DERECHOS DE LAS NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES

Derechos de las niñas, niños y adolescentes

El epicentro de la violencia contra niñas, niños y adolescentes en el mundo está en la familia. Y ese punto de partida es de primer orden al querer explicar y, más aún, enfrentar éste, que es uno de los problemas más graves de la humanidad. Por eso, primero vale la pena preguntarnos qué decimos cuando hablamos de la violencia contra niñas, niños y adolescentes.

De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), se entiende por violencia “toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o de cualquier otra persona que lo tenga a su cargo”.

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Si nos centramos en la violencia física las cifras son devastadoras, los datos también son de UNICEF: “en todo el mundo el 20% de las mujeres y entre el 5% y el 10% de los hombres sufrieron abusos sexuales durante la infancia”. En otra vertiente, en el Caribe, un 96% de las personas dedicadas a la atención a la infancia entrevistadas creían que el castigo corporal refleja que los padres y madres están “lo bastante atentos como para invertir tiempo en formar adecuadamente a sus hijos”.

Entonces, como he dicho, el epicentro de la violencia física o emocional contra la infancia, en particular contra niñas, niños y adolescentes, está en la familia. Vamos, en el conjunto de valores que dan sentido y dinámica a la convivencia entre padres e hijos y que, en el corto y mediano plazo, reproducen esos mismos valores y normalizan la violencia.

México ocupa uno de los primeros lugares en violencia física y homicidio de menores de 14 años en el mundo (tan solo en 2018, por ejemplo, se denunciaron 30 mil casos de posibles delitos sexuales). Ello se debe, desde luego, a varios factores que abarcan desde la violencia generalizada en el país hasta el problema fronterizo en la zona norte del país donde viajan solos en promedio seis de cada diez menores. Pero si nos centramos en la familia constatamos el maltrato de padres y madres o tutores en diferentes escalas de violencia que se reflejan en la sociedad, por lo que deben fortalecerse las políticas públicas de prevención y sanción.

La violencia emocional comienza desde lo aparentemente más trivial. Asociar, por ejemplo, la identidad de una niña con el vestido y los colores convencionales y reprenderla si ella contraviene con ese tipo de “normas” o dictados. Delimitar en ellas un rol, digamos para jugar a ser madre y en el juego hacerse cargo de las tareas domésticas para más tarde, en la noche, estar bien vestida y guapa para recibir al esposo como parte de sus obligaciones; con ello se limita el horizonte en el que ella, como mujer, pueda ser profesionista o, simple y llanamente, desempeñar algún rol diferente al mencionado. Respecto a la violencia física, los golpes en la vida cotidiana de parte de padres y madres es una de las actividades más lesivas contra la infancia. Y entre esas prácticas, la violencia sexual ocurre generalmente con toda impunidad no sólo porque llegan a ejercerla los propios padres o familiares sino porque al exponerla a sus padres, la niña suele recibir un rotundo desmentido de parte de ellos. “No, cómo crees, tu tío es incapaz”, y cosas por el estilo.

Hay múltiples ejemplos de violencia emocional y fisica que a diario suceden en nuestro país, a veces incluso sobre la base de que es normal ver a la niña sirviendo comida al padre y al hermano, constatar a la joven como responsable del aseo del hogar o limitarla a esa labor sin permitir buscar nuevos horizontes, entre muchos otros. Por ello, también está en nosotras anotar los errores que como madres e hijas tenemos, y contribuir con nuestro granito de arena para enfrentar éste que es uno de los principales flagelos de la humanidad y que en México se constata todos los días.

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