LA TRAMPA DEL ORGULLO

Muchas veces pensamos que sentirnos orgullosos es algo positivo. Es más, decimos cosas como: «Me siento muy orgulloso de ti» para halagar a alguien.

¿Qué hay detrás del orgullo? Casi siempre hay un sentimiento de desvalorización. Cuando digo que me siento orgulloso de ti, podría muy bien decir: «Gracias a ti me siento más valorado, tú me das valor, tú me das reconocimiento». Muchos padres proyectan sobre sus hijos objetivos que ellos no pudieron o no supieron alcanzar. Cuando sus hijos los consiguen, ellos se sienten orgullosos. Tomamos sus logros como nuestros y nos sentimos revitalizados, nos sentimos orgullosos.

El orgullo tiene muchas caras, todas ellas revestidas de razón, de una razón inalterable, intolerante. Veamos el caso del «orgullo nacionalista», que nos hace pensar que nuestra forma de vivir y de pensar es la correcta; son los demás los que están equivocados, y muchas veces merecen la cárcel o la muerte. Otro caso sería el «orgullo religioso», que es la creencia de que somos el pueblo escogido. Si no practicas tal o cual religión, no podrás entrar en el cielo ni ser perdonado. Están los ateos que merecen la condenación; los infieles que merecen la muerte; los que piensan de forma diferente a nuestros evangelios; los librepensadores; los que se demuestra que no tienen razón; etc. A todos estos hay que perseguirlos, desacreditarlos, excomulgarlos y, en su momento, torturarlos y quemarlos.

El que está orgulloso de algo o de alguien se mantiene en una postura defensiva, se siente vulnerable y siempre está pensando que hay que evitar que alguien desacredite sus ideas, pues de ello depende su propia existencia. Cuando alguien le arrebata sus ideas y sus credos, el enfado está presto para mostrarse y atacar.

La persona libre de orgullo está libre de las críticas de los demás porque entiende que hay muchas maneras de ver las cosas. Es una persona que no ataca porque no ve la necesidad de defenderse; simplemente tiene la esperanza de que el intercambio de opiniones le sirva a alguien, nada más.

A modo de resumen podemos decir que en los diferentes niveles y expresiones del orgullo siempre se esconde una insuficiencia, una carencia, una desvalorización. El orgullo de sentirse mejor como país, como nación, como cultura, como religión o como equipo nos hace vivir en el miedo; este nos lleva a estar a la defensiva y esto mismo nos hace débiles.

Cuando abandonamos nuestras defensas entramos en una cualidad llamada «humildad», pero la persona humilde lo único que expresa es paz, una paz que está libre de todo juicio y que le hace mantenerse ecuánime frente a todas las cosas que acontecen a su alrededor. La humildad no es una emoción; es una cualidad, y por ello no puede ser experimentada por la persona que dice poseerla. La persona humilde no puede ser humillada, es definitivamente inmune a la humillación.

El orgullo está lo bastante alejado de la vergüenza, la culpa o el miedo como para elevarse de la desesperación hasta el respeto a uno mismo. Por esta razón el orgullo solo produce una sensación buena en contraste con los niveles inferiores. El problema es que «el orgullo precede a la caída». Es vulnerable y mantiene una actitud defensiva porque depende de las condiciones externas, sin las cuales puede revertir rápidamente a un nivel inferior. El ego inflado es vulnerable a los ataques. El orgullo es débil porque puede ser derrocado de su pedestal y llevado de nuevo a la vergüenza; esta es la amenaza que activa el orgullo y el temor a la pérdida.

El orgullo divide y da lugar a las facciones; las consecuencias pueden ser muy costosas. El ser humano suele morir por orgullo; los ejércitos aún se aniquilan entre sí a causa de un aspecto del orgullo llamado «nacionalismo». Las guerras religiosas, el terrorismo político, el fanatismo, la abominable historia de Oriente Medio y de Europa Central muestran el elevado precio del orgullo que paga toda la sociedad.

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