POLIAMOR

Resulta evidente que el mundo está cambiando cada vez a mayor velocidad. Como si de un terremoto se tratara, buena parte de los cimientos que sostenían la sociedad occidental están siendo sacudidos con fuerza en las últimas décadas.

El mundo se ha globalizado, la información está disponible de forma abierta y permanente, el papel de la mujer ha evolucionado, la formación se ha convertido en un derecho, …

Entre todos esos cambios que estamos viviendo hay uno que no puede pasarnos desapercibido, el cambio de las estructuras familiares, y lo que hay detrás, el concepto del “amor”.

En la época de nuestros abuelos, las relaciones de pareja eran para toda la vida. Con independencia de cómo fuera la relación, no se concebía la idea de romperla, y mucho menos de crear una nueva relación con otra persona. Y por supuesto, las relaciones siempre debían ser heterosexuales.

Con el tiempo, las separaciones y divorcios se han convertido en algo frecuente, y en paralelo han florecido otros tipos de relaciones, siendo algo habitual encontrar parejas del mismo sexo.

Una de las novedades que han aparecido en los últimos tiempos es el concepto del poliamor, que está teniendo bastante auge entre los jóvenes.

De entrada, para aquellos que venimos con unas ideas más tradicionales nos puede chocar, pero si lo miramos desde una perspectiva más amplia quizás nos veamos sorprendidos, ya que en realidad todos vivimos en poliamor.

Una relación de poliamor es aquella en la que mantenemos relaciones amorosas con varias personas, con el conocimiento y consentimiento de todos los involucrados.

Curiosamente muchas personas ponen “el grito en el cielo” cuando se lleva al plano de las relaciones de pareja, pero en cambio es algo comúnmente aceptado en otros ámbitos de nuestra sociedad, e incluso en nuestras propias familias.

El amor verdadero es incondicional. Cuando amamos de este modo deseamos lo mejor para la persona amada, y ese amor no tiene porqué ser recíproco. Amamos sin esperar nada a cambio, y por supuesto nada tiene que ver con la posesión del ser amado.

El amor está basado en la libertad del individuo. Somos libres para amar, y en ningún caso el amor le resta libertad a la persona amada.

Todos tenemos la capacidad de amar a varias personas, y de hecho lo hacemos con nuestros padres, hermanos, hijos...

Asimismo, el hecho de tener más o menos personas a las que amamos no le resta un ápice de amor que le tenemos a los otros. Es decir, no amamos menos por el hecho de amar a más personas.

Si tienes hijos entenderás perfectamente lo que estoy diciendo. Por el hecho de tener un nuevo hijo no dejas de amar a los anteriores, ni tampoco amas menos al recién llegado por llegar el último.

Nuestra capacidad de amar no tiene limitaciones, ni se reduce en función de lo que lo mucho que la utilices. De hecho, es al contrario, cuanto más sintonizamos con el amor, más amor damos a todos los que nos rodean.

Por otro lado está la aceptación de recibir un “amor compartido”, algo que entendemos y aceptamos con el amor de nuestros padres, hermanos, amigos, ..., y que en cambio parece que no aceptemos si se trata de la pareja. Es como si por el hecho de que mi pareja amase a otra persona, automáticamente dejase de amarme a mí. Por supuesto, se trata de una incongruencia total.

Piensa en un niño que todavía no tiene hermanos, y que aparece un hermanito nuevo a su vida. En ocasiones los niños muestran celos y envidia hacia sus nuevos hermanos, y nuestros argumentos como padres pasan por mostrarles una realidad muy distinta. Les decimos que por el hecho de tener un hermano no dejamos de amarlos a ellos, y que por supuesto no deben comportarse de un modo egoísta.

Nuestros hijos son amados por igual, con independencia del número, aunque por supuesto la relación con cada uno de ellos será diferente en función de los caracteres de cada uno.

Viendo el amor desde esta perspectiva la fidelidad adquiere una nueva dimensión, y las relaciones se abren a un abanico de múltiples posibilidades.

Es cuando mezclamos conceptos distintos al amor cuando la situación se complica. Al mezclar el amor con el sexo, al concebir las relaciones en base a la posesión y la exclusividad, o cuando dejamos el amor de lado y nos centramos en el querer, es cuando comienzan los problemas.

Desgraciadamente son muchas las parejas que se rompen y dejan de amarse por confundir algunos de estos conceptos.

Nuestras creencias determinan los juicios que emitimos. Lo que está bien y mal depende, por lo tanto, de las creencias con las que miramos. Y ahí entra muchas veces esa incongruencia en la que muchos vivimos.

Lo que en unos ámbitos consideramos egoísmo, como ocurre con los niños que no comparten, en otros lo vemos como algo natural, como en el caso de la pareja.

El miedo a perder lo que tenemos está detrás de muchos de los conflictos en nuestras relaciones. Y ese miedo tiene su origen en varios aspectos:

Por un lado, la inseguridad en uno mismo. Una persona segura de sí misma no tiene miedo a perder lo que tiene.

Por otro lado, unas creencias confusas respecto al amor. Quien concibe el amor desde la dimensión del amor incondicional conecta con vibraciones elevadas, y todas sus relaciones se amplifican entre ellas.

Por último, una visión del mundo basada en la carencia. Quien concibe el mundo desde la abundancia sabe que hay de todo para todos, y que hay muchas personas a las que se puede amar, e incluso con las que se podría encajar como pareja ideal.

 

¡Cuántas relaciones se mantendrían todavía unidas de haber tenido unas creencias distintas!

El amor es libre y se da por elección. Cada quién decide amar o no amar, y por supuesto a quién amar. Y es precioso que así sea.

Los cambios en el mundo nos han traído una nueva realidad que estamos comenzando a vislumbrar. La velocidad de los cambios, que no tiene precedentes en nuestra historia, nos va a mostrar en las próximas décadas múltiples formas de vivir el amor, y debemos estar preparados para ello.

Con todos estos argumentos no busco romper una lanza a favor del poliamor en las relaciones de pareja, pero sí dejar una reflexión al respecto de cómo nuestras creencias tienen un impacto tan grande en nuestras vidas, llevándonos en ocasiones a sufrir y a considerarnos tremendamente desgraciados, cuando podríamos tan solo cambiando unas creencias, pasar a vivir de un modo totalmente distinto.

Todo en la vida depende de las creencias con las que se mire. Lo que está bien o mal depende exclusivamente de las creencias utilizadas para valorar, y no hay creencias mejores que otras.

Acepta a los demás tal y como son, elimina todo juicio, y abre tu mente para adaptarte a los cambios que están por venir. El mayor beneficiado serás tú mismo.

 

Ricardo Eiriz

Embajador de la Paz y la Buena Voluntad de San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México) ante la UNESCO.

Creador del Método INTEGRA®

 

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