ATRÉVETE A TRIUNFAR POR MÉRITOS PROPIOS...

ATRÉVETE A TRIUNFAR POR MÉRITOS PROPIOS...

El gato con botas o el solo si dejas que tú valía y tu esfuerzo hablen por ti, tendrás un triunfo verdadero.

 

Quién no ha deseado alguna vez tener una suerte de promotor, mentor o relaciones públicas que le haga a una, o a uno, famoso?

 

  • ¿Es el Gato con Botas un manager desaprovechado o muy aprovechado? Claro que el cuento original nos habla de un gato caradura, mentiroso y manipulador. Si bien es cierto, que no hay referencia o crítica alguna a la credulidad y estulticia de la gente que, a la menor indicación del gato, obedece sin rechistar y sin cuestionar nada de nada.

 

  • ¿Nos habla, el gato con botas, del ingenio y la capacidad para sortear situaciones y salir airoso incluso cuando todo parezca que está perdido? Suele decirse que ‘más

 

  • vale maña, que fuerza’. A veces, más vale ACTITUD que APTITUD, puesto que muchas personas valen mucho pero no creen en ellas, lo cual les lleva a no saber venderse bien.

 

Éste cuento, bien podría el cuento referirse al uso o abuso de las capacidades. O, del arte del reencuadre: darle la vuelta a las situaciones y conseguir que algo negativo se transforme en positivo.

 

Déjate de cuentos, y no esperes a que nadie hable bien de ti. Aprende a ser tú mismo tu mejor manager, aprende a venderte, a pasearte por el mundo mundial. Usa tus recursos para conseguir lo que quieras, si no te quedas lamentándote, al final, lograrás lo que te propones.

 

 

ÉRASE una vez dos hombres que habían sido muy amigos en su infancia. Cada uno de ellos había tomado un camino muy diferente en la vida, cosechando por lo tanto fortunas o infortunios muy diversos. Ambos poseían una inteligencia poco común, si bien uno era más, digamos, listo que el otro, e incluso con poca o nula vergüenza a la hora de hablar bien de sí mismo. Resultó que ambos fueron a encontrarse muchos años después de haberse separado: el uno convertido en famoso y rico escritor, y el otro tratando de salir adelante después de haber sido millonario y haberlo perdido todo. El escritor había logrado su triunfo y su riqueza a base de esfuerzo, constancia y perseverancia. Creía en su talento. Confiaba en que si persistía en su intento, al final lograría llevar sus obras a la gente, como así fue. Le costó ‘Dios y ayuda’ publicar sus libros y conseguir que los editores le apoyasen para que sus libros pudiesen estar al alcance de la gente. Él sostenía al igual que su abuela que ‘lo que no se enseña, no se vende’. El escritor, aprendió a ser su mejor manager. Fue de editor en editor tratando de vender su manuscrito, hasta que al fin logró encontrar quien apostase por él y su obra. Como era muy honesto y legal no contaba de él nada que no fuese cierto, ahora bien, dado que tenía un nivel de confianza en sí mismo (autoestima) fuera de lo común y muy poco habitual, muchos o le tomaban por prepotente o por charlatán. Nada de nada: era incluso mejor que lo aseguraba ser, bastaba con conocerle un poco y se medianamente inteligente para apercibirse de ello inmediatamente.

 

“¿Fue todo idílico?”

 

En absoluto. Hubo muchos sinsabores. Muchas noches de blanco insomnio. Muchas mañanas de café descafeinado y yogur caducado.  De haber tenido manager, ¿quizá le hubiese ido mejor? No lo creo. O, puede que sí. El caso es que uno puede ser excelente, un genio, pero como decía mi abuela: ‘lo que no se enseña, no se vende’. Y, él se vendía poco.

 

“¿Qué es eso de venderse?”

 

Resaltar lo bueno de uno, ensalzarlo, recalcarlo, sobredimensionarlo, alabarse… basándose en algo real y auténtico, o bien inventándolo pero haciendo que parezca verdad. De hecho, los publicistas son expertos en hacerle creer a la gente que tenía tal o cual necesidad y que para satisfacer dicha necesidad latente ha sido creado tal o cual producto. Y, por si no se lo acaban de creer –tragar el anzuelo-, los publicistas idearán unos slóganes y unos razonamientos imposibles de eludir.

 

En estas del venderse se aplicó ese amigo de la infancia del escritor. No valía tanto como el escritor, ni era tan talentoso. Sin embargo, era muy resolutivo, y tenía ausente de vergüenza sus alforjas por lo que se las supo apañar muy bien. Era una especie de ‘gato con botas’: sabía muy bien en cada momento decirle a la gente lo que quería oír. Sabía muy bien como apropiarse de ideas ajenas y hacerlas pasar por propias. Allá donde fuere, triunfaba. La gente le adoraba. Tenía labia para parar un tren. Sabía en cada momento decir la palabra apropiada, acercarse a la persona idónea y lograr que se adhiriese a su causa. Logró incluso apropiarse con la fortuna de otro. Oh, olvidé contar que el amigo del escritor era una especie de ‘come- reconvierte-empresas’ (como el super ejecutivo millonario de la película ‘Pretty Woman’). Todo un tiburón de los negocios. Obviamente, trabajar, lo que se dice trabajar, trabajó duro. No obstante, no le importaba lo qué tuviese que decir, ni lo que tuviera que hacer ni a quién tuviese que mentir o contar la mitad de la verdad. Y, todo con tal de lograr su objetivo. Cierto es que alcanzó a conseguir la meta que se propusiera, pero olvidó cuidar las relaciones personales, olvidó basarlas en la autenticidad.

