PITA AMOR: AMÓ LAS PUERTAS POR ABIERTAS NO POR PUERTAS

 INVENTÓ UNA CASA REDONDA; HERMANA GEMELA DEL DIABLO; SE DECÍA LA MUJER MÁS JOVEN DEL MUNDO.

 

Hermana gemela del diablo; tenia las venas quebradas como la parafina; se decía la más joven del mundo; acudía a las farmacia a comprar dosis homeopáticas de amor y se comparaba con la y el que más. Mujer que hablaba de todo, de todos y por todas. Ella gritaba que México le quedó chiquito, presumía de su incapacidad para respetar a un país en el  que se decía: "seño, señito, disculpe usted, ¿mandee?". Guadalupe, Pita Amor. Sí que es atrevimiento el mío, tal vez porque intento acariciar una fiera, dulce, tierna en ocasiones, las menos. Mujer al fin. Aunque en este caso, no se trata de cualquier hembra, sino de todo un mujerona: La inquieta Pita.

            Creo que no la hemos comprendido en su cabal dimensión y me pregunto ¿qué necesidad hay de ello? Basta con admirarla o rechazarla. Ella decía con tino, coincidiendo con Maquiavelo. "Yo no quiero que me quieran, sólo deseo que me teman o, de no ser así prefiero que me odien"; tal vez tuvo razón: el amor, pariente cercano de la muerte, duele, sangra y muchas veces hasta mata. Casi siempre los seres talentosos, geniales en ocasiones, habitados por la intransigencia, escapan a la visión normal. Son conflictivos, intangibles, volátiles, etéreos y eternos. 

            Conocí a Guadalupe Amor —cómo olvidarlo— una tarde en que bruma y nostalgia, lodo y cielo, se dieron la mano; creo que hasta se besaron. Así recuerdo nuestro encuentro; me eclipsó la inmensidad de su mirada, la arrogancia de su presencia, la sonoridad de su voz, la eterna flor prendida a su cabello rojo y su seguridad absoluta. Me deslumbraron los incontables anillos que llevaba en sus dedos, joyas que al principio me desconcertaron: no imaginaba para qué las necesitaban las manos que habían dado a luz Las décimas de Dios; manos que continuaron escribiendo y dibujando hasta muy cerca de su muerte. Garabateo muñecas, pájaros de colores, búhos tiznados con el hollín de su conciencia calcinada por la imaginación. Quirógrafa audaz, intensa, valiente, fecunda  atormentada y delirante.

            Hoy, me urge relatarles que aquella tarde lluviosa, de colores pardos, entre grises y morados, podría decir que amoratados, ensangrentados por el dolor del extravío, matizados por intensas experiencias vitales, me encontraba en la galería de Lourdes Chumacero, en la que se presentaba una muestra de mi obra. Pita llegó súbitamente, como lo supe después, solía hacerlo de vez en cuando. Al verla mi primera sensación fue de miedo; me pregunté, ¿a qué horas me insultará?. Me desconcertó su arrolladora personalidad. Había escuchado todas las especies del mundo acerca de su difícil temperamento, así que opté por observarla; me quedé quietecita en un rincón, platicando con Lourdes; por supuesto, le pregunté si eran ciertos todos los comentarios que había escuchado acerca de la poetisa. Su silencio respondió con elocuencia.

            Pita miró con detenimiento mis pinturas; no sabía sí era buena o mala señal. Aparentemente le gustaron. Con el paso de los años comprendí que Guadalupe era capaz de todo, de absolutamente todo. Lo que yo había oído de ella era un pálido remedo de la realidad.

            Para mí sorpresa, Pita se acercó a mí con respeto, característica que, como fue del dominio público, no la distinguía. Hizo una excepción; no me pregunten por qué, pues lo ignoro. En seguida expresó su interés por mi obra: "Escribiré un soneto" —me dijo. Me atreví a preguntarle, con una mezcla de orgullo e incredulidad, tratando así de ocultar mi timidez, que cuando cuándo lo haría. Me contestó enfática. "Ahora, en este instante; aguarda, que te lo daré." Cumplió su ofrecimiento, no pude evitar emocionarme, me cambió el ritmo cardiaco, se alteraron los colores de mis mejillas, se me seco la boca. No lo podía creer, sentía como una fantasía tener aquel poema en mis manos.   

            Justo ahí, en ese rara coincidencia, hace más de veinte años, nació nuestra amistad. A partir de entonces la quise mucho y a pesar de ser una aventura, tengo fundadas sospechas de que ella a mí también, aunque aclaro son meras y vagas  suposiciones. Debo confesarles, en beneficio de mi ego, que correspondía a un hecho poco frecuente, ya que Pita no era pródiga en expresiones de amor; pero si de provocar grandes contrariedades; menos de las que ella aceptaba, más de las que quería provocar, me figuro. No se le daba su regalada gana expresar sus sentimientos, al menos en la forma que suponemos la normal. Su energía quedó en su obra, sin olvidar que Pita fue su obra más importante. Pita fue en sí, creación suya, que la convertimos todos en una mágica leyenda.

            Durante muchos años me llamó todos los días, con los múltiples problemas —de todos conocidos— que ese hecho acarreaba; los menores eran las groserías propinadas a quien contestaba el teléfono: "¿Por qué me dejas esperando soberana...? Te voy acusar con tu patrona." Y claro que me lo decía; ingenuamente intentaba disuadirla: "Pita, por favor, no te expreses en esa forma de las personas que viven en mi casa." No me escuchaba por supuesto —dejo a tu imaginación querido lector,  lo que lograba con mis súplicas—. ¡Pita fue Pita, y lo siguió siendo hasta el último instante de su vida, fue fiel a su enajenación.

