MUJERES...¡REGRESEMOS A LA SEDA Y AL ENCAJE!

 

 Cada  mañana, miro al espejo y me pregunto: ¿Qué voy a crear el día de hoy?  Con ilusión me doy cuenta que mi jornada está llena de actividades y de una lista interminable de pendientes que van desde recoger ropa en la tintorería, pasando por el supermercado a comprar jamón y huevos, recibir la cotización del último tapicero, comer puntualmente con mis hijos, hasta una agenda llena de pacientes en mi consultorio privado, talleres y cursos que hay que preparar en PT y organizar presentaciones futuras con la editorial de mi recién salido libro. Todo lo disfruto aunque sea frenéticamente. “Paren al mundo que me quiero bajar” decía Mafalda. He tratado de nivelar mi vida profesional como terapeuta junto con la otra vida también profesional de ama de casa (cocinera, costurera, planchadora, maestra, chofer, telefonista, economista y sensual amante, entre muchos otros oficios) y ahí la llevo, lidiando con todo a la vez.  Lo cierto es que la vida a mis cincuenta me sigue quedando corta. ¡Siempre quiero más! ¿Hasta cuándo parar? Pareciera que nada es suficiente, las horas se derriten, los minutos se diluyen en segundos y no alcanza el tiempo. Creí que ya estaba entrando a la serenidad de la madurez y sin embargo, sigo  empeñándome en seguir con el mismo entusiasmo de adolescente, pero ahora aderezado con un toque de sabiduría porque ya no renuncio a la libertad de ser.  Por el contrario, nunca me he sentido más libre que ahora: me doy permiso como mujer para estar siendo todos los días, acallando mis falsos alardes y dejar de pretender ser la superwoman con aquellas máscaras sofisticadas de  mujer- pulpo y mujer- orquesta que por ahora, ya me aburrieron.  Y eso no quiere decir que el conformismo vaya conmigo, o que la apatía pudiera hacerme rehuir de mis decisiones valientes. De hecho, siempre he preferido arriesgarme con pensamientos y acciones creativos.  Y justo  ahora, me asalta una reflexión: ¿Qué misión tenemos hoy en día las mujeres en esta lucha constante que hemos  impuesto contra los hombres? ¿Restaurar la dignidad humana? ¿Rescatar los valores espirituales y éticos? ¿Regresar a nuestros hogares a darle frente a nuestras labores de ama de casa? ¿Formar y guiar a nuestros hijos acompañándolos en sus quehaceres cotidianos? ¿Seguir estudiando y preparándonos, para no quedarnos atrás profesionalmente? ¿Preservar nuestro trabajo a costa del desgaste físico y emocional?

De pronto, nosotras las mujeres, ganamos mucho terreno en lo referente al poder personal. Demostramos ser talentosas, comprometidas trabajadoras, estupendas e inteligentes estudiantes. No tengo duda alguna de nuestros alcances, aptitudes y habilidades. Lo que me preocupa, es ver a las nuevas generaciones cómo renuncian a su femineidad, es decir, les espanta la idea de estar en casa atendiendo el hogar y les aterra la idea de traer a más niños a este mundo precipitante y caótico.  Y sin embargo, considero, sin ofender a las feministas, que el título más valioso que puede enaltecer a la mujer, es el de ser madre y maestra. No me mal-interpreten en pensar que subestimo el camino valiente que hemos recorrido hasta aquí para convertirnos en mujeres profesionales y competitivas en todas las áreas socio-políticas y culturales de un país como el nuestro.  Quiero simplemente, designar a la mujer el grado más grandioso de nuestra naturaleza: Ser madre.

