LA AGENDA NUEVA

El relato que compartiremos hoy era una práctica generalizada hace algunos años, en la actualidad el cambio tecnológico la ha modificado sin extinguirla.

 

En estas fechas, de finales de año y a principios del siguiente casi todos recibíamos entre los regalos propios de la festividad una o varias agendas; las empresas, los bancos y muchos más nos las enviaban para que los tuviéramos presentes todo el tiempo; un artículo de promoción con múltiples fines.

 

Algunos de nosotros también adquiríamos estas en lugares de cierta sofisticación, fundas de piel, lo mismo de escritorio que de bolsillo, en las cuales cabía el tamaño estándar y nos acompañaban varios años.

Con buena letra, con cuidado y esmero, con una buena pluma, con nuestro color de tinta predilecto, con la que más a gusto se sentía nuestra mano, la que menos cansara, empezábamos a hacer las primeras anotaciones que en esos 365 días era imposible que pasasen sin recordatorio y con posibilidad de olvido.

 

Los cumpleaños, los aniversarios, las fechas señaladas; una revisión con cierta profundidad de la del año pasado procurando evitar que faltasen los datos relativos a las relaciones recientes.

Las culpas del recuento aparecían en algún momento, era posible que en la revisión de la anterior llegásemos al día de una celebración específica con un personaje que particularmente tenía en el momento en el que estábamos una posición absolutamente distinta a la representada en esa hoja, que alguna vez fue presente, un viaje en el tiempo.

 

En algunos casos la memoria y los sentimientos nos hacían dejar la tarea para más tarde y casi seguro la letra había dejado de ser tan buena. Análisis que concluía en casi una auditoría emocional que nos llevaba hacia atrás, hacia el pasado.

 

Si esta circunstancia, como es muy factible, había acontecido, unas horas o días nos quedábamos con el asunto en la cabeza, sin la precisión del día, del caso y de la persona que había iniciado la reflexión; cual enfermedad de crecimiento explosivo o humedad en la pared que se expandía con una rapidez inusitada. Salir del conflicto tomaba tiempo, este directamente proporcional a la importancia del sujeto en cuestión o del número de casos equivalentes que las hojas de la agenda habían presenciado.

 

El secreto para evitar estos inconvenientes pasajes está muy cerca de las leyes físicas y de la razón elemental, casi de sentido común y obviedad contundente.

 

El pasado es una plataforma en la cual nos apoyamos para impulsarnos hacia el futuro, desde nuestro presente; la situación descrita asume que el pasado es un diván en vez de una plataforma; un incómodo colchón que entre sus defectos se encuentran a veces los comunes ácaros, los olores y humores de otros tiempos que son desagradables en el cual nos acostamos a meditar casi estoicamente.

Imaginar un trampolín de gimnasia o de clavados cual si fuese un incómodo sillón en el cual sentarnos y regodearnos de la vista y panorama que se observa hacia abajo es desconocer la utilidad de este; el trampolín es para saltar e impulsa hacia arriba, está impedido a hacerlo en sentido inverso.

 

En esta metáfora de la agenda te sugiero precises objetivos concretos y realizables, evites el usual error de perderla o hacerla a un lado al segundo mes, olvidar propósitos y algo aún peor, evitar la consulta de ella día a día con la convicción de que en ese momento, en esa fecha específica estás enfrente de la cancha donde se celebrará con tu participación el juego del día.

 

¿Cuántas veces has perdido tu agenda?

¿Sabes de alguien que anotara en la agenda las fechas de inicio de la famosa dieta de la luna que perdiese peso en ese año antes que extraviarla o pasarla al cajón del desuso?

¿Eres capaz de anotar “dietas” emocionales y de crecimiento personal que efectivamente cumplas?

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