LA FALACIA DEL DETERMINISMO GENÉTICO

Desde los tiempos de Darwin en el siglo XIX, quien afirmó que los rasgos individuales se transmiten de padres a hijos como factores hereditarios, los científicos se centraron en la estructura de la célula como mecanismo de transmisión. Un siglo más tarde, en 1953, James Watson y Francis Crick descubrieron la estructura y la función de la doble hélice de ADN, definiéndola como la molécula perfecta para la herencia. Desde entonces su teoría se convirtió en la base de la biología molecular.

Por suerte, multitud de investigaciones en el campo de la epigenética nos han abierto los ojos a una realidad muy diferente, a través de la cual, no somos víctimas de nuestros genes, sino los dueños y señores de nuestros destinos. La información que regula la biología comienza con señales ambientales, o lo que es lo mismo, es el ambiente el que regula el desarrollo y comportamiento de las células, como tan bien nos muestra Bruce Lipton en su libro La biología de la creencia.

Lo que determina nuestra realidad física no son los genes, sino el entorno. Es nuestro entorno a través de las señales ambientales que absorbemos, generando la reacción de nuestro subconsciente, lo que genera nuestra realidad.

Las señales ambientales abarcan todo tipo de energía, desde el Sol y los planetas, hasta nuestros propios pensamientos. Nuestro cuerpo es energía, nuestros pensamientos son energía, y toda esta energía influye en nuestra biología.

Nuestra mente, a través de los pensamientos, sentimientos y emociones que genera, es responsable directa de nuestra biología y nuestra genética.

Son muchas las investigaciones y experimentos científicos que nos muestran cómo nuestras emociones tienen el poder de cambiar la estructura de nuestro ADN, eliminando de este modo una gran parte de los condicionamientos genéticos que históricamente nos han venido inculcando.

En esta misma línea, el doctor George W. Crile nos dice que el cáncer no se contagia ni se hereda, lo que se hereda son las costumbres alimenticias, ambientales y de vida que lo producen.

Diversos estudios sobre el cáncer que incluyen a hijos adoptados, como el realizado por Sørensen, Nielsen, Andersen y Teasdale, en 1988, publicado por la revista New England Journal of Medicine, han demostrado que los antecedentes no tienen nada que ver con el desarrollo del cáncer en los descendientes. En concreto, el estudio citado concluyó que los genes de familias en que abuelo y padre han muerto de cáncer antes de los cincuenta años, teniendo genes con predisposición cancerígena, no influyeron para nada en sus hijos biológicos que fueron adoptados y vivieron en otras familias. Asimismo, niños sin predisposición genética al cáncer, que fueron adoptados y convivieron con familias cuyos padres habían muerto de cáncer antes de los cincuenta años, habían multiplicado por siete el riesgo de contraer dicha enfermedad.

En base a todo esto, podemos afirmar que tener antecedentes de cáncer en la familia no nos predispone a padecer esa enfermedad, siempre y cuando se cambien los factores ambientales que estaban detrás del origen.

Los seres humanos como organismos vivos no estamos determinados por nuestros genes, sino condicionados por el entorno y sobre todo por nuestras creencias. Somos, por tanto, dueños absolutos de nuestro destino.

Nuestros genes establecen las características de la carretera por la que circulamos a lo largo de nuestras vidas, pero somos nosotros los que decidimos la velocidad, el carburante, el cuidado y el mantenimiento del vehículo con el que circulamos. Si circulamos por una carretera con muchas curvas a ciento ochenta kilómetros por hora, es seguro que tendremos un accidente. Lo mismo nos ocurre a nosotros. Si nuestros genes tienen unas determinadas características, entre otras cosas, deberemos ser más sensibles a nuestra alimentación o a la correcta gestión de nuestras emociones que otras personas con genes «más resistentes».

Si nuestro subconsciente percibe, a través de la información que le llega, que el ambiente es seguro, ordenará a las células que se pongan en modo crecimiento, mientras que si percibe que no lo es, la orden será funcionar en modo supervivencia. Entre otras cosas, si la célula funciona en modo supervivencia durante mucho tiempo, deja de crecer y reproducirse, lo que genera un deterioro enorme en el órgano en que se encuentre.

La evolución de nuestro cuerpo está regulada por las percepciones que tenemos del entorno.

En definitiva, el entorno y la interpretación que de este hace nuestro subconsciente es lo que interfiere en la regulación genética, guiando la evolución del organismo, y no como postula el neodarwinismo, y su determinismo genético, cuando afirman que son los genes los que lo dirigen.


Extraído de mi libro, EL ALMA DE LA SALUD


Ricardo Eiriz
www.eiriz.com

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