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Par recuperar y a difundir el valor de lo que según yo es una clave para el bienestar: la simpleza del estar con los demás.

Simpleza entendida como una disposición y decisión de estar con el otro sin juzgarlo ni intentar cambiarlo y por el contrario, como un deseo de compartir a partir del conocimiento y reconocimiento permanente.

Este otro es tu hijo, tu pareja, tu compañero de oficina, tu alumno, tu vecino, tu amiga o tu madre. Ese que crees conocer como la palma de tu mano si se trata de alguien con quien convives diariamente. Ese del que crees saber muchas cosas cuando tal vez sepas poco.

La cotidianeidad muchas veces produce costumbre. Acostumbrarse puede ser entrañable si lo entendemos como esa sensación de estar en confianza con alguien, pero también puede significar dar por hecho a ese alguien como un elemento habitual de la propia vida, verle sin mirarle, oírle sin escucharle, quererle sin demostrarlo. A veces esta tranquilidad surgida de la seguridad de que contamos con alguien en nuestra vida, nos hace bajar la guardia, aflojar la seducción, el interés por la vida del otro, por dar seguimiento a lo que le va pasando como hacemos cuando acabamos de conocer a alguien. La habituación en este sentido es un obstáculo para el amor. El amor sin conocimiento es un amor que muy pronto se desgasta y se siente como vacío. Puedo compartir la cama con alguien, el desayuno o las navidades y eso no significa que seamos verdaderamente íntimos.

Ejemplos sobran. Después de 10 años de relación, ella no sabe cuál es la película favorita de él. O él no sabe cómo ni cuándo ella se hizo esa cicatriz que tiene en el cuello.

Una madre pregunta a su hijo todos los días y en automático: "¿Cómo te fue en la escuela?" Ante pregunta vacía, respuesta vacía del hijo también. Y es que tal vez nunca contesta con más de dos o tres palabras (sobre todos si es adolescente) pero tal vez también aquellas veces en las que sí tiene ganas de hablar, la madre está tan ocupada que solo aparenta escucharlo pero sería incapaz de repetir unas horas después lo que su hijo le contó. 
Los pacientes cuentan muchas veces haberse sentido solos en compañía. Porque nadie sabía qué les pasaba, porque los padres estaban demasiado ocupados o demasiado agobiados como para verles realmente. Quizá una de las heridas infantiles más frecuentemente relatadas en consulta es haberse sentido invisible, poco importante o un desconocido para la propia familia.

Todos necesitamos ser vistos, apreciados, valorados. A nadie le gusta ser parte de una masa indiferenciada, el número de su credencial de elector, el hijo mayor, el menor, el de en medio, el listo del salón, la gordita, el nerd, etc. Todos queremos ser simplemente nosotros mismos y significar algo para alguien. Y queremos que nos escuchen con atención y sin distracciones. Aquellos que dicen aburrirse y haber perdido tema de conversación con la pareja, quizá necesiten ejercitar un poco más su capacidad de asombro y su curiosidad. Si sabemos mirar y escuchar, si estamos atentos pero, sobre todo, si realmente nos importa, seremos capaces de sorprendernos todos los días con la existencia del otro.

La forma más sencilla de lograr relaciones significativas, es la práctica de la curiosidad. Ser curioso no es bombardear de preguntas al otro. Es más una actitud global de interés y un sentimiento que nos hace valorar que esa persona exista en nuestras vidas. Ser curioso es dar seguimiento a lo que nuestro hijo nos contó hace una semana. Ser capaces de recordar y preguntar cómo va ese asunto, cómo te has sentido respecto a eso que te preocupaba, por qué no me sigues contando de ese proyecto que tienes en mente, por qué no planeamos visitar ese lugar que tanto quieres conocer.

Quienes salen de viaje y vuelven, hablan de una sensación al regresar de estar viendo todo por primera vez. El tomar distancia ayuda a revalorar o a volver a mirar lo que ya estaba desgastado por nuestra falta de interés. Tal vez podríamos salir de viaje imaginario y reencontrarnos con los nuestros como si no los hubiéramos visto en varios días.

Cuando una madre o padre divorciado ve a sus hijos después de algunos días de ausencia, parece percibirlos de otra forma, quizá más atento a los detalles, más sensible a las pequeñas cosas que le pasaron desapercibidas tantas veces en el día a día. El lunarcito del brazo, los gustos musicales en constante transformación, los sueños para el futuro, las ilusiones que hay que respetar y proteger.

Tal vez sería una buena idea preguntarse algunas cosas sobre aquellos que decimos amar y confesarnos con honestidad cuánto los conocemos verdaderamente. Probablemente no sepamos cuál fue el momento más feliz de su infancia. Quizá tampoco nos hayamos tomado la molestia de preguntar a qué edad comenzó a conducir un coche o cuándo fue la primera vez que se enamoró. Cuándo es que nuestra hija comenzó a pensar que quería estudiar medicina o qué paso aquella tarde cuando nuestro hijo no quiso salir de su cuarto para cenar.

Las mujeres se quejan a veces de hombres enajenados por sus adquisiciones tecnológicas, preocupados por asuntos laborales pendientes que traen a casa o enfrascados mirando un partido de futbol. Algunas hasta apuestan, convencidas de que podrían aparecerse desnudas con el cabello pintado de verde y seguirían siendo invisibles para sus parejas bajo ciertas circunstancias.

A veces nos juntamos entre amigas para conversar y solemos hablar de las mismas cosas cada vez, tal vez asustadas de contar lo que verdaderamente nos duele o nos emociona. Quizá porque así lo acostumbramos desde hace años, quizá por miedo a ser criticadas. Y nos quedamos sin compartir muchas cosas manteniendo nuestra amistad en una zona segura donde nadie se expone demasiado.

A veces nuestros hijos nos cuentan sus cosas y los escuchamos sólo en apariencia, tal vez agobiados internamente por otros pensamientos o preocupaciones, que nos quitan la oportunidad de conectar verdaderamente con ellos. Preocupados por su futuro, por su escuela, por el dinero, perdemos lo más importante: la comunicación íntima.

Solo aquellos que nos conocen a profundidad, que saben qué nos entristece, qué nos frustra y qué nos alegra, son nuestros verdaderos vínculos afectivos. La sensación de ser amados y estar acompañados surge de este tejido entre amor, curiosidad, conversación significativa, preguntas que den seguimiento a lo que le pasa al otro, interés y una disposición permanente a sorprenderse y a valorar la existencia de los que amamos en nuestra vid

Es muy cierto que es immportante abrirnos a los demás, una forma muy adecuada es a traves de bloqs de Retos Femeninos dentro de un entorno con ventajas, que ya esta estructurado nos ayuda aún más al intercambio de sentimientos, ideas, conocimientos con una comunidad; es importante abrirnos a los demás para conocernos y que nnos conozcan si no lo hacemos, nno podremos conocer la riqueza que hay dentro de cada uno. Si somos una caja cerrada. Sabemos el diálogo une a dos seres humanos y solo necesitamos tenner interés de abrirnos a los demás..

Vale Villa es psicoterapeuta individual familiar y de pareja. Estudio en la Universidad Panamericana, en la Universidad de California en Los Angeles y en el Instituto de la familia. Se dedica a la consulta privada en el Hospital Médica Sur de la Ciudad de México. No da consejos por mail. Contesta algunos, cuando su agenda se lo permite. Cree profundamente en la terapia como espacio de conversación transformadora. Tiene una colaboración en W Radio "Martes de terapia" los martes a las 1030 con Carlos Puig.