PARA MARA, NUESTRO DUELO Y TAMBIÉN NUESTRAS ACCIONES

 

Otra vez la sombra patológica de la misoginia oscurece nuestra vida social.

De nueva cuenta, el machismo ancestral y su cultura del odio hacia la mujer cobran una víctima: Mara Fernanda Castilla Miranda.

Sufrimos una enfermedad social creciente que parece incontenible e invade los sitios más insospechados. Por ejemplo, pese a que transcurre la segunda década del siglo XXI, en este país se pone en duda que una mujer pueda tomar un taxi de los llamados “seguros”, pues en realidad se enfrenta al riesgo de nunca llegar a su destino porque en el camino resulta secuestrada, violada y asesinada.

Nos duele inmensamente a todas, y estoy cierta de que a muchos, la muerte de Mara, quien tenía el derecho, como todas y todos, de transitar libremente por nuestros pueblos y ciudades, independientemente de la hora en la que lo hiciera, sin correr riesgos mortales.

Esta afrenta, por otra parte, que tanto nos indigna y nos conmueve, debe y puede transformarse en un nuevo llamado –ojalá que ahora definitivo– para luchar por una plena equidad de género, realmente entre iguales. Debemos aspirar a vivir en una sociedad donde el hecho de haber nacido mujer no implique discriminación o inequidad, pero tampoco riesgos, violencia o impunidad.

El asesino de Mara, un psicópata criminal, merece la condena generalizada de la sociedad y, por supuesto, la prisión más larga posible que determinen las leyes. Pero lo cierto es que Ricardo Alexis López, el chofer de Cabify que ultrajó y asesinó a la jovencita de 19 años, no actuó solo. Le ayudaron y seguramente lo alentaron la impunidad, la corrupción y la ineficacia de las autoridades que, junto al machismo, permiten y promueven que los feminicidios en este país vayan a la alza sin que nada ni nadie los detenga.

Es preciso, entonces, combatir a fondo toda agresión y la hostilidad por razones de género, ya sea verbal o física, ya sea que ocurra en el ámbito familiar, el trabajo, la escuela, la fábrica, el transporte o la vía pública.

Las estadísticas señalan que más de 65% de las mujeres en México han tenido al menos una experiencia de violencia emocional, física o sexual en su vida, lo cual es un agravio inmenso e inaceptable. Y miren si no es también indignante en el caso particular de Puebla, donde se han registrado ya ¡83 feminicidios en 2017!, según el recuento de observadores independientes. El gobierno del estado reconoce “solamente” 58 casos. Sean 83, 58, o incluso uno solo, son demasiados. Por eso, reclamanos con coraje y desesperación, pero también con firmeza. Y preguntamos: ¿dónde están las leyes, las autoridades y las fuerzas de seguridad pública?

Y subrayadamente, tenemos que exigir castigo sin dilación a quien perpetre e incluso intente cualquier agravio, por insignificante que parezca, contra una mujer. A la vez, debemos intensificar los contenidos educativos que generen un espíritu de solidaridad y equidad en el ejercicio pleno de la libertad de todas y todos. De manera esencial, respeto irrestricto sobre sus decisiones y su forma de vida.

Por igual, es urgente ahondar en el concepto, la conciencia y la aplicación de los derechos humanos, que deben comenzar en nuestro propio hogar, en la familia, en tanto un espacio de igualdad y tolerancia entre hombres y mujeres.

También hay que actuar en materia laboral, pues en ese ámbito se consuman enormes injusticias y violaciones flagrantes a la ley. Es el caso, por ejemplo, de las mujeres embarazadas, pues según las estadísticas del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, del total de las quejas recibidas por parte de mujeres, 28% se refiere a malos tratos y despidos injustificados en su centro de trabajo por el simple ejercicio de su derecho a la maternidad.

En síntesis, requerimos con urgencia una campaña diseñada a partir de una visión integral que no deje escapar ninguno de los factores esenciales que han provocado estas distorsiones, ofensas e injusticias en torno a la mujer. Una perspectiva que garantice su acceso a la educación, al trabajo, al ejercicio ciudadano y a ocupar espacios en todos los órdenes del pensar y quehacer social, político y económico, siempre en igualdad de condiciones.

Salgamos todas a denunciar y a exigir nuestro derecho a la vida y a una presencia digna en la sociedad a la que pertenecemos.

Hoy, Mara, te lloramos, sí, pero también arropamos en tu recuerdo la idea de redoblar acciones decisivas para que no haya, nunca jamás, otros crímenes contra mujeres. Por eso, decimos al unísono: ¡Ni una más!

 

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