Cómo criar y educar un adolescente suicida?

El psicólogo Miguel de Zubiría dedicó buena parte de su vida al trabajo con niños de inteligencia superior, esto es, con coeficientes intelectuales tan altos que la gente les denomina 'superdotados' o 'genios'.Con el paso del tiempo, y a medida que veía evolucionar las vidas de sus alumnos especiales, fue dándose cuenta de que la mayoría se convertían en "personas muy regulares, muy promedio, muy mediocres en el bachillerato, en la universidad o en la vida profesional y, lo que es más importante, en su vida personal".Eso no correspondía a las expectativas que De Zubiría se había formado durante tantos años de trabajo, aunque como dice el aforismo, 'unas por otras': le quedaba el consuelo de comprobar, de primera mano, que la diferencia entre un ser humano y otro está, más que en las capacidades, en las motivaciones, en el compromiso, en la pasión, en la dedicación y en la entrega. "Dicho un poco vulgarmente, si una persona con capacidad superior le dedica 50 horas a una labor y otra con capacidades promedio le dedica 100 o 200 horas... es más probable que esta última se desempeñe mejor".Parece sencillo, pero lo que De Zubiría enuncia es una marcada evolución respecto a la psicología del siglo pasado, que valoraba más la cognición, las calidades intelectuales y la inteligencia, hacia una nueva psicología, basada en la motivación, el interés, el empeño y la voluntad.Para la Psicología, dicha evolución representa una sacudida de intensidad semejante a la sufrida en los últimos años por todas las demás áreas de la ciencia."Una sacudida muy fuerte y bastante reciente, que quizá arrancó en 1983", dice De Zubiría. En ese año, Howard Gardner, director del Proyecto Zero y profesor de psicología y ciencias de la educación en la Universidad de Harvard, publica 'Las inteligencias múltiples'.Según él, cada ser humano posee inteligencias con una localización precisa en el cerebro. La diferencia radica en la forma como cada cual desarrolla sus diferentes inteligencias: lógico-matemática, verbal o lingüística, espacio-temporal, cinético-corporal, musical, personal (intrapersonal e interpersonal), naturista y existencial.De allí en adelante han surgido gran cantidad de estudios enfocados en descubrir qué es lo bueno de los seres humanos, pues se conoce mucho sobre las psicopatologías y el lado oscuro de la mente, pero se ignora por qué hay niños generosos, o amables, o simpáticos, o altruistas.Este mirar lo positivo ha llevado a los científicos a concentrarse, más que en las capacidades intelectuales, en las sensibilidades, en la dimensión estética, afectiva y moral del ser humano.Allí en ese punto es donde apareció el tema del suicidio, el primer viraje en la ruta investigadora de De Zubiría, quien acaba de publicar 'Cómo prevenir la soledad, la depresión y el suicidio en niños y jóvenes', un manual surgido del hecho de asomarse a un abismo muy profundo, un precipicio que arroja datos como este: en 2006, en Colombia se suicidaron un promedio mensual de 12 jóvenes entre los 15 y los 17 años de edad.No habla muy bien de una sociedad un índice tan elevado de suicidios.Es cierto. No se trata simplemente de un problema psicológico circunscrito a las familias. Tiene que haber ocurrido algo, especialmente en los últimos 50 años, para que este tipo de epidemia que abarca la soledad, la depresión, los intentos de suicidio y los suicidios, estén subiendo con tanta fuerza. Es una sociopatología, un trastorno asociado con cambios en la sociedad y no en los individuos.¿La sociedad está incapacitada para suplir las necesidades afectivas de los jóvenes? En el entendido de que ellos son el futuro, estaríamos haciendo muy poco por ese futuro.Creo que sí, pero es una respuesta más pesimista que cualquiera otra porque no veo ninguna salida a mediano plazo. Uno de los asuntos más problemáticos es que la mayor parte de los papás optaron por ser muy afectuosos con sus hijos, porque ante todas estas tragedias decidieron ser buenos amigos de los hijos, cariñosos, amorosos, y darles en el hogar un ambiente lo más afectuoso posible.Y curiosamente, estamos descubriendo que ese tipo de ambiente es el más propicio para el suicidio. Es un punto de investigación que me tiene realmente consternado porque un número muy grande de muchachos con intentos de suicidio, o con pensamientos suicidas, viven en ambientes supremamente favorables.Entonces... ¿Cómo explicar que unos padres amorosos sean promotores del suicidio?Simplemente porque la vida no es así, porque la vida escolar, la universitaria, la laboral, están regidas por lógicas que no son las del afecto.Entonces un niño criado en condiciones muy benevolentes es un niño que se vuelve frágil, delicado, que no ha sufrido y que de un momento para otro comienza a acumular sufrimientos, desengaños y envidias... hasta que se rompe.