HUMANIDAD Y APARIENCIAS

Dr. Juan Antonio López Benedí

www.ievalores.com

Vivimos inmersos en la cultura de la imagen. La aparición de la televisión y su introducción en prácticamente todos los hogares del mundo, por humildes que sean, generó un antes y un después en nuestra forma de percibir la realidad humana. La gente ya no se esfuerza por conocer a los demás sino que tiende a quedarse en la superficie de las cosas, los hechos y las personas. Se prefieren los estereotipos que se presentan a través de lo que algunos dieron en llamar la caja tonta, sin indagar más allá. Aunque no debe verse en este hecho mala voluntad; es tan sólo una consecuencia de la ley del mínimo esfuerzo. Se tiende a pensar inconscientemente: “Si ya me dicen cómo son las cosas, para qué darle más vueltas a la cabeza”.
Lo que se muestra públicamente debe estar bien fundamentado, para evitar denuncias o cuestionamientos legales de diversos tipos. Aún así, tienden a difundirse prejuicios, condicionamientos y falsedades, por intereses políticos, ideologías religiosas o intereses comerciales, avalados por el dinero suficiente para comprar espacios informativos o publicitarios. Con todo ello se va generando la estructura de lo que muchas personas terminan asumiendo como realidad. En ese panorama vivimos.
Se tiende a juzgar a las personas por la apariencia, el dinero, la fama o el número de veces que aparecen en los diferentes medios de difusión. Incluso cuando simultáneamente nos repetimos que “no se debe juzgar por la apariencia”, llega a ser difícil evitarlo. Situémonos en este caso: Entra un hombre de unos cuarenta años, con el pelo largo y enredado, barba descuidada, vestido con ropa de cuero negro gastado y aspecto fornido, tras haberse oído el rugido de una potente moto apagándose junto a la ventana de un restaurante de cuatro tenedores, cuidada estética, manteles blancos, ambiente discretamente silencioso, en el que unas cuarenta personas vestidas de etiqueta se encuentran comiendo. Todos se vuelven a mirar. ¿Cuál sería la reacción de los comensales, camareros y gerente? ¿Cómo te lo imaginas?
Hay locales que exigen etiqueta y se reservan el derecho de admisión. Paralelamente, también ha habido personas geniales a las que no les gusta seguir las normas de la apariencia y que prefieren compartir vitalmente con quienes, llenos de nobleza y simpatía, van a comer a lugares baratos, en todas las épocas y culturas. También he visto, en algunos de esos lugares que conceden poca atención a la imagen, carteles que dicen: “aquí no discriminamos por raza, sexo, religión o apariencia”. Particularmente, me gusta jugar con libertad en relación con mi forma de vestir; puedo llevar traje o ropa casual, independientemente del lugar en el que me muevo, tanto el transporte público más popular, como los restaurantes de hoteles de lujo. Tal vez mi apariencia, no obstante, se mueva dentro de los límites aceptables en ambos casos. Nunca he tenido problemas en este sentido. Pero sí he visto y compartido historias con quienes han sufrido diferentes tipos de prejuicios debido a la apariencia, así como quienes jamás se plantearían frecuentar el transporte público, especialmente en diferentes ciudades de Latinoamérica. Pero lo cierto es que en esos lugares sencillos de apariencia he tenido ocasión de conocer a grandes personas, de intelecto y corazón, mientras que en lugares demasiado formales me he llevado grandes desilusiones, con respecto al corazón e intelecto de algunos de sus asiduos. Una vez leí un cartel de esos que circulan por las redes sociales que decía: “Era una persona tan pobre tan pobre, que sólo tenía dinero”. A estas alturas de mi vida, lo que me interesa no se encuentra relacionado con el aspecto de la persona sino más bien con su forma de hablar, mirar y tratar a los demás; con su corazón.

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Comentarios

  •     

          si todos queremos que nos quieran,y todos tenemos que aprender a querer y comprender a los demas y querernos a a nosotros mismos.

    alejandra2909@aol.com.

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