REENCUENTROS

 

Brownsville es una ciudad que tiene para mí un hondo significado: la asocio de modo inevitable con recuerdos felices de mi infancia y adolescencia.

Hablar de esa ciudad texana es evocar con un toque de nostalgia aquellos emocionantes viajes en familia desde mi natal Monterrey. Recuerdo muy bien que me entusiasmaba cruzar la frontera hacia tierras estadounidenses y pasar por diversos sitios que despertaban mi interés y curiosidad, hasta llegar a nuestros destinos: Brownsville y McAllen. Rememoro con deleite y precisión, como si fuera hoy mismo, los seis o siete días que gozosamente transcurrían para todos nosotros en tan atractivos lugares.

Como norteños que somos, nos resultaba muy natural visitar parajes estadounidenses cercanos a la frontera. No en balde hay tantas ciudades hermanas de uno y otro lado del Río Bravo. A la vez, no puedo dejar de tener presente esa activa y cálida interrelación entre pueblos vecinos, como Monterrey, mi tierra natal, y comunidades de Estados Unidos.

Ese cúmulo de emociones y remembranzas me acompañó hace unos días, durante una gratificante visita a Brownsville, ahora por motivos profesionales.

Me sentí muy feliz y orgullosa de haber regresado años después de aquellos tiempos de grata memoria, ahora en mi calidad de mujer y artista ya formada, para exponer una muestra de mi obra. Y mucho reconozco a quienes hicieron posible mi retorno a esas tierras texanas: Juan Carlos Cué Vega, cónsul de México en Brownsville, así como Diana González, encargada de asuntos Culturales y Promoción Comercial-Turismo. Asimismo, el presidente de la Junta Directiva del Brownsville Museum of Fine Art, donde se montó mi exposición Trazos de corazón, Gerardo González. Imposible dejar de mencionar a Alicia Garza, mi tan querida prima, quien fue un enlace eficaz. Todos ellos, me consta, son personajes comprometidos con nuestros valores, cultura e intereses.

La exposición, si bien se sustenta en mis pinturas, implica algo mucho mayor y más trascendente; es decir, ese espacio indispensable que a través del intercambio cultural remarca la amistad entre los pueblos.

Así que en días pasados comprobé de nueva cuenta que uno de los senderos más promisorios para afianzar la amistad y la cooperación entre las naciones es, justamente, la cultura.

Y confirmé también que a pesar de las acciones de hostilidad, racismo y discriminación que cruzan hoy por el territorio del país vecino, hay motivos de aliento. Por ejemplo, el que nuestros consulados hayan desplegado una estrategia adecuada de defensoría jurídica para los migrantes mexicanos, además de otras negociaciones y demandas ante el gobierno estadounidense, al igual que en diversos foros internacionales.

Así que puedo afirmar nuevamente que el intercambio cultural acerca a nuestros pueblos incide en el conocimiento y el reconocimiento de lo que es cada cual, a la par que fomenta valores de solidaridad, tolerancia y cooperación.

La cultura traspasa cualquier muro, barrera, obstáculo o prejuicio para acercarnos y llevarnos por senderos de progreso común, libertad y paz.

En esa ocasión que les comento también se presentó mi libro Cacao: la bebida de los dioses, con una exposición a cargo de mi compañero, el escritor Alejandro Ordorica. También se realizaron dos talleres que desarrollé, uno de ellos para maestros de arte de las escuelas para niños y adolescentes, en su mayoría mexicanos.

Una experiencia de primera línea que me llenó de satisfacciones como artista y como mexicana.

 

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