UNA VEZ MÁS, TRUMP

 

 

 

Aunque quisiéramos olvidarnos del impresentable Donald Trump, sus palabras y acciones nos lo impiden. Si fuera cualquier hijo de vecino podríamos ignorarlo y pensar que simplemente es un bravucón impulsivo y exhibicionista. Pero resulta que es el presidente del –todavía– país más poderoso del mundo. Por esa razón no podemos pasar por alto sus tonterías y menos aún sus desplantes cuando adopta posiciones de consecuencias graves, que implican riesgos incalculables.

 

Esta semana el señor se lució. De nueva cuenta incurrió en barbaridades al referirse hace unos días a Venezuela, para no variar con sus acostumbrados exabruptos. En esa ocasión habló de la posibilidad de usar la fuerza militar contra el gobierno actual de ese país sudamericano, encabezado por Nicolás Maduro.

 

De entrada, no hay duda de que sus frases amenazantes constituyeron una torpeza porque no hacen sino darle argumentos a la dictadura que encabeza Maduro, quien seguramente está feliz de que le pongan en charola de plata la posibilidad de denunciar el intervencionismo estadounidense, que ya de por sí ha sido acusado de estar detrás de las más violentas manifestaciones en las calles de ese país.

 

Con su postura ignorante y agresiva, el presidente de Estados Unidos desconoce o quiere soslayar los avances que se han logrado con muchos sacrificios y pérdidas de vidas en diversos momentos históricos en nuestro continente latinoamericano, que ha padecido y superado  dictaduras militares apoyadas por Estados Unidos, o peor aún, contra democracias emergentes que no fueron de la simpatía de ciertos gobiernos del imperialismo del norte.

 

Hoy vemos que la mayoría de los países de nuestro continente están construyendo sistemas democráticos, no sin dificultades y obstáculos, pero en procesos que avanzan en general con resultados aceptables. La excepción son unas pocas naciones que se empeñan en alargar la permanencia de gobiernos autoritarios de manera forzada o descarada, apoyados con la fuerza militar de sus dictadores. Su objetivo dejó de ser el bienestar de su pueblo, si es que alguna vez lo fue, y hoy día solamente buscan eternizarse en el poder, para lo cual no dudan en reprimir toda expresión, por incipiente que sea, de movimientos democratizadores.

 

El gobierno mexicano se ha atrevido a cuestionar la postura del presidente de Estados Unidos, lo cual es de reconocerse, sobre todo por algunas acusaciones que ha recibido en términos de su intromisión y boicot al actual gobierno venezolano, en el marco de la Organización de los Estados Americanos.

 

Junto a nuestro país, más de una decena de naciones se han pronunciado en el mismo sentido. Es decir, han dejado manifiesto que por ningún motivo justificarían una invasión armada de Estados Unidos a Venezuela.

Eso, por supuesto, no significa que se deje de alentar el diálogo y la vía diplomática frente a los excesos de Maduro y su gobierno dictatorial.

 

En otra de mis colaboraciones recientes me pronunciaba contra los intervencionismos, vinieran de donde vinieran, en el caso de Venezuela. Eso, sin merma de la defensa irrenunciable de la vía democrática como único camino para la solución a sus problemas, pese a lo profundos y preocupantes que sean.

 

Está claro que esa postura no significa un espaldarazo a Nicolás Maduro y su constante negativa de instaurar un régimen de democracia plena, con partidos políticos de diferentes tendencias ideológicas y una libertad de expresión sin frenos ni censuras, entre otros valores políticos, sociales y humanos.

 

Vemos, entonces, dos aristas en extremo riesgosas, ambas inaceptables. Por una parte, la amenaza militarista estadounidense que, si ahora se permitiera, después podría lanzarse contra cualquier país cuando a ellos, quienes detentan el poder mundial, decidan que hace falta, pasando sobre los tratados internacionales y las soberanías nacionales. Por otro lado está el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, cada día más obnubilado y autoritario, que se niega a ver la realidad y reprime cualquier disidencia, aunque eso implique practicar el asesinato descarado. Por donde se le vea, nos encontramos ante una realidad alarmante, reprobable e inadmisible en pleno siglo XXI.

 

Queda claro, entonces, que no podemos avalar ninguna de las dos partes en esta disputa. Por un lado, Donald Trump, ignorante, agresivo y demencial; por otro, Nicolás Maduro, despótico, intolerante y represor.

 

Qué bueno que la mayoría de las naciones latinoamericanas –incluido, por supuesto, nuestro México– están sintonizadas y comprometidas a seguir en la ruta de la democracia.

 

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