¿Y AHORA, QUÉ SIGUE?

 

 

Luego de cinco intensos días, el papa Francisco concluyó su visita a México. Ahora, la gran incógnita es: ¿esta gira tendrá repercusiones, provocará cambios en el futuro inmediato o pasará de largo como una anécdota más?

Fuimos testigos de grandes movilizaciones de creyentes que asistieron a los diferentes actos del pontífice, así como de multitudes que conformaron las vallas en sus recorridos, tanto en la capital de la república como en las diversas entidades federativas que visitó.

Atestiguamos, asimismo, que si bien en los mensajes que emitió el ilustre visitante se abordaron algunos de los grandes problemas que nos aquejan, esto se hizo con respeto y moderación, sin incomodar a las autoridades del país. De hecho, nos responsabilizó a cada uno de que juntos demos solución a la problemática que aqueja a la nación, aunque enfatizó que los gobernantes, las autoridades y quienes están al frente de los partidos políticos tienen responsabilidades mayores y están obligados a generar las condiciones económicas y sociales para el mejor desarrollo y bienestar de la sociedad en su conjunto.

No dejó fuera a los suyos e incluso alguno de sus mensajes tuvo una clara crítica y autocrítica de mayor calado. Me refiero a la ocasión en que les dijo a los arzobispo y obispos que se deben acercar a los feligreses, que actúen conjuntamente en asuntos que generan gran preocupación, que lo mismo van de la violencia y el narcotráfico a una débil pastoral. Lo relevante es tomar conciencia y acción lejos de omisiones y negligencias.

También hizo un llamado a que no se excluya a las muy diversas culturas que coexisten en la nación mexicana, e invitó a promover una solidaridad activa para los mexicanos que emigran al vecino país del norte en busca de mejores condiciones de trabajo, donde se violentan sus derechos humanos y legales.

Otro aspecto a destacar es que depositó una gran esperanza en los jóvenes y su capacidad de renovar a la sociedad para superar ancestrales problemas que tienen que ver, por ejemplo, con la corrupción, la impunidad y el materialismo.

Habrá que leer, releer y analizar los diversos mensajes que el líder de la Iglesia católica dejó en México. En todo caso, lo importante será constatar que, en efecto, su palabra ha influido y comprometido más a creyentes y laicos para remontar una problemática compleja y enraizada como la nuestra, incluidos los problemas en el orden económico, a los que también hizo alusión. Y era de esperar que así ocurriera, pues resulta imposible soslayar que “Poderoso caballero es don dinero”, como bien decía Quevedo.

Nos quedamos, pues, con la convicción de que de nosotros depende la capacidad de buscar el cambio y reorientar la marcha del país por senderos que apunten a la paz social, la equidad y el progreso común.

Ojalá que así sea y que la palabra papal no pase de largo y se diluya sólo en buenas y efímeras intenciones, como ha ocurrido en otros momentos en nuestra historia reciente.

Queda muy claro que la tarea es para todas y todos nosotros, pues de no asumirla no habrá nadie que venga a hacerla en nuestro lugar. Contamos, eso sí, con quienes nos alientan y nos muestran otros horizontes, como es el caso de la noble propuesta del papa Francisco.

 

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