¿Y qué respecto al consumismo, a la cultura de comprar y tener? ¿Qué tanto puede estar incidiendo en el fenómeno?Ese es otro factor definitivo. El problema es que entre uno más quiere más se decepciona. No es que entre uno más quiere más quiere, sino que más se decepciona. El consumo produce una saturación muy rápida. Si tengo la mejor grabadora, ¿para qué otra grabadora? Si me tomé el mejor yogur del mundo, ¿para qué más yogur?Se está deteriorando algo que técnicamente se denomina 'el circuito de la expectativa'. Estamos formando una generación cuyas expectativas son muy pobres, precisamente porque están saturados de cantidades de objetos, de cosas, de bienes y su cerebro llega a un punto en que ya no quiere más y entonces surge la apatía, el sinsentido de la vida.¿Sinsentido es igual a depresión? ¿Será muy aventurado afirmar eso?La depresión es como un 'sin sentirme', un malestar conmigo mismo, con lo que hago, con la vida, con mis escenarios, que muy rápido conduce a las preguntas '¿y qué', '¿para qué estoy yo aquí?'. Ese tipo de pregunta existencialista conduce a su vez al sinsentido, que es la fase última, la más conectada con el suicidio, el umbral del mismo, el punto del no retorno.¿Y si la permisividad está arruinando la vida y el futuro de los muchachos, cómo puede revertirse la tendencia? ¿Existe punto medio, fiel de la balanza?Esto va a sonar muy raro, pero el punto medio eran nuestros abuelos y bisabuelos, los que hoy nos parecen autoritarios, serían el punto medio aristotélico.O sea el cocotazo y el beso encima del chichón...La pechuga del pollo para el papá, el cocotazo, la exigencia, el regaño, ese tipo de cosas que llamamos represivas, son las que reconocemos hoy como el punto medio, lo que cada uno de nosotros necesita por distintos factores.Cualquier desviación de ese punto medio, que fue lo que hicimos con el hippismo y la educación amorosa, es peligrosísima. Pero no se trataría de volver hacia una medio permisividad, porque la verdad no hay punto medio. O formamos los hijos para enfrentar una vida que es severa, o no habrá salida. Porque para vivir bien no se necesita ninguna formación, para lo que se necesita formación es para cumplir con los deberes, para hacer lo que no nos gusta, porque buena parte de la vida está constituida por eso.Entonces mi tesis es volver a la familia premoderna, no moderna ni posmoderna, porque de lo contrario la formación de nuestros hijos adolecerá de una cantidad de problemas muy graves.Pero admitamos que de la permisividad queda al menos una buena lección: la violencia gratuita no es justificable. Se supone que la sociedad evoluciona y es difícil aceptar otra vez el zurriago de los abuelos o la correa como instrumento pedagógico. Hay que avanzar en la cultura de la no-violencia.Es un tema muy enredado porque hay un mito muy peligroso según el cual la violencia genera violencia. Digo peligroso porque lo que se ha demostrado con mucha claridad es que un buen castigo, en el momento justo y acorde con la falta, es lo mejor que le puede pasar a un niño.Ser castigado hace que en un futuro, cada vez que quiera no hacer la tarea, o sienta el deseo de mentir, su cerebro le hará evitar cometer esa clase de acción, ya en ausencia de los 'policías'. Es que también sucede con los adultos: ¿Qué tal si aboliésemos la sanción por manejar borrachos?La inmensa mayoría manejaría borracha. No hay que estigmatizar los castigos, pues la realidad es que si bien en el pasado había un uno por ciento de padres maltratadores, la inmensa mayoría eran severos, pero justos.¿Y si asumiésemos que el suicidio juvenil es apenas el síntoma de una enfermedad social mucho más grave? ¿No será la sociedad entera la que busca autodestruirse?Estoy de acuerdo con eso. Es más, diría que hay síntomas aún invisibles y que pueden ser peores. Si uno piensa con un gran cinismo, el suicida es un individuo que toma una decisión y se mata, aunque deja jodida a toda su familia durante mucho tiempo.Pero es un procedimiento rápido, expedito, y si uno lo piensa, ejecutivo. Mucho más difícil es el tema de la depresión, que puede someter a una persona a veinte, treinta, cincuenta años, toda una vida de sufrimiento continuo. O la soledad, que afecta a millones de personas.Pero los problemas de pobreza, de desplazamiento, son indicadores efectivos de que hay un daño muy serio y complicado en la sociedad humana, cuyo origen puede remontarse a la aparición del capitalismo, cuando las familias empezaron a quedarse sin abuelos, sin tíos, sin una serie de personas que ayudaban a formar al hijo. Hasta que después de 1956 comenzamos a dañar los núcleos familiares. Y así estamos hoy, con uno de cada tres niños colombianos que viven sin su padre.Dicho lo anterior, De Zubiría calla y esboza una sonrisa tímida mientras cavila dirigiéndose hacia una nueva jornada de trabajo. Al verle así, tan sereno y tranquilo como si el problema del suicidio juvenil no tuviese nada que ver con él, uno no puede menos que preguntarse si será cierta aquella definición según la cual un pesimista no es más que un optimista bien informado.Entrevista realizada por Rafael Baena.Lorena Panessohttp://mentesmillonarias.es.tlMedellín, Colombia
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