Y eso no significa ser madre biológica únicamente. Caería en el reduccionismo ontológico. Ser madre significa hacer donación de una misma. No nos anulamos, nos enriquecemos al darnos en amor a nuestros semejantes. Somos madres espirituales de la humanidad, y por estos dones naturales, cualidades propias de nuestro poder femenino, estamos al servicio para dirigir a nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo en la verdad y la justicia. Las mujeres no queremos la guerra. Nosotras conciliamos. La fuerza de la sociedad reside en la hoguera familiar, que debería estar encendida siempre por el amor de la mujer.  Quisiera  recalcar la importancia que tiene la madre en la vida del hombre, su labor ha sido desde el enseñarle las primeras palabras para consagrar la lengua materna y cantarle las primeras canciones de cuna, o simplemente narrarle  cuentos infantiles que serán un factor decisivo en sus creencias y preceptos de su vida. Hay un refrán que dice: “la mano que mece la cuna, mueve al mundo”.  Todo aquel que vive, ha nacido de una mujer: la mujer es la madre del héroe y la madre del santo; la madre del cobarde y la madre del traidor; la madre del político y del bienhechor.  Los hemos acompañado en obra y también en omisión.

Pero, hoy en día, y desde algunas cuatro décadas, hemos usurpado en los territorios de aquellos a quien hemos dado vida. Hemos competido con ellos, usando sus  espadas y cañones, para salir a desequilibrar el sistema familiar y social. Se ha propiciado el caos, el conflicto, la descomposición social  provocando una confusión en los roles, tanto en el orden matrimonial como familiar.  Nos hemos ido a los extremos, abusando del poder que adquirimos con la mal habida revolución feminista. Nos hemos masculinizado actuando a imagen y semejanza de todo lo que siempre odiamos de ellos. Ahora está sucediendo, paradójicamente, que nuestra violencia es peor: lenta, pasiva  y más dolorosa. Les hemos enseñado a nuestras hijas ser tan soberanas y  autosuficientes, que se han empoderado de tal forma que ya ni dejarse abrir la puerta desean. Han desplazado a últimas instancias al posible compañero de vida o padre de sus hijos. Lo han despojado de su papel de protector y proveedor.  Y ellos han creído que no los necesitamos, y es verdad, no los necesitamos para que nos colguemos de ellos, pero sí, para que juntos caminemos a la par para apoyarnos mutuamente. Los necesitamos para sentirnos amadas y valoradas. Ellos nos complementan y nos ayudan a potencializar nuestro crecimiento como seres humanos.    

No es necesario tomar el mando del barco absolutamente, sino compartirlo. Para mí es emocionante participar en muchas de sus acciones, pero no en todas y de esa manera sentirme a salvo de la responsabilidad total. Me encanta cuando contribuyo con mis emociones, cuando tengo las dos posibilidades: la de entrar a la aventura de dirigir el bote desde mis fortalezas y la otra, de sentirme contenta y satisfecha de esperarlo con una sopa caliente cuando él regrese de las tempestades laborales.   Podemos participar en su mundo pero no adueñarnos de éste. Podemos querer agradar a los hombres que amamos tomando decisiones necesarias para el bienestar común, sin agraviarlos con imposiciones y majaderías.  Veo a las chicas de hoy sorprendiendo a sus compañeros faltándose al respeto al querer igualarse  a ellos usando las mismas palabrotas obscenas  y emborrachándose sin ton ni son en el mismo bar sin pudor ni recato.

 

¿Cómo podemos recuperar nuestra dignidad como mujeres ante este desequilibrio catastrófico?

 

Las mujeres somos una maquinaria perfecta. Somos como hechas a mano. Desde el principio de los tiempos, cuando éramos diosas, nos encargábamos de dar consejos. Las tribus no se movían sin el consentimiento de la sabiduría matriarcal.  Y ahora, no sólo hemos abusado de este poder, sino que  amenazamos su virilidad compitiendo con ellos en lugar de colaborar con ellos.

