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Ante cualquier estímulo exterior que nos sorprende, algo sentimos en el cuerpo. Si vemos una araña grande sentimos miedo y la reacción natural es huir o tratar de eliminarla. Si nos informan que hemos sido despedidos de un trabajo que valoramos mucho, sentimos un golpe en las vísceras y aturdimiento momentáneo. Si alguien nos traiciona sentimos un dolor intenso en la espalda o en el pecho que nos hace buscar asiento para no caer de espaldas.

Las emociones son parte de nuestra esencia humana y cumplen una importante función adaptativa del cuerpo al medio que nos rodea. Forman parte del sistema que nos pone en alerta ante el peligro o que nos da energía ante alguien que nos encanta, por ejemplo. Aparecen de forma súbita, intensa, y pasajera, por lo general, a diferencia de los sentimientos que permanecen por largos períodos de tiempo.

Cuando nos invade repentinamente una emoción, la zona del cerebro que recibe el primer impacto reacciona de forma tal que a veces no alcanza a procesar la información y la respuesta puede ser inadecuada, incorrecta y nos puede llevar a perder el control. Recordemos que por miles de años el hombre primitivo tuvo que reaccionar muy rápido ante los estímulos porque de lo contrario podría haber ido su vida en juego. 

El hombre moderno tiene un cerebro más desarrollado en su parte frontal y ello contribuye a que tengamos la oportunidad de repensar y reprocesar las cosas para dar una respuesta más adecuada que nos permita comportarnos de la mejor manera tomando en cuenta las situaciones en su justa dimensión.

Tener un adecuado manejo de las emociones es algo que nos puede ayudar mucho a tomar mejores decisiones, a disfrutar más la relación con los demás, a ofrecernos paz interna. Cuantas veces algo que nos pasó lo interpretamos mal, y ese pensamiento llega a instalarse en nuestra psique por mucho tiempo y a la postre generar miedo, resentimiento, tristeza, odio o cualquier otro sentimiento incómodo que puede convertirse en un obstáculo para la felicidad.

La ciencia médica ha comprobado que lo que la psique no expresa, o reprime puede ser el caldo de cultivo perfecto para desarrollar enfermedades. Hay toda una teoría en esto, pero lo importante es que hagamos consciente lo que sentimos,  para procesarlo inteligentemente y de esta forma lo podamos acomodar en el alma.

Para ello te propongo que: 

  1. Te detengas un momento antes de responder ante cualquier estímulo que te pueda sacar de tus casillas y evalúes como deseas reaccionar. Tómate el tiempo suficiente para dejar que se apaguen las sensaciones incómodas de tu cuerpo.
  2. Pongas en práctica un plan de reacción emocional. Pregúntate como quieres responder ante las emociones negativas súbitas. Hay gente que respira profundamente, que se aleja de la situación, que pide tiempo para dar una respuesta adecuada, etc.
  3. Hagas consciente cuáles son los eventos que pueden desencadenar una emoción negativa que pueda dañarte o dañar a otros. Todos sabemos qué nos enoja mucho, qué nos da pavor o qué nos apaga la energía.
  4. Cuando estés en control, expresa de manera verbal o escrita lo que sientes ante el impacto de una emoción que llega bruscamente.

Recuerda que las emociones están para ayudarnos y no para echar a perder nuestras vidas. La buena gestión emocional nos lleva a conocernos mejor y a responder de una forma tal que nos haga crecer.

 

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