            Una plática telefónica con ella no podía calificarse como habitual; ¡qué fortuna para sus amigas y qué desgracia para sus enemigas! Pita sin dudas no conoció fronteras:

            —Mi negra, cuéntame, ¿de qué color estás vestida? ¿Qué soñaste anoche? ¿Cuándo me invitas a comer?

            —Mira, Pita, tengo puesto un vestido rojo, rojísimo y tuve muchas pesadillas. Casi no pude dormir,  pronto te voy a invitar a comer para que platiquemos de muchas cosas.

            —¡Mira nada más, qué manera de perder tu tiempo! Deberías tener sueños eróticos; el sexo es la única referencia que tenemos para constatar que estamos vivos;  quiero que me lleves a comer hoy mismo. Te espero a las tres de la tarde.

            — Pero Pita, tengo mucho trabajo...

            —¡ A mí, qué me importa! Yo quiero que vengas a la hora que convenimos (más bien que ordenaba) y  nadie me contradice. Además tengo ganas de contar tu pelo y decirte muchos sonetos nuevos.

            ¡Cómo decirle que no! ¡Como resistir la amarga tentación! A pesar de estar cierta de las mil y una tragedias que me esperaban; ir por ella me llevaría, en el mejor de los casos, una hora, si no es que dos y sin ánimo de exagerar hasta tres. Parte de ese tiempo lo empleaba en rituales, tales como observar el brillo de sus anillos, lo hacía con gracias, movía la cabeza con coquetería; otro en despedirse de todos sus objetos; lavarse las manos por lo menos una docena de veces. Luego venia algo terrible: observar la puerta por largo tiempo; asegurarse de que estaba bien cerrada; recomendarle una y otra vez al portero que estuviera pendiente de que no fuera a fugarse el agua y advertirle, mejor dicho amenázale con las consecuencias sí llegaba a fallar con su encargo... Mucho rato después de lo convenido, lográbamos por fin, abordar el automóvil. Nos poníamos en marcha, después de un largo interrogatorio a mi chofer y millones de instrucciones; regresábamos varias veces a su departamento antes de llegar al destino final para asegurarnos de que no se estaba escapando el agua,.

                        Llegar al restaurante era otra odisea. Para empezar le gritaba a los meseros —¡ay de aquel que no fuera guapo, joven, blanco; de preferencia con ojos claros, pues le iba requete mal!— pedíamos martinis secos para empezar y martinis secos para acompañar la comida, por cierto abundante; para finalizarla —también no podía faltar el enigmático cóctel. Después, claro está, de estremecer el lugar con su escandalosa algarabía— el coñac era imprescindible. Los comensales quedaban estupefactos con los escándalos que presenciaban. Salíamos al filo de las siete de la tarde. El regreso se llevaba otro trecho, ya que eran obligadas las escalas para comprar pasta de dientes y la visita a una joyería para extasiarse con los destellos de piedras preciosas y algunas que no lo eran, pero ella las advertía así y sobre todo las lucía como tal.

Desde el milagroso día en que descubrí su existencia, se cambió por lo menos diez veces de departamento. En los últimos años su residencia más estable fue Bucareli, —Rue de Versalles—, como ella la llamaba, propiedad de un mutuo y maravilloso amigo, Carlos Saíb, quién fue uno de sus más fieles y tenaces confidentes y por supuesto cómplice de sus acostumbradas y copiosas histerias.

            Disfruté de su talento apasionado, de su desbordante inteligencia, de su lucidez, de su visión conflictiva de la existencia de su inigualable compañía. Compartí con ella tardes enteras. Estoy y estaré llena de su luz cegadora. Extraño con nostalgia esa etapa llena de aprendizaje, de mi vida: bella, romántica, irrepetible, audaz. Por lo que les he relatado  le profesé una gran devoción a una inmensa poetisa, extravagante, única, en verdad fuera de serie. Era lógico  que plasmara una obra importante, elogiada por quienes conocen el misterio de enlazar palabras con armonía.

            Pita no apareció, sino irrumpió en las letras mexicanas. Fue allá por el año de l957; lo hizo con una voz nueva, de mujer, pero de mujer aparte. Quizás recuerde en algo a Sor Juana, aunque su caso es otro; pertenece a otro tiempo, a otra sensibilidad, a otra manera de expresión. Escribía con igual fortuna en verso y en prosa. Manejaba la métrica con sabiduría; donde mejor se manifiesto fue en las décimas y en los sonetos. Tuvo instinto del ritmo, del compás, de tal suerte que dominó su oficio; pudo improvisar una décima con la misma maestría que un soneto. Su libro Yo soy mi casa  es un redescubrimiento de un género literario que ha definido con el  paso del tiempo a las mujeres.

            Habló un poco antes que otras; con soltura, desparpajo, sin temor al terrible "qué dirán". Dijo todo y como lo quiso. Después de Pita vinieron otras; pero ella, repito, fue la pionera. Ahora que partió le rindo un homenaje, se lo ofrezco con vehemencia. Anhelo que traduzca la creciente devoción que siempre le  profesé y le profesaré siempre. Y también que encuentre allá la paz que acá no pudo y luego si sucede ese milagro se las ingenie para decirnos como lo logró.

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Comentarios

  • Me encanta tenía carácter y era ella misma!

    Como debe de ser!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

  • Hermosa historia de Pita....a quien admiro por su obra, no conocía detalles de su carácter.. pero que enorme privilegio y que enorme aprendizaje para usted Marta. Felicitaciones y gracias por compartirlo.

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