Antitauromaquia

Jamás podré perder la esperanza, y algún día -que muy probablemente no pueda atestiguar- se acabará la barbarie torpe, cruel e innecesaria que es el martirio de una noble y hermosa bestia en un rito propio de un pueblo egoísta, ciego y sediento de sangre.Hace miles de años, los romanos acudían puntualmente a recrearse en la carnicería de osos, tigres y cristianos, y ajenos al dolor que presenciaban se solazaban en apuntar hacia arriba o abajo el dedo pulgar, para mostrar la decisión de la que pendía una vida.La tortura de animales humanos y no humanos fue práctica habitual durante muchos siglos dentro de un coliseo o fuera de el. Este método fue muy popular como espectáculo público; la muchedumbre ignorante acudía con singular alegría a presenciar el escarnio de sacrílegos, delincuentes, brujas, no conversos y de rebeldes contra la autoridad en turno. Quemados, ahorcados, destripados, empalados, decapitados, etcétera, miles fueron muertos teniendo como testigo principal el gozo de sus congéneres.Casi tres siglos después del fin de esas barbaries, aún se sigue practicando el tormento ridículo, grotesco y cursi, de un rumiante pacífico al que hay que cubrir de dolor para que decida defenderse de las artimañas utilizadas para acabar con su fuerza.Saliendo de un oscuro encierro de veinticuatro horas y con el aguijonazo previo de la llamada divisa que con cintas multicolores muestra de qué negocio salió, el toro experimentará en el primer tercio de la “fiesta” el inicio de su exterminio donde le serán triturados los músculos dorsales y cervicales para impedir los movimientos bruscos de la cabeza con un hierro biselado de doce centímetros de largo y más de veinte milímetros de grosor y que logrará que de esa herida mane sangre a borbotones; seguidamente sobre ese lomo lacerado le serán colgados seis palos que atravesarán su piel cortando nervios, músculos y vasos sanguíneos para desangrarlo (pierde hasta un tercio del total de su sangre) y debilitarlo hasta el último tercio de un martirio perfectamente reglamentado.En la arena del sacrificio teñida ya de púrpura, la agonía del animal-acompañada de la alegría del espectador- continuará; el verdugo de mallas rosas atravesará su cuerpo con una espada de 80 cms de longitud, que puede destrozarle el hígado, los pulmones y la pleura, según el lugar por donde penetre; de hecho, cuando destroza la gran arteria, el toro agoniza con enormes vómitos de sangre. La cabeza gacha, la lengua de fuera solicitándole al aire que pueda entrar mejor a sus pulmones llenos de sangre, la torpeza de sus movimientos, la mirada perdida, son algunos signos que el matador utilizará para demostrar su “valentía” acercándose a él lo más que pueda con la plena confianza de que jamás podrá ser lastimado. El animal muge lastimosamente, pero entonces es descabellado con otra larga espada que termina en una cuchilla de 10 cms. A pesar de estos terribles tormentos, el animal no suele morir de inmediato por su gran fuerza, pero finalmente cae al suelo, porque la espada le ha destrozado sus órganos internos.Lo 'rematan' con la puntilla (puñal) de 10 cms. con lo que intentan seccionarle la médula espinal, a la altura de las vértebras 'atlas' y 'axis'. El toro queda así paralizado, sin poder siquiera realizar movimientos con los músculos respiratorios, por lo que muere por asfixia, muchas veces ahogado en su propia sangre, que le sale a borbotones por la boca y la nariz.Los datos científicos sobre las corridas coinciden con el criterio de que los toros padecen un dolor intenso y un estrés considerable durante la lidia. La respuesta neuroendocrina al cortisol no es la misma si el sistema nervioso está dañado, que es el caso del toro durante la lidia.El toro es un animal con un sistema nervioso incapaz de bloquear el dolor, si lo anterior fuese posible el toro sería un animal hormonalmente diferente y único, un mamífero extraordinario diferente a los otros animales, es decir antes bien gozaría de la torturante y agonizante lidia en la plaza de toros, al igual que gozan quienes no lo ven sufrir.Yo no necesito más razones para justificar mi rechazo a las corridas de toros, no necesito acumular más evidencia de que es un espectáculo torpe, cruel e innecesario en donde el fin último de la función es prolongar la vida del animal a través del dolor subdividiendo su vida en mil muertes.
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