EDUCACIÓN DE LOS HIJOS E HIJAS LIBRE DE PREJUICIOS

Las niñas y los niños pequeños suelen actuar con naturalidad, espontaneidad y sin prejuicios. Posteriormente los adultos aniquilamos este tipo de atributos al transmitirles nuestros prejuicios, creencias, estereotipos y conflictos de identidad. Es así como aparece en ellos la vergüenza y el temor a ser originales, a ser libres, a poner en juegos sus habilidades, a manifestar sus intereses.

Los niños pequeños al igual que las niñas, manifiestan con naturalidad su afecto: abrazan y besan a quien les trata bien, con respeto y cariño, no importando si ese otro es hombre o mujer, adulto o par. Entonces aparecemos los adultos con nuestros prejuicios homofóbicos y les obstruimos la expresión.

Con nuestra burla inhibimos sus manifestaciones de afecto hacia sus congéneres, comenzando así un proceso que convertirá a ese niño en un adulto analfabeto emocional, que no sabe cuidar de sí mismo; en un adulto desconectado de su esfera sensorial-afectiva que requerirá de sustancias desinhibidoras para poderse expresar no sólo con sus congéneres sino también con el otro sexo, por ejemplo, alcohol o drogas.

“No quiero que mi hijo se vuelva dependiente de nadie, él tiene que aprender a valerse por sí mismo, sin perder de vista el respeto, la educación, los valores, el ser benigno para con los de más, misericordioso, ‘manso’... pero no ‘menso’..., que sea un niño, un adolescente, un joven feliz, para que cuando sea un adulto... llegue sin culpas... sin etiquetas”. Este es el deseo de una madre lectora de este espacio hacia su hijo. Para que tal cosa suceda la clave está, entre otras cosas, en educación, en la formación humana libre de prejuicios, de estereotipos, para lo cual primero necesitamos reeducarnos los adultos.

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