LA FAMILIA BOMBA

 

Ahora resulta que la industria bélica se atreve con todo cinismo a bautizar a sus propios engendros destructivos.

Hace apenas unos días, Estados Unidos se ufanaba de haber detonado en Afganistán una potente bomba no nuclear, a la que denominó la “Madre de todas las bombas”. Su nombre me pareció un verdadero sacrilegio, pues resulta aterrador usar la palabra madre asociada con explosivos que finiquitan cientos de vidas, como si se tratara de un artefacto que diera a luz y estuviera vinculado a la maternidad en tanto ingrediente esencial de la supervivencia de nuestra especie.

No tardó Rusia en sumarse a esa moda tan cuestionable como aterradora de asociar los vínculos familiares a tan mortíferas armas. En la misma tónica, y con un obvio propósito competitivo, contraatacó y anunció al mundo que ellos tienen al “Padre de toda las bombas”: una bomba termobárica de menor dimensión, más ligera pero también más mortífera, dada su mayor capacidad destructiva que, dicen, es cuatro veces más potente que la estadounidense. En síntesis, más maniobrable y perniciosa.

Esta sucesión de noticias bélicas de los días recientes me ha llevado a pensar que ambas potencias poseen armamento secreto listo para activarse de inmediato frente una conflagración internacional. Además, resulta inevitable pensar que otras potencias tengan en su haber diversas poderosas armas con una capacidad ofensiva mayor de la que podríamos suponer.

Cómo no pensar en China, por ejemplo, cuyos avances tecnológicos seguramente le han permitido construir y almacenar armas de destrucción masiva que sin ser de tipo nuclear son inmensamente dañinas. Y sin duda algo similar o aún peor ocurre en el caso de Corea del Norte, que más allá de sus balandronadas históricas, de seguro acumula o dispone de un arsenal mucho mayor en cantidad y poderío de lo que tienen detectado las naciones con las que se ha confrontado.

Imaginemos, pues, con esta perspectiva, que así como hay una madre y un padre en el contexto militar del armamento, igualmente pueda haber un abuelo, abuela, hermana o hermano, de horrendas consecuencias.

Qué mundo en verdad éste en el que estamos viviendo, sin límites ya ni siquiera en la terminología, que utilizan palabras tan entrañables para calificar a los objetos más amenazantes, como si se tratara de una infernal familia que puede decidir los destinos de la humanidad. Porque si bien no se trata de armamento nuclear, estas bombas impresionantes representan el preámbulo de una ofensiva demencial que está cada vez más cerca de apretar esos botones de la muerte terminal de nuestro planeta. Quisiéramos pensar que eso nunca llegará, pero la escalada de agresiones que asoma en el siglo XXI nos dice otra cosa y nos apunta que en cualquier momento se pueden dar pasos que sean ya irreversibles.

Por eso, además de empeñarnos en que nuestra fe y esperanza logren afianzarse para lograr que nuestra civilización avance, debemos exigir que se desactive el armamento nuclear y se establezcan acuerdos para una paz duradera. Hoy más que nunca debemos alzar la voz y multiplicar la acción frente a nuestros propios gobiernos, además de los foros internacionales, para que presionen a los belicosos e intermedien, por lo pronto, para rebajar esos ánimos tan peligrosamente alterados.

Y, de paso, evidenciar el desafío y el desdén hacia la humanidad misma por parte de algunas potencias que usan calificativos tan absurdos para justificar sus afanes destructivos e irracionales.

 

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