HABLEMOS DEL ORIGEN Y #QueSeAcabe

Un gran número de mujeres, por no decir que todas, en algún momento de la vida e incluso de manera cotidiana padecen violencia que “no se ve”, que no sale en las noticias, que no requiere hospitalización ni implica la muerte, pero que suma al desgaste del tejido social y que, de una u otra manera, nace en el núcleo familiar.

Históricamente, y como parte del orígen de la violencia en su contra, nos encontramos con una serie de actitudes y dichos que se han normalizado y que en mayor o menor medida son utilizados en el ámbito familiar tanto por hombres como mujeres. Hacer ver esas actitudes que promueven la desigualdad, el maltrato, y la violencia, es hoy un imperativo. Es necesario levantar la voz sobre lo que se piensa, erróneamente, que no es “tan grave”.

Por ello, en relación con la violencia que sufrimos las mujeres en México, conviene poner el foco en la familia porque ahí es donde se reproducen patrones de diferente tipo que la explican y, por ende, ahí es donde también vale la pena combatirla.

Parto de algunos datos espeluznantes: en 2016, una de cuatro mujeres padeció alguna agresión física o sexual en su hogar (sólo hablamos de quienes denunciaron), incluso en 2018, según el Instituto Nacional de Estadística poco más de 12 millones de mujeres soportaron la violencia en sus casas, y en la intimidad de su relación de pareja.

Esto no puede entenderse sin la impunidad que impera en el país; hace unos días, el experto Alejandro Hope señaló que las llamadas al 911 sobre violencia domestica “no se atienden o se atienden mal” y las órdenes de restricción emitidas por los juzgados no se cumplen ante todo por falta de recursos. En suma, según el portal Animal Político sólo tres de cada 100 asesinatos de mujeres son esclarecidos y llegan a condena.

Además de la impunidad hay que anotar que la cultura patriarcal o machista tiene fuerte raíz en México, es un factor de riesgo de violencia física (que suele concretarse) y un permanente acoso de violencia de tipo emocional contra la mujeres. Por lo cual también requerimos políticas públicas que incidan en esas creencias machistas, lo mismo en espacios públicos que en el núcleo familiar, en el primer caso por ejemplo los silbidos, piropos y, en general, el acoso en la calle, y en el segundo caso el replanteamiento de los roles en las actividades del hogar que eviten confinar a la mujer en un solo papel, pues la armonia de la casa y su funcionamiento cotidiano es responsabilidad colectiva.

Hagamos visibles estos comportamientos con el fin de combatirlos desde su origen. Promovamos un comportamiento distinto entre mujeres y hombres con la finalidad de erradicar la violencia entre ellos, y que no haya solo un día al año para celebrar a la mujer, y otro en contra de la violencia a las mujeres, si no que todos los días se promueva una educación encaminada a mejorar la convivencia social.

Por último, cabe señalar el papel protagónico cada vez más creciente que hemos ido teniendo las mujeres en la defensa de los derechos. Las jornadas del 8 y 9 de marzo tanto en el mundo como en nuestro país son fundamentales para visibilizar los graves problemas de violencia por los que atravesamos y, así, impulsar al mayor concurso social posible para encararlos. Desde el sitio que cada una quiera y con las actividades que considere pertinentes, esos días podrán ser un importante impulso para la defensa de los derechos, entre otros, el más fundamental: el derecho a la vida.

#QueSeAcabe el feminicidio

 

 

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Comentarios

  • Si, hagamos visible aquello anormal que se volvió normal solo por costumbre
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