LOS LÍMITES Y SU IMPORTANCIA EN LAS BUENAS RELACIONES

Fijar límites claros en la vida y defender los propios derechos, es un requisito previo para que podamos construir relaciones con otras personas y sobre todo relaciones amorosas. Y hay una frase popular que dice que “quien no pone buenas cercas no tiene buenos vecinos”.

Y tener límites, o poner límites, facilita la vida y enriquece la relación de una pareja. Y necesitamos saber qué tanto estamos dispuestos a dar de nosotros mismos, de nuestras ideas, de nuestro tiempo, de nuestro afecto, y saber qué tan lejos le permitiremos llegar a los demás, respecto de nosotros mismos.

El diccionario Larousse define la palabra “límite” como: “una línea o cosa que marca una frontera”. Es saber qué es lo que se quiere o lo que no se quiere. Es identificar, expresar y defender nuestros derechos respetando los ajenos.

Fíjense ustedes que la fijación de límites, prácticamente hace desaparecer la manipulación en las relaciones humanas. Desde el momento que uno sabe lo que quiere y también lo que no quiere que le suceda, el manipulador o la manipuladora se queda sin espacio, se queda sin oxígeno, se queda sin la posibilidad de incursionar como le gustaría hacerlo.

Y en geografía los límites son las fronteras que delimitan un país de otro, o el territorio de una persona. En las relaciones interpersonales y cuando nos referimos concretamente a las relaciones de la pareja, hablamos de líneas o límites que marcan o delimitan nuestro territorio personal, o sea, nuestro ser mismo. Y a diferencia de los países en los mapas, los seres humanos no tenemos líneas gruesas para delimitar las fronteras. Sin embargo, cada uno es propietario de su territorio.

Los límites se definen y contienen en ese territorio y allí adentro está el cuerpo, está la mente, están las emociones, están las posesiones, está nuestro derecho. Y nuestros límites definen y circundan todo lo que es nuestra energía. Ese ser individual que cada uno de nosotros llama “YO”, son fronteras invisibles, pero son reales.

Fíjense qué interesante, son invisibles, pero son reales. Hay un lugar donde yo termino, y hay un lugar donde tú empiezas.

Y la meta tiene que ser, aprender a identificar esas líneas, esos límites y también aprender a respetarlos.

Y todo esto se construye a lo largo de la vida. Porque nadie nace con los límites ya establecidos, sino que del mismo modo que nosotros desarrollamos la autoestima, el amor, los sentimientos afectivos, y otro tipo de conexión con el mundo exterior, los límites también, en los primeros años de vida, nos son  enseñados por nuestros padres o aquellas personas adultas, que en ausencia de nuestros padres, cuidan de nosotros.

Pero muchas personas, no tienen ni siquiera la idea de lo que es un límite. Y otra vez, en lugar de construir un límite, construyen una verdadera muralla.

Y algunas personas, son afortunadas, porque cuando llegan a la edad adulta, ya saben quienes son, qué cosas le corresponden, qué cosas son sus obligaciones y cuáles no lo son. No se pasan al territorio de otras personas, o sea, no invaden otros territorios, pero a su vez, no se  permiten además, invadir el suyo. Tienen límites adecuados y tienen una gran claridad sobre todo, sobre lo que es su propio “yo”.

Y otros en cambio, llegan a ser adultos, con límites invisibles, o con murallas imposibles de traspasar.

Y en definitiva, cada uno llega determinado momento que arma sus propios límites. Y una de las relaciones de pareja más difíciles que vemos cotidianamente en las consultas, relaciones tormentosas, producto de una formación inadecuada de los límites, es lo que llamamos el amor obsesivo. Son personas que son educadas como un ser incompleto, carente de autonomía, carente de libertad, que necesitan depender de alguien, es decir, amar en forma obsesiva o simbiótica, prácticamente se parasitan en la otra persona. El otro se vuelve un ser imaginado, construido en la fantasía de esa persona, en vez de ser real. Y es una persona que yo acomodo a mis deseos. Y estos individuos que tienen fallas  en su propia estructura del yo, en la que la identidad se diluye en la de la pareja, viven porque el otro está al lado, viven y disfrutan porque el otro supuestamente disfruta. Porque lo importante en este tipo de vínculos asimétricos, desparejos y patológicos, es la preservación incondicional del vínculo, como si fuera la del propio yo. O sea, la pareja es mi propiedad. Y una cosa es la pertenencia a la cual cualquier persona se debe en un vínculo afectivo y otra cosa es la propiedad. Quien ama en forma obsesiva tiene baja autoestima. No puede poner límites, siente un profundo miedo a estar solo, a ser abandonado, ignorado o destruido. Y la idea sola de una separación le provoca angustia de muerte o la pérdida del sentido de la vida.

La acción en la que uno no puede vivir sin el otro, como dice el dicho popular: “contigo porque me matas y sin ti porque me muero”. Es decir, es imposible vivir sin esa persona pero no es posible tampoco vivir con ella. En ese vínculo obsesivo los dos miembros de la pareja están atrapados. El amor obsesivo existe porque uno lo ejerce y el otro lo permite. Es todo lo contrario de lo que debería ser el verdadero amor, que es ser dos sin dejar de ser uno.

 

Dr. Walter Dresel

wdresel@adinet.com.uy

www.exitopersonal.org

www.walterdresel,blogspot.com

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