"Lo bonito es no ir a ningún lado"

Ramiro Pinilla, novelista

"Lo bonito es no ir a ningún lado"

08/11/2012 - 00:00

"Lo bonito es no ir a ningún lado"

Foto: Jordi Roviralta

Tengo 89 años. Nací en Bilbao y vivo en Getxo. Soy escritor. Tengo tres hijos y vivo en pareja. Soy de izquierdas, y fui comunista por antifranquista. La naturaleza nada tiene que ver con Dios: dejé de creer. El secreto de la longevidad es no enfadarse por bobadas y minucias


Le veo la mar de bien.

¡Porque como muchas naranjas! Tres o cuatro al día: ese es mi secreto de salud.

 

Algún otro tendrá.

Paseo cada mañana, leo... y, sobre todo, ¡evito discutir! Esto es lo fundamental. Yo ya he aprendido a no alterarme por minucias. Sólo por lo importante.

 

¿Y qué es lo importante?

La mayoría de lo que nos sucede durante el día son menudencias, bobadas. ¿Por qué nos lo tomamos a la tremenda? ¡Qué error!

 

Insisto: ¿qué es lo importante?

Los hijos, la mujer que amas... y tu vocación.

 

¿Cuál es la suya?

Escribir.

 

¿Desde cuándo?

La posguerra era cruda, y yo leía para evadirme: Twain, Dickens, Melville... Tenía 15 años y con los libros huía de mí mismo y de mi entorno. Escribir fue el paso inmediato.

 

¿No tenía amigos?

Mi hermano les dijo a mis amigos que yo escribía... y empezaron a cachondearse de mí, claro. Me veían como a un marciano.

 

¿Y qué hizo usted?

Ocultar lo que escribía. Me sentía avergonzado por escribir. Me costó mucho coraje mostrarme como escritor, mucho...

 

¿Qué hizo entre tanto?

Fui marino mercante: maquinista naval.

 

Suena romántico y novelesco.

¡Fue horroroso! No veía nunca el mar, estaba siempre enclaustrado en las bodegas, asfixiado con las máquinas de los motores, sudando... La vida del marino es horrible, sin ver a la familia... ¡Y yo quería familia!

 

Y lo dejó.

Sí. Entré a trabajar en una fábrica de gas y me casé. En esa fábrica eran todos muy franquistas, y yo disimulaba.

 

¿Seguía escribiendo?

Por las tardes tenía otro empleo: escribía los relatos que se imprimían en el dorso de una colección de cromos. Pero sí, yo seguía escribiendo novela. ¡Y gané el premio Nadal!

 

Un premio de prestigio.

Gané el premio Nadal del año 1961 con la novela Las ciegas hormigas. ¡Por eso me despidieron de la fábrica de cromos!

 

No veo el motivo.

Consideraron que no me entregaba en cuerpo y alma a los cromos, y la prueba era esa novela escrita por las noches: ¡en vez de felicitarme, me despidieron! Me fui al campo.

 

¿A qué?

A vivir. No soporté la presión. Sentí necesidad de aislarme. Vivía en Bilbao, y me parecía que la gente iba cada día más deprisa...

 

Y usted prefiere ir despacio a los sitios.

Lo bonito no es ir corriendo o despacio: ¡lo bonito es no ir a ningún lado!

 

Total, que se escondió.

Me gusta la soledad. Rompí con la editorial, conquisté mi tranquilidad y escribí Verdes valles... Y mi hijita tecleó el punto final.

 

¿Y qué hizo con la novela?

Primero guardé el original a máquina en mi gallinero. Y me autoedité, para venderla por la calle. Novela la dura vida de los obreros en las fábricas que veía en valles cerca de casa.

 

¿Le fue bien?

Muchos pensábamos que, con la muerte de Franco, este país se arreglaría y que todo florecería, pero... Bueno, ¡suerte del fútbol!

 

¿Sí? ¿Por qué?

Es un gran sueño que nos redime de tantas calamidades... Yo mismo, cuando perdía el Athletic, regresaba a casa diciéndome: “Y ahora, ¿qué me queda?”.

 

¿El amor a su tierra, quizá?

Pero vacunado contra el nacionalismo, porque he leído: sé que cada uno inventa su dios, llámese club de fútbol, país... ¡Sueños!

 

¿Se ha metido ETA con usted?

Yo me alegré cuando volaron a Carrero Blanco, como nos alegramos casi todos. Años después, una bomba de ETA voló mi diario Galea. ¡Me alegro de que ahora se atengan a modos democráticos!

 

¿Qué papel tuvieron en el nacionalismo vasco los obreros que novela?

Sabino Arana, en el siglo XIX, supo recoger las inquietudes de los vascos (centradas en su caserío y sus vacas), quienes sintieron amenazada su identidad ante la llegada de obreros foráneos (los maquetos): así nacerá el nacionalismo vasco.

 

Que las humillaciones franquistas fueron alimentando.

Ni unos ni otros han reconocido a esos obreros foráneos su aportación al poderío industrial vasco: los homenajeo en mis novelas.

 

¿Cómo ve las reivindicaciones independentistas catalanas?

Los catalanes siempre han tenido más talento comercial y político que los vascos. Pero no sé si todo esto llegará a algo. Verá, los políticos necesitan distraer a sus pueblos, ¿sabe? Sea con fútbol, sea con manifestaciones.

 

Ya.

Yo me quedo con mis propias distracciones... ¡Qué gusto da ver jugar al Barça!

 

¿Qué proyectos tiene ahora?

He impulsado durante años un taller de escritura, quiero que cualquiera pueda compartir lo que escribe: ¡que a nadie le pase lo que me pasó en mi juventud! Y en eso sigo.

 

¿Y personalmente?

Dejar alguna huella con lo que escribo. Para eso quiero sobrevivir lo más posible, ya sabe, con naranjas, vida tranquila, buenas siestas... ¡y nada de enfados por pamplinas!

 

Me dicen que su hija sigue tecleando el punto final a sus originales...

¡Siempre! Vive en Sevilla, y vuela expresamente para eso: a veces espero meses...

 

Colinas rojas

Pinilla es un escritor casi secreto que honra la literatura con una obra tan ingente como minuciosa. Ha levantado universos y ha creado personajes de fuste inspirado en su inmediato entorno vasco. Se le ha comparado con Faulkner y García Márquez. A su fulgurante irrupción en las letras españolas siguió un retiro de decenios del que ahora se le recupera: la editorial Tusquets dedica los honores que merece a su gran trilogía novelística Verdes valles, colinas rojas, y reedita otras obras suyas. Ahora vuelca su sabiduría serena en Aquella edad inolvidable, una historia de amor con fábula moral. Ha recibido los premios más prestigiosos (Nacional de Narrativa y de la Crítica), y merece el del público.

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