Hay muchas circunstancias de la vida que pueden activar o generar en nosotros una seguridad y autoconfianza circunstanciales, demasiado dependientes del entorno. Por ello mismo, pueden desaparecer con éste, tan aleatoriamente como llegaron. Cuando esto ocurre, aunque sea de forma temporal, puede ser igualmente aprovechable. El único problema en este caso sería que al desvanecerse con algún cambio en nuestra vida acusáramos más su ausencia.  En esa forma experimentamos nuestros diferentes aspectos valiosos, que se integran poco a poco en un sentido de valor complejo y pleno. Cuando logramos esto se producen como resultado una serie de evidencias o pruebas de logro que deberemos observar y tener en cuenta, a modo de verificación. Pero siempre debemos observar nuestra vida en su sentido dinámico y no alarmarnos si en ciertos momentos tenemos la sensación de perder alguno de nuestros logros; de la misma manera, podemos recuperarlos si conocemos el camino.
Una consecuencia clara de la autoestima es la sensación que se tiene de felicidad, como algo merecido y natural. Igualmente emerge en nosotros la sensación de que nos respetamos desde lo más profundo de nuestro ser y ese autorespeto se refleja en el que los demás nos conceden. Es evidente que por tal medio, consciente o inconscientemente, comenzamos a creer más en nosotros mismos. Nuestros pensamientos se van haciendo más positivos y optimistas, sin que necesitemos de ningún adiestramiento especial. Nuestras emociones fluyen con más “luminosidad” interna en estados de alegría o euforia, más o menos manifiesta. La creatividad se encuentra más “cerca de nuestra piel”, dispuesta a abrirnos nuevos caminos con el horizonte de metas y proyectos hacia los que caminar con entusiasmo, incrementando día a día nuestra felicidad en la satisfacción de logro. Los errores y tropiezos se ven como enseñanza que nos enseña un poco más sobre la forma de mejorar y superarnos a nosotros mismos. También tendemos a ver nuestro proceso como único y por lo tanto sin necesidad de compararnos con nadie. Somos claramente nosotros mismos los que llevamos las riendas de nuestras vidas. Nuestra seguridad nos avala y llena de satisfacción a través de cada reto logrado, retroalimentando nuestra confianza en nosotros mismos; nuestra autoestima. Algunos denominan a ese proceso “dejarse fluir”, porque la sensación es que “algo” nos lleva. Muchas personas a lo largo de la historia quisieron ver en ello “la mano de Dios” y es perfectamente viable. La cuestión será cómo entendemos a Dios.

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