personal por parte de mi esposo no era cuestión de que él no proveyera, que el no haber tenido vacaciones en más de diez años, no era por su culpa, sino producto de la falta de oportunidades o de trabajo o de crisis, o de lo que fuera, que iba a pasar y que solo era cuestión de tiempo que todo se resolviera.

 

En el 2007, las hemorragias constantes que me daban durante mis periodos menstruales, y que yo calificaba de “sangrados abundantes”, hicieron crisis, y la última hemorragia que me dio, no paró en cinco días, durante los cuales estuve hospitalizada, con transfusiones de sangre y cinco de hemoglobina, suficiente para sufrir un infarto por deficiencia de volumen en mi sistema circulatorio. Cuando me dieron de alta, o más bien, me mandaron a mi casa para esperar la fecha de cirugía que sería un mes más tarde,  le dije a mi esposo que yo no podía esperar un mes porque tendría otro periodo en ese lapso de tiempo, él simplemente me dijo que no tenía dinero y que esperara a que me operaran en la institución a donde me había hospitalizado. Ante esta circunstancia, lo amenacé con demandarlo en el DIF por no atenderme, así que accedió y me operaron, pero eso no era violencia, no.

 

En 2011, dejé el trabajo que tenía con mi amiga y por supuesto, mi esposo se molestó mucho conmigo, porque habíamos contraído algunos compromisos que él tendría que cubrir, pero lo que más me dolió era que yo volvería a mi estado de insolvencia económica, porque por supuesto, él no iba a darme dinero otra vez como hasta ese momento. En ese mismo año, comencé a tener inquietud por volver a la escuela, y a instancias de mis hijos, ingresé a la Unimex y sorpresivamente, mi esposo estuvo dispuesto a pagar la colegiatura.

 

2012, el primer cuatrimestre, literalmente me abrió los ojos y la mente, conforme fui comenzando a estudiar, me di cuenta que mi situación era mala, codependiente, absolutamente sumisa y sin otro camino que agarrarme con fuerza de los estudios para poder tener una herramienta que me ayudara a salir de mi situación.

 

La primera condición para romper el círculo de la violencia intrafamiliar, en donde, por un lado, la mujer no quiere ver lo que sucede, por el otro, si lo ve se lo calla y trata de pasarlo por alto, es el concientizar, el definir eso que no es del todo cómodo, que no se sabe cómo definirlo, pero que está, que es, que lastima y lacera la existencia y la dignidad de cualquier individuo, pero que en el sistema social en el que nos movemos las mujeres de cierta edad, clase social y condición económica, es aún peor, porque nos fue dicho que la ropa sucia se lava en casa y que lo último que una esposa decente y bien nacida hace, es hablar de lo que sucede puertas adentro.

 

Cuando yo me atreví a romper el silencio, primero conmigo misma, luego con mis maestros, con un terapeuta y finalmente con un abogado, con quien estoy viendo lo de mi divorcio, vino una paz que nunca pensé sentir, claro, no sin antes pasar por un miedo atroz a pedirle el divorcio a mi esposo, un hombre que se considera bueno, cumplido, decente y responsable, para quien no darle dinero a su esposa, no sacar de vacaciones a su familia, negar atención médica por ser costosa, es algo que él mismo vivió en su casa y que considera normal y aceptable. Un simple sistema sociocultural llamado patriarcado, donde las mujeres y los hijos somos un poco menos que nada, donde se violan los derechos básicos, de salud y bienestar, donde un juramento ante un altar, se vuelve una cadena muchas veces tan pesada que arranca la propia identidad y no permite armarse de valor para gritar que no se quiere seguir viviendo así.

 

Gracias a Stella que un día empuñó una pistola, y dijo basta. Que su ejemplo me sirvió para armarme de valor, entrar a estudiar y abrir los ojos a lo que yo no quería aceptar, que estaba siendo víctima de violencia, si no física, si psicológica, patrimonial, y que hasta puso mi vida en peligro.

 

Hoy ella ya no está en mi vida, los caminos se separaron, pero la enseñanza está ahí, clara y nítida como un cristal, si yo no me valoro y defiendo mi vida aún a costa de la del otro, pueden pasar cosas terribles, si no entiendo que casarme no es perder mi libertad, ni mi independencia, ni mi autodeterminación, pueden pasar cosas malas, que me van a inhabilitar como ser humano, como persona, como mujer.

 

La violencia intrafamiliar si existe, y para evitarla, lo más importante es reconocerla, rompiendo el silencio y aceptando que puedo tener una vida digna y aspirar a la felicidad, nunca es tarde para enderezar el camino y decir, basta.

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