 

Desde muy pequeña,  me he preguntado ¿qué hice para haber nacido mujer? ¿Qué libertad he tenido para elegir mi rol? ¿Ha sido impuesto culturalmente o tengo la oportunidad de cambiar mi destino? Siempre me costó mucho trabajo asumirme como el “sexo débil” y dependiente. No lo podía ni siquiera pensar, sin antes sentir urticaria en mi piel. Confundía debilidad con fragilidad, sin darme cuenta que justo tocando mi vulnerabilidad, me hacía más fuerte.  ¿En dónde fue que aprendí que mi poder reside en mi autosuficiencia? ¿En dónde me enseñaron que  ser frágil y delicada, me hacía débil y flacucha emocionalmente? Ahora sé, después de tantos años de casada, que he disfrutado estar en la tripulación de un barco, cuyos capitanes hemos sido mi esposo y yo, sin dejar de admitir que hemos sufrido en la travesía muchos jaloneos y descalabros por ocupar el timón. He comprobado que lo que le gusta al hombre es sentirse necesitado y admirado por su mujer. A ellos les gusta conquistar, decidir, mandar, ser útiles, abrirnos la puerta, invitarnos a cenar, hacernos el amor. Una manera de ser vistos y honrados por nosotras. Sabemos que los hilos invisibles los manejamos nosotras con nuestras dotes mágicas: delicadeza, ternura, sensibilidad, inteligencia emocional y disponibilidad por lo bello. Cualidades que engrandecen y complementan a ambos.  

 

Confieso que como mujeres de otra época estábamos entrenadas para creer que el hombre tenía la responsabilidad principal del liderazgo y  dirección de la vida de la mujer y  la familia. Su función era controlar, mientras que las mujeres podíamos ser ayudantes complacientes en el destino que los hombres eligieran. Nosotras recibíamos nuestras golosinas al ser apreciadas por ser sutiles y amables.  Todo esto que digo, no se expresaba abiertamente, sino que era implícito en nuestro desarrollo, lo que provocó  por consiguiente que nos adiestraran para limitar nuestros alcances y ambiciones personales. Quizá todas estas carencias  impuestas  han promovido hoy en día, que las mujeres hayamos tomado las riendas en un afán de venganza por todo el rencor de siglos por no haber sido miradas con admiración.  Hemos irrumpido en la vida de los hombres, y parece que no vamos a parar hasta obtener con sangre (no más, por favor) el lugar que creemos nos corresponde. Pero, ¿realmente queremos darle batalla hasta hacerlos rendir bajo nuestros pies? Recuerdo las palabras de German Dehesa cuando decía que los hombres tienen que pactar con las mujeres una rendición honrosa para conservar aunque sea, el control de la tele, ya que todos los espacios están siendo tomados por nosotras. Suena chistoso, pero realmente está siendo aterrador para ellos.  

 

Es urgente mujeres, que regresemos a lo sagrado femenino. Soltarnos para dejar que nos consientan, nos abracen, nos alienten, nos sostengan…  Mientras más “machas”  creamos ser, más violencia desgraciadamente estaremos generando en los hombres por el impulso casi nato de defender sus territorios.  Se sienten amenazados y temerosos por no saber qué lugar ocupan en la vida de nosotras. En esa larga travesía por encontrar nuestra identidad, sabemos que ya no somos esclavas, sino compañeras incalculablemente valiosas. Tenemos el poder de ser frágiles como una mariposa y  duras como un diamante. Somos indestructibles pero no por ser liberales y autónomas, sino porque somos suaves y tiernas, porque sabemos cómo nutrir y alimentar los corazones con nuestro apoyo amoroso, porque somos audaces e inteligentes, porque sabemos saborear la soledad, porque somos capaces de elegir lo que queremos ser, hacer y pensar. Ya demostramos que  somos capaces de sobresalir en los altos mandos de una empresa, planificar proyectos novedosos, ser creativas en la construcción de nuevos ideales políticos y económicos, ser escritoras y literatas sensibles y revolucionarias. ¿Qué más podemos pedir?

Volvamos a nuestro origen y a la gran responsabilidad que tenemos para preservar la paz y el equilibrio humano. Regresemos con la esperanza renovada hacia una actitud femenina, con toda la conciencia de que podemos seguir siendo  catalizadoras de las fuerzas del amor y la creación.

 

Los pantalones ya los llevamos bien puestos, pero… ¿qué pasaría si les bordamos seda y encaje?  

 

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Comentarios

  • Marcela: Concuerdo contigo en algunas cosas y en otras no, pero definitivamente nunca debemos dejar nuestra esencia de MUJERES. Gracias por compartir, feliz 8 de marzo y bendiciones de luz, siempre. 

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