MUJERES Y DERECHOS POLÍTICOS

Ya lo sabemos: la violencia política de género comprende todas las acciones que impiden a las mujeres el goce de sus derechos. Por ello es fundamental la existencia de normas y leyes que enfrenten esa violencia, son los canales institucionales que debemos transitar para evitar los atropellos que, al respecto, sufrímos cotidianamente.

Pero las leyes no son suficientes porque la violencia política contra las mujeres implica una cultura y, por ende, prácticas muy enraizadas en la vida cotidiana, tanto que son parte de la normalidad que establece la supremacía del hombre e incluso evoca a la tradición familiar de los mexicanos.

Aún hay amplios sectores sociales en nuestro país donde la definición de roles se establece con base en las diferencias de género y, así, se definen actividades, perfiles profesionales o laborales. Desde la institución familiar los niños son proyectados para desempeñar labores asociadas a la inteligencia, fuerza o destreza mientras que a las niñas se les confina a tareas domésticas, el cuidado de los padres o la sola proyección para que, al convertirse en esposa, sus objetivos se sitúen en el hogar y la complacencia del padre de sus hijos; en el mejor de los casos, la niña tiene el horizonte limitado de perfiles profesionales de baja responsabilidad e ingreso.

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Estas son situaciones prevalecientes en grandes franjas de la población de nuestro país aunque, por fortuna, también hay avances en otros órdenes que son, al mismo tiempo, motivación para las expectativas de las mujeres que buscamos rebasar esas líneas que limitan sus expectativas de vida. Por ello, junto con los avances, conviene subrayar aquellas situaciones que impliden el despliegue de la creatividad y el vigor de las mujeres.

En la familia tradicional se asocia a la niña con debilidad y a la debilidad con el llanto, por ello si un niño llora es débil mientras que, al hacerlo una niña, esta es... mujer. Y las mujeres son frágiles en esa concepción que menosprecia a las mujeres.  Las lágrimas, claro está, no son privativas de la identidad sexual ni son sinónimo de debilidad pero, más allá de esa precisión, es fundamental subrayar, una y otra vez, que las mujeres pueden hallarse en los ámbitos profesionales más variados, entre ellos, la política.

Ahora podrá parecernos inconcebible que las mujeres a principios del siglo pasado no tenían relieve público más que convertidas en imagen de deseo para la propaganda de las marcas o eran sólo un icono de las funciones del hogar. Hasta medidados de la década de los 50 del siglo pasado no teníamos derecho a votar y menos a ser votadas para desempeñar cargos legislativos o de gobierno. Pero poco a poco eso ha ido cambiando y tenemos ejemplos de grandes mujeres que han ensanchado nuestro horizonte y nos han permitido combatir de mejor forma la violencia política de la que, sin embargo, seguimos siendo objeto, a pesar de las adecuaciones en la norma para lograr paridad en la presencia de organismos autónomos y de gobierno. Ah, porque la cultura enraizada contra las mujeres siempre encuentra formas de burlar la ley.

Necesitamos seguir avanzando, con el vigor de las convicciones personales y también con la convicción de convencer, en todos los estratos sociales, sobre la importancia del disfrute de los derechos de las mujeres para ser participes de los destinos de nuestro país en el ámbito de la política y la administración pública.

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