NO A LOS MATRIMONIOS INFANTILES

Bien recuerdo que en los años sesentas mis amigas contraían matrimonio siendo muy jóvenes, entre los 18 y 22 años, por lo que cuando alguna pasaba ya de los 28 se le empezaba a considerar una solterona.

Ahora, venturosamente las mujeres nos casamos alrededor de los 30 años de edad, poco más o menos, y algunas incluso no les interesa el matrimonio y hasta el hecho de procrear. Todo ello, en función del grado escolar que alcanzan: a más educación se casan menos jóvenes y tienen un menor número de hijos.

Pero más allá de esas tendencias sociales de nuestros días, hay también una realidad muy preocupante y desafortunada, pues se ha incrementado el número de niñas embarazadas y de matrimonios, cuyos desposados apenas transitan de la niñez a la adolescencia, detonando grave secuela de complicaciones y dificultades que les abruman y frenan sus proyectos.

Así, los números que nos ofrece con toda crudeza y sentido de la realidad el INEGI, son entre otros: que el 49% de las mujeres entre 15 y 29 años no utilizó un método anticonceptivo durante su primera relación sexual, según datos de 2015. Y que la tasa de fecundidad es de 77 nacimientos por cada mil adolescentes de 15 a 19 años de edad, estadísticas que nos sitúan deshonrosamente entre los primeros lugares del mundo con ese problema.

Como vemos, son cifras estremecedoras y alarmantes, pues además de poner en peligro su vida, se trata de niñas que no están preparadas ni que han madurado biológicamente o socialmente para formar una familia. Por igual, sus parejas, también niños o incipientes adolescentes, carecen de la formación y capacidades para sobrellevar y asegurar armonía y manutención económica de una familia. Se cierran entonces las oportunidades laborales, sociales y recreativas.

Asoma a la vez, la carencia de una orientación adecuada en materia sexual y vocacional, a la población infantil y juventud así como campañas de concientización dirigidas a los padres de familia para que aleccionen debidamente a sus hijos, abordando con toda apertura y conocimiento sobre el tema e incidan en la solución de tan gran problema de salud pública.

No más niñas que fallecen por ese motivo ni más vidas frustradas, sean hombres o mujeres, por no salir avante en lo humano, profesional y económico.

Ahí están entonces, ya prendidos los focos amarillos y muchos ya en rojo, que exigen respuestas institucionales y que deben instrumentarse con urgencia y profundidad, lo mismo en la escuela y en el hogar que en los más diversos espacios de encuentro social.

 

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Sala-Museo Martha Chapa:

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