No nos educan ni preparan para ser madres. Creemos que la maternidad es una obligación asumida y nos sentimos agobiadas permanentemente, ¿tal vez por eso nos pasamos todo el día quejándonos? Nos ponemos mucha presión tratando de ser “la madre perfecta” y ese ejemplo se lo damos a nuestros hijos y hacemos que vivan bajo la misma presión. Ellos no quieren una madre perfecta, quieren una madre feliz.
Es muy importante que seamos nosotras mismas en su presencia, auténticas, vulnerables, estudiantes de la vida.
Debes entender que tus hijos no te escuchan, te observan. Tu trabajo es el de ser feliz y estar en paz. La era del sacrificio ya pasó, eso de poner a los hijos primero no funciona, porque si no te funciona a ti, tampoco a ellos. Tú tienes que pensar en ti, cuidarte, estar bien, y tus hijos también lo estarán.
Hace años, antes de encontrar el camino del Hoʻoponopono, vivía amargada, a pesar de tener todo lo que una persona piensa que necesita para ser feliz. Un día, mi hijo mayor, que en ese tiempo tenía 9 años, me habló de la misma forma en la que yo siempre lo hacía, enojada. Ese momento fue como una sacudida, me desperté y me pude ver. Mi hijo era mi espejo y la actitud que tenía era un reflejo de lo que yo era.
En ese momento me dije: “Mabel, tienes que hacer algo”. Así que empecé mi búsqueda de la felicidad, a trabajar en mí, a recuperar mi autoestima y sueños. Asistí a diversos seminarios, talleres espirituales, leí mucho, hasta que pude reencontrarme conmigo misma.
Eso fue un regalo para mi alma y el mejor regalo que le pude dar a mi hijo. Mostrarle cómo una persona puede cambiar, no importa la edad, el sexo, la religión. Que la vida depende de nuestras decisiones momento a momento.
Cuando conocí el Hoʻoponopono aprendí algo muy importante: la responsabilidad. En este arte ancestral siempre hablamos de tomar el 100% de la responsabilidad, que no es culpa, pero sabiendo que es algo adentro de nosotros, algo en nuestro subconsciente que lo está atrayendo, y que solo cuando nosotros cambiamos, todo cambia.
Yo siempre digo que ser madre puede ser más fácil si nos damos cuenta que no necesitamos ser perfectas, y empezamos a ser madres felices. Tenemos que trabajar en nosotras, soltar, entregarle a nuestros hijos a Dios, al Universo y confiar. Recuerda que tú los trajiste, son tus maestros, así que ellos no están aquí para que tú los eduques o les enseñes, sino para darte otra oportunidad. Tus hijos ya lo saben, solo están esperando que tú te des cuenta.
Como madres siempre buscamos darle todo a nuestros hijos, cosas materiales, una carrera o nuestro sacrificio, pero lo mejor que podemos hacer es guiarlos espiritualmente, con amor e inspiración. Nuestra misión es formar hijos felices, no profesionales.
Algo importante que siempre le enseñé a mis hijos es que la vida son consecuencias de nuestras elecciones, creencias, pensamientos, emociones y acciones. Que tenemos libre elección, que las 24 horas del día estamos eligiendo y que somos 100% responsables. Les mostré que la vida no depende de la familia en la que nacieron, de los padres que les tocaron o si tenían dinero o educación. Depende de lo que cada uno hace con su vida.
Ser feliz, enseñarles sobre la responsabilidad y la libre elección, ha sido el regalo más grande que les he podido dar.
¡Mamá! Suelta, entrégalos y confía; lo peor que puedes hacer es preocuparte por ellos y angustiarte. Utiliza el lenguaje del amor, incentívalos a hacer lo que aman y ayúdalos a descubrir sus talentos únicos.
Es momento de tomar la decisión y empezar a ser felices, dejar de ser víctimas, vivir el presente y confiar en el Universo. Ya verás cómo tus hijos empezarán a cambiar y a encontrar el camino correcto.
¡Feliz día de las madres!
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