¿REIR O LLORAR?

Se llora. Se llora mucho más de lo que se ríe y en muy diversos modos. Hay quienes lloran con lágrimas y quienes lo hacen sin ellas; quienes se derraman en lamentos hacia fuera y quienes lo hacen, en silencio, hacia dentro; quienes alardean de sus males y los exhiben sin pudor, en las circunstancias más diversas: en el descansillo de la vecindad, en la sala de espera del ambulatorio, en el mercado, en la oficina, en la sucursal bancaria, en la parada del autobús, en los programas de televisión,… Por todas partes se llora. Se ha puesto de moda y para algunos se ha convertido, incluso, en negocio. Se paga bien el destape lacrimógeno en los medios. Y quienes optan por el llanto silencioso, hacia dentro, suelen ofrecer imágenes de languidez victimaria, que estruja los corazones ajenos y dificulta mucho la salud del propio cuerpo. En ello veo un pálpito primario, primitivo, que denuncia la vulnerabilidad de la ignorancia y el desconsuelo.
Es mucho más difícil encontrar el otro caso, el que se afirma preferible: reír. Aunque debo admitir que cierto tipo de personas lloronas gozan también riéndose, de una forma dañina, de prójimas y prójimos. Pero qué bonito sería si fuéramos consecuentes con nuestras ideas y propósitos, los que afirmamos con rapidez, al menos una vez al día, y nos derramáramos en risas y sonrisas; que nos desbordáramos en alegría por todas partes y porque sí, porque nos diera la gana y sin buscar excusas. O tal vez buscándolas allí donde normalmente no se ven: en un velatorio, al ir a pagar los impuestos, al llegar a casa derrengados, al mirar por la ventanilla de nuestro vehículo y contemplar a nuestras compañeras y compañeros en el atasco. Una sonrisa abierta, sincera, sencilla y tierna. Sería bonito. ¿Y por qué no? Así abriríamos la puerta al pálpito inteligente.
Pero hace falta voluntad; voluntad y entrenamiento. No hace falta que nos ayude la suerte, como suele pensarse. Lo de esperar la suerte es una trampa. No hay que esperar. Es el momento de tomar las riendas de la propia vida y ser consecuentes. Si pensamos que es preferible reír que llorar, entonces ejercitémonos en la coherencia de apostar por ello. Palpitemos con la risa, con la sonrisa; con la vida. Y no esperemos siquiera a tener ganas. No esperemos a que nos inunde el entusiasmo de forma milagrosa o a través de nadie. Tomemos la iniciativa. Seamos los verdaderos protagonistas de nuestra vida. Plantémonos y digamos al aire, a la tierra, a las miradas propias y ajenas, desde el respeto y el cariño, lo que de verdad pensamos y deseamos, aunque no lo hagamos con palabras. Palpitemos con la vida, con asertividad. Hagamos nuestra declaración diaria de principios, para afrontar con dignidad los retos, las dificultades y los esfuerzos de cada día: “Río porque deseo vivir; porque deseo compartir la vida y porque sueño con un mundo mejor; porque deseo colaborar en su construcción, con mi voluntad y mi alegría. Me río, aun cuando no tengo ganas, porque deseo mejorar, sentirme bien; porque prefiero reír que llorar”.
Se llora. Se llora mucho más de lo que se ríe y en muy diversos modos. Hay quienes lloran con lágrimas y quienes lo hacen sin ellas; quienes se derraman en lamentos hacia fuera y quienes lo hacen, en silencio, hacia dentro; quienes alardean de sus males y los exhiben sin pudor, en las circunstancias más diversas: en el descansillo de la vecindad, en la sala de espera del ambulatorio, en el mercado, en la oficina, en la sucursal bancaria, en la parada del autobús, en los programas de televisión,… Por todas partes se llora. Se ha puesto de moda y para algunos se ha convertido, incluso, en negocio. Se paga bien el destape lacrimógeno en los medios. Y quienes optan por el llanto silencioso, hacia dentro, suelen ofrecer imágenes de languidez victimaria, que estruja los corazones ajenos y dificulta mucho la salud del propio cuerpo. En ello veo un pálpito primario, primitivo, que denuncia la vulnerabilidad de la ignorancia y el desconsuelo.
Es mucho más difícil encontrar el otro caso, el que se afirma preferible: reír. Aunque debo admitir que cierto tipo de personas lloronas gozan también riéndose, de una forma dañina, de prójimas y prójimos. Pero qué bonito sería si fuéramos consecuentes con nuestras ideas y propósitos, los que afirmamos con rapidez, al menos una vez al día, y nos derramáramos en risas y sonrisas; que nos desbordáramos en alegría por todas partes y porque sí, porque nos diera la gana y sin buscar excusas. O tal vez buscándolas allí donde normalmente no se ven: en un velatorio, al ir a pagar los impuestos, al llegar a casa derrengados, al mirar por la ventanilla de nuestro vehículo y contemplar a nuestras compañeras y compañeros en el atasco. Una sonrisa abierta, sincera, sencilla y tierna. Sería bonito. ¿Y por qué no? Así abriríamos la puerta al pálpito inteligente.
Pero hace falta voluntad; voluntad y entrenamiento. No hace falta que nos ayude la suerte, como suele pensarse. Lo de esperar la suerte es una trampa. No hay que esperar. Es el momento de tomar las riendas de la propia vida y ser consecuentes. Si pensamos que es preferible reír que llorar, entonces ejercitémonos en la coherencia de apostar por ello. Palpitemos con la risa, con la sonrisa; con la vida. Y no esperemos siquiera a tener ganas. No esperemos a que nos inunde el entusiasmo de forma milagrosa o a través de nadie. Tomemos la iniciativa. Seamos los verdaderos protagonistas de nuestra vida. Plantémonos y digamos al aire, a la tierra, a las miradas propias y ajenas, desde el respeto y el cariño, lo que de verdad pensamos y deseamos, aunque no lo hagamos con palabras. Palpitemos con la vida, con asertividad. Hagamos nuestra declaración diaria de principios, para afrontar con dignidad los retos, las dificultades y los esfuerzos de cada día: “Río porque deseo vivir; porque deseo compartir la vida y porque sueño con un mundo mejor; porque deseo colaborar en su construcción, con mi voluntad y mi alegría. Me río, aun cuando no tengo ganas, porque deseo mejorar, sentirme bien; porque prefiero reír que llorar”.9275143496?profile=original

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Comentarios

  • Un buen baño de risa, nos hará tanto bien para limpiar nuestra mas profunda tristeza, se logra con servicio a los demás.
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