EL PARADIGMA DE LA NALGADA

9274989458?profile=original“¿Cómo romper el paradigma que sostiene que en ocasiones es necesaria una nalgada cuando el niño hace berrinche?”, me preguntó una mujer.

          A pesar de que las ciencias médicas, psicológicas y pedagógicas han documentado en las últimas décadas las consecuencias negativas que tiene el castigo corporal este sigue vigente. ¿Por qué? Sucede que su padecimiento en la infancia termina por instituirse no sólo en el cuerpo sino también en la mente, en la mente donde se anida como un paradigma que en la vida adulta se practicará al considerársele una verdad incuestionable.

          Son innumerables las expresiones que apuestan al castigo físico y lo justifican: “A mí me tocó de todo, ni me traumé, fui traviesa y feliz”, “Gracias a esos golpes recibidos ahora soy gente de bien”…

          Y es que el poder de los padres sobre los hijos es infinito. Sus pautas de relación, su estilo de autoridad, la manera en ejercer la disciplina, dejan una marca fuerte que se traduce en creencias, en paradigmas que frecuentemente se reproducen con las siguientes generaciones.

          ¿Cómo desarticular el paradigma de la nalgada, del golpe, del castigo físico? El primer paso es conocer las consecuencias negativas que tiene a corto y largo plazo, a  nivel individual y social (múltiples evidencias las puedes encontrar en mi libro “Cero golpes. 100 Ideas para la erradicación del maltrato infantil”, de venta en las principales librerías).

          Otra alternativa muy puntual consiste en observar finamente al niño después del golpe. Notarás que cuando se aplica con la intención de sacarlo del berrinche (el cual es una manifestación de la frustración desbordada) generalmente termina por desorganizar aún más ese cuerpo infantil; en ocasiones puede suceder que el efecto sea el deseado, es decir, que el niño pare, deje su pataleta, lo malo es que en el lugar de la frustración aparecerá el miedo.

          Observar detenidamente el rostro de dolor, de susto, de desconcierto, es uno de los inhibidores de la agresividad. El problema es que generalmente cuando se les pega a los niños se procura no mirarle a los ojos (¿será por aquello de “ojos que no ven corazón que no siente”?).

          Preguntémonos qué siente el niño golpeado, porque ponerse en su lugar, permite frenar el acto (a menos que el golpeador sea un psicópata).

          El paradigma de la nalgada puede ceder si reconocemos y asumimos que para el niño que recibe castigos corporales el mundo es un terremoto, un caos, lo cual lo condena a una vida de estrés, desconfianza, suspicacia, desorden… venganza. En cambio, cuando al niño se le abraza mira el mundo de frente, al derecho, desde el lugar más seguro que puede existir: el hombro de su padre/madre que le rodea con sus brazos que lo cobijan de amor y confianza, cobijo que a su vez él regresará a sus respectivos hijos (y  a los que le rodean) el día de mañana. ¡Abrázalos!, no les pegues.

          Si te sientes tentada/o a pegarle, ¡retírate de la situación!, respira, tranquilízate, piensa en lo escrito renglones arriba y después regresa, contenle, corrige su conducta, enséñale cómo comportarse adecuadamente.

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