Mabel Katz habla sobre la magia de la muerte

Conversemos sobre la paz con Mabel

Qué gusto me da compartirles la conversación de una más de mis “Mesas Virtuales por la Paz Mundial” en la que me acompañó  Ana Lilia Cortés, productora y periodista internacional con gran sensibilidad espiritual para compartir con toda mi gente el momento mágico de la partida terrenal de mi madre. Es algo que no olvidaré. Me demostró que las coincidencias no existen, con detalles que les contaré líneas más adelante.

Todo empezó al terminar de escribir el libro “Frecuencia Cero”, que he estado tratando de concluir desde el año 2010. La maduración de cada una de sus páginas ha valido la pena. Estoy muy contenta con el resultado, ayudará a quien lo lea a aplicar la espiritualidad en los negocios y en el día a día.

Antes de viajar a India, dejé el escrito en manos de una editora. Ella me envió, para reexaminación, capítulos revisados con notas y preguntas. No tuve tiempo de abrirlo. Cuando por fin lo hice, encontré que escribí que el miedo número uno es hablar en público y el dos: la muerte. Había añadido en mis notas para la editora: “Puedo ampliar más sobre este tema de ser necesario”.

Lo impresionante es que cuando volví a leer esa anotación, que obviamente escribí semanas antes, mi mamá ya había fallecido. Así que cuando el libro sea publicado, habré ampliado el tema sobre la experiencia de morir.

Mi mamá solía acompañarme a mis seminarios, fue un regalo enorme comprobar que aplicó lo que aprendió en ellos. Lo practicó todo, incluido lo que hablo del proceso de la muerte. Comprender que la ayudé al llegar ese momento, fue un inmenso obsequio para mí.

A sus 92 años estaba muy bien de la cabeza, pero lista para irse. Cuando la hospitalizaron, yo estaba en India, donde pensé: “Dios sabe lo que hace, si él quisiera que fuera, lo hubiera programado diferente, no cuando estoy del otro lado del mundo”.

Las cosas se prolongaron. Mi madre no estaba grave, tampoco en condiciones de volver a casa. Sabíamos que estaba por llegar el momento del adiós. Sin embargo, mi mamá tuvo tiempo de grabar videos de agradecimiento: “gracias por tanto amor, gracias por todo lo que me dieron”… hasta llamó a mis hijos, que estaban en Los Ángeles, California, para despedirse.

Pasaron los días. Al llegar a Bombay, volví a hablar con ella y partí a Croacia. Durante el vuelo de avión pensé: “la única posibilidad que tengo de viajar a Argentina es en el tiempo que me queda entre Sagre y Belgrado”…

Toda la familia me decía: “nos parece que te está esperando”… Ella sabía perfectamente dónde andaba. La llamé y expliqué que si lograba ir, sería únicamente por dos días. Me contestó: “Mabel, sabes que no soy egoísta, sé que esto es muy difícil para vos. En ese momento lo decidí y le dije: “Mami, te quiero ver, en este momento voy para allá”.

El par de días o noches que estuve con ella la conocí como nunca en toda mi vida. Me ayudó a darme cuenta a quién salí. Por suerte se lo pude decir. Cuando sentí que se aproximaba el momento, me despedí de ella y le pedí saludarme a mi papá, a mi tía… ¡Le hice una lista! Ella de repente me preguntó: “¿Y el tío Gregorio?”, otro de sus seres queridos que se fueron antes… Lo dijo en uno de sus momentos conscientes.

No olvidaré nunca lo que viví con mi madre esos dos días o noches mágicos que pasé sin dormir, -en los que además pude hacer infinidad de cosas en Argentina-. Ese tiempo con ella, me permitió conocerla más que en toda mi vida. Confirmé que no hay que llorar porque los retenemos.

Y es que cuando llegué, les llamó a sus amigas para despedirse. Les pidió que la dejaran hablar, la escuché decirles: “yo ya terminé mi trabajo acá en la tierra, me tengo que ir y vos me estás reteniendo, me tenés que soltar”… Cuando las escuchaba llorar les decía: “¡Vos no entendés nada!”… Al oír llorar a los sobrinos por teléfono les explicaba: “¡Pero ahora voy a estar más cerca, te voy a poder ayudar más!”…

Confirmé que en realidad no somos un cuerpo.

El estar con ella los días previos a su partida, me permitieron sentir que hay algo más allá. La escuché conversar con su mamá, con su papá… Estaba impaciente por encontrarlos. De pronto me impresionó al decirme: “¿Quién hubiera dicho que morirse era tan difícil”?, ¡Mabel, yo me entregué, pero la muerte no vino! ”… Al final, llegó.

Antes, tuve que regresar a Europa a continuar con mi gira internacional. Al llegar a Belgrado, los organizadores me esperaban con una camilla. Pensaron que llegaría deshecha. A pesar de que esos dos días prácticamente no dormí, estaba llena de energía. Mi equipaje se perdió en el camino. Me fui de compras, ocupaba cambiarme de ropa para mi conferencia.

Me encontraba en Budapest cuando me di cuenta de que Dios me concedió lo que le pedí: que mi mamá no sufriera y que se la llevara en un sueño.  Lo supe a través del mensaje de una sobrina: “la abuela falleció, se quedó dormida”… Las lágrimas rodaron por mis mejillas de agradecimiento a Dios. Reflexioné en la importancia de la forma en que pedimos las cosas.

Esa mañana debía acudir a una escuela de niños autistas. Si hubiera sido una entrevista, quizá la habría cancelado o pospuesto. A los niños especiales no podía dejarlos esperando. Cuando esos chiquitines me rodearon y me llenaron de cariño, entendí por qué pasó así. Lo sentí como un abrazo de mi madre.

Aunque mi gente siempre es muy amorosa,  esos días fueron diferentes. Recibí tanto amor… que lloré sintiendo que eran Dios, el Universo o mi mamá premiándome. Volví a saber que no hay que tenerle miedo a la muerte.

Fue un regalo para el resto de mi vida. Me llena de alegría compartirlo con toda mi gente.

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