 

Dado que no hay éxito que cien años dure, cuando vinieron las ‘vacas flacas’, aquella gente a la que había torpedeado empezó a pasarle factura: ir por la vida arrasando, tiene sus ventajas y sus desventajas. Uno puede pasearse por la vida como una apisonadora triunfadora pero no debe olvidar que ‘arrieros somos y en el camino nos encontraremos’… con nuestra propia conciencia, ¡claro!

 

Eso lo sabía muy bien el escritor, de ahí que nunca quiso tener en su vida a un manager gatuno con botas o sin botas. No le gustaba exagerar nada de sí mismo. Prefería el largo y tedioso camino del esfuerzo, de la perseverancia y de la constancia antes que llegar rápido y amasar una fortuna a base de aprovecharse de la gente, o de liarla, o de contarle milongas, o de tratarla con displicencia. Cierto es, que muchos pensaron que era un perdedor. Si bien, él sólo tenía una conciencia y ésta era muy estricta. Cuando su amigo de la infancia fue en busca de su ayuda y de su amistad, cuando todos le hubieron dejado de lado al perder su fortuna, el escritor le recibió con respeto y con compasión: no había necesidad alguna de reprenderle, cada uno debe aprender sus lecciones a su manera, a su ritmo y a su tiempo.

 

El especulador aprendió la lección. Con el tiempo se puso al servicio del escritor ayudándole a dar a conocer sus obras a multitud de gente, eso sí, basándose en la valía de su amigo. Aprendió a usar sus conocimientos con respeto hacia sí mismo y los demás. E hizo lo más difícil: vender ideas basándose en la veracidad del producto, cuidando las relaciones personales, respetando la inteligencia natural de la gente. Consecuentemente, logró metas que antaño consideró inalcanzables. ¡Ya le hubiese gustado, al Gato con botas del cuento, que él le hubiese dado lecciones!

 

“¿De verdad?”

 

Por supuesto. El triunfo logrado fácilmente, se va fácilmente.

 

“¡No siempre es así!”

 

Lo parece, aunque no lo es.

 

El triunfo fácil, al tener que ser maquillado una y otra vez, cuesta mucho mantener la fachada. Sé de escritores que usan ‘negros’ (así se conoce en el negocio editorial al que escribe un libro para otro que será el que lo firme), por lo que si uno de sus libros triunfa, los siguientes han de ser mejores, lo cual le lleva a ser ‘esclavo’ de su propio ‘negro’: toda una ironía del triunfo prestado.

 

He aquí porque el triunfo nunca llegue por casualidad sino a base de esfuerzo, perseverancia y basándose en la autenticidad del talento propio que no ajeno. Por cierto, carisma y charlatanería no son sinónimos ni se parecen ni de lejos.

 

 

ü Metáfora y Metamensaje
 

Los gatos con botas del mundo suelen ser unos perfectos triunfadores, centrados única y exclusivamente en lograr el triunfo por el triunfo, esto es, por el poder que otorga dicho triunfo y por las alfombras rojas que pone a los pies semejante éxito. El gato con botas, al fin y al cabo, es esa capacidad de seducción, carisma, simpatía y conquista que todos tenemos. El resultado a corto, medio y largo plazo depende de cómo hagamos uso de ella. Hay quien triunfa sin pasar por encima de su conciencia –como el escritor-, y hay quien obvia al ciento por ciento su conciencia –como el especulador-. Al final, el triunfo es amargo o dulce dependiendo de cómo nos hayamos tratado espiritualmente a nosotros, por ende de cómo hayamos tratado a los demás.

 

El triunfo rápido basado en el ‘maquillaje’ de las circunstancias o capacidades, abuso de la buena fe del congénere, dando codazos, usando todo tipo de tretas, obviando la singularidad, haciendo la pelota a quien sea, contándole a la gente lo que quiere oír, o apelando a los gustos facilotes de la masa deseosa de un ídolo al que adoptar para las noches de insomnio, acaba por deshacerse como una pompa de jabón. Y, lo peor de todo es que el que triunfó carece de una verdadera estrategia para volver a lograr el mismo tipo de éxito.

 

En cambio, el triunfo basado en la veracidad, en el respeto, la constancia y la autenticidad… tarda más en llegar, pero se va consolidando poco a poco, y aparte de que cuando llega es muy sólido, se sabe cómo organizar la estrategia, esto es, se sabe una manera de lograr lo qué uno quiere.

El carisma es importante para lograr el triunfo, pero la valía es imprescindible si queremos que el éxito sea sólido y duradero.

 

Recuerda: Lo que importa es el poder de la autenticidad. Triunfa por méritos propios.

 

 

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Comentarios

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