"Las mamás me acariciaban como a un pobre perrito"

Massimo Gramellini, escritor: narra desde los ojos de un niño la pérdida de la madre

"Las mamás me acariciaban como a un pobre perrito"

30/11/2012 - 00:00

"Las mamás me acariciaban como a un pobre perrito"

Foto: Kim Manresa

Tengo 52 años. Vivo en Turín. Me he casado dos veces. Soy el subdirector de La Stampa. En Europa tenemos demasiados políticos y poca política, que es el arte de la comunidad. Y sin la política hemos caído en la dictadura de la economía. Creo que la vida tiene un sentido

No ser amado es terrible, pero hay algo peor.

 

...
Dejar de serlo; que, como un caramelo, te prueben y te escupan.

 

¿Así sintió la muerte de su madre?
Sí. Yo acababa de cumplir 9 años; a ella una depresión la había transformado y apenas me miraba. La madrugada del 31 de diciembre vino a mi cama, me arropó y dejó allí su bata doblada. Me despertó el grito de terror de mi padre: mi madre estaba muerta.

 

Impactante.
Desde entonces, y casi toda mi vida, he tenido miedo a amar: no tanto a ser rechazado, sino a ser aceptado y luego escupido.

 

¿Qué le pasó a su madre?
Me dijeron que un infarto y lo acepté con la cabeza, pero el corazón siempre me dijo que eso no era cierto. Y el corazón siempre dice la verdad, pero no lo escuchamos, nos da miedo. De hecho yo soy periodista, toda mi vida, bajo mis pies, en el archivo, ha dormido la noticia más importante de mi vida: el suicidio de mi madre en grandes titulares.

 

¿Recibió amor de su madre?
Sí, mi madre y dos abuelas eran muy afectuosas y llenaron de calor mi vida, pero las tres murieron en el plazo de dos años. Fue como si me encerraran en una habitación oscura y fría. En mi clase éramos 30 alumnos y yo era el único que no tenía mamá. La salida del cole era siempre muy triste.

 

Nadie le esperaba.
No. Las mamás me acariciaban como a un pobre perrito, y yo no soportaba suscitar piedad, así que comencé a mentir.

 

¿Qué tipo de mentiras?
Cuando cambié de escuela a los 12 años dije a todos que mi madre trabajaba en el extranjero, y cuando venían compañeros a mi casa escondía su foto para evitar preguntas.

 

¿Nunca nadie le dijo la verdad?
No, probablemente porque creían que yo ya lo sabía y no quería hablar de ello. Sin duda a un niño de 9 años no hay que contarle que su madre se ha tirado por la ventana. Todavía hoy me pregunto si yo, un niño pequeño entonces, no era suficiente motivo para vivir. Probablemente me hubiera vuelto loco si me lo hubieran dicho entonces; pero de ahí a descubrirlo a los 49...

 

Es curioso, sí.
Sin la verdad nunca te conviertes en adulto; y esto también tiene que ver con el periodismo: si a los lectores les cuentas mentiras políticas, como todas las que se han contado en esta crisis, se convierten en súbditos; sólo pueden ser ciudadanos cuando se les dice la verdad, aunque sea dura.

 

¿Con quién se crió?
Con mi padre, que era muy poco femenino, severo, un honesto empleado del Estado. Y una tata incapaz de dar afecto con la que me ocurrió algo fundamental: casi dos años después de la muerte de mi madre estábamos viendo en la tele a Raffaella Carrà, muy jovencita, y me acordé de mi mamá; entonces me giré hacia la tata y le pregunté: "¿Ahora serás tú mí mamá?"

 

Poverino.
Si hubiera sido una mujer cariñosa me hubiera abrazado y probablemente mi vida hubiera sido distinta. Pero me miró, se puso a llorar y me dijo: “Yo no puedo quererte porque yo también soy una huérfana y nadie me ha querido”. Se levantó y se fue.

 

No escogió muy bien su padre.
Me fui a la cama, apagué la luz y por primera vez comprendí que mi madre había muerto de verdad y que nadie me iba a querer como ella. Lloré toda la noche con la cara hundida en el cojín. Era un niño solo. Fue el momento más terrible de mi vida.

 

¿Fue usted un triste?
Siempre tuve la suerte de la ligereza y el humor, pero también el sentimiento de que el mundo me debía algo, de que el mundo me debía amar; estaba convencido de que mi tristeza se debía a que no era amado.

 

¿Y no?
Con el tiempo encontré mujeres que me amaron, pero yo seguí siendo infeliz hasta que comprendí que lo que te hace feliz no es que te amen sino amar.

 

¡Hombre!, que te amen ayuda mucho...
El gran salto que me hizo pasar de necesitar ser cuidado a cuidador fue el día que me enteré de lo que había sucedido con mi madre. Creo que cada uno de nosotros tiene un trauma, un dolor relativo a la infancia o a la adolescencia, un momento en el que el curso de sus emociones cambió para siempre, y es importante descubrirlo.

 

¿Para sacudírnoslo?
La educación nos atrofia la intuición, lo que Jung llamaba “la voz de los dioses”, y que contiene el aspecto más profundo de nosotros. Hay que aprender a escucharse, porque todos tenemos un monstruo dentro que creyendo actuar por nuestro bien nos lleva a escapar de la vida, nos arranca la cuerda de las emociones para que no suframos, pero sin ella no se puede vivir.

 

Pues la frialdad abunda.
La cuerda del corazón que te permite sentir el amor está anudada al dolor; si la cortas para no sufrir tampoco sientes el amor. El coraje de un adulto es volver a anudar esa cuerda aun a riesgo de sufrir.

 

Cuando fuimos niños

"Yo quería escribir un ensayo, contar que la crisis es una gran ocasión para evolucionar. Le explicaba al editor que en el prólogo contaría mi propia historia para no ser el típico periodista que sienta cátedra. Le contaba que
tuvieron que pasar 40 años para que yo descubriera la verdad sobre la muerte de mi madre, y cómo eso me afectó. El despacho se fue llenando de gente que pasaba por ahí y se quedaba a oír la historia. Cuando terminé había diez personas con la boca abierta. "Esto no es el prólogo –dijo el editor–, es el libro". Así nació Me deseó felices sueños (Destino), la transcripción de la mente de un niño, una novela que resuena en el interior.



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