ESTAMOS AQUÍ PARA VIVIR EN VOZ ALTA*

-¡Yo no regreso ahí Mamá!, a mi no me gusta hablar en público.
-Lo que no te gusta es sentirte incapaz y torpe Patricia... Mi Madre siempre tuvo razón en un montón de cosas.
Nunca soñé con ser conferencista y la mera idea me parecía ridícula.
Y sí, tal como lo sospechas: soy conferencista.
Durante casi dos décadas, iba y venía de una a otra presentación sin parar, hasta que supe que había llegado a un otoño y yo no estaba preparada para ver las hojas caer.
Así que baje el ritmo y ahora lo combino con formar conferencistas y expositores, también otras actividades que me rete gustan.
Sé que la vida escapa a las fórmulas y por tanto la comunicación debe evitarlas, pero si algo tengo por cierto es que sólo tras haber aprendido las reglas rigurosamente es que podemos permitirnos romperlas.
En 1992 di mi primera conferencia y me paralicé a los cinco minutos, no pude regresar al escenario. Para 1993 había impartido cerca de treinta conferencias (por la presentación de un libro) y ninguna de ellas fue medianamente buena.
Entonces no había muchas opciones -y accesibles- para aprender oratoria o similar a eso... y yo lo detestaba. Asumí que al haber pasado por comunicación en la universidad, con las prácticas de radio y televisión, de los debates y las exposiciones era suficiente y pues no.
A pesar de la resistencia de mis años de primavera, la vida y Dios se entercaron en que yo debía estar frente a diversas audiencias, antes de que acabará el verano ya la hablada me empezaba a hacer guiños, y como sucede cuando conoces el mar, atrae pero te da miedo ahogarte... al tiempo te das cuenta que sólo era aprender a nadar, cuidarte de las olas, nunca sentirte demasiado segura y no olvidar que siempre hay un día de tormenta... o varios.
Mi madre fue la primera en creer en mí, pero yo no entendía por qué.
-Hablas bien bonito m’ija, a la gente le gustaría que le hables, oye ¿me lees más cuentos? -¿Tú crees Ma? ¡Mira ya nos faltan poquitas hojas!
Fue larga la temporada de caminar sola, tropezarme y levantarme, alzar la frente cuando quieres esconder la cabeza, fui de a poco haciéndome escuela y encontrando maestros que tienen la sencillez para impulsarte y la grandeza de enseñarte; amigos, certeros y amables en la crítica, colegas con quien haces camino, viajas, te ríes, te caes, te levantan... encontré eso que llaman tribu.
La tribu, lejos de toda competencia, es la red de seguridad con la que siempre puedes contar, porque un escenario llega a ser el lugar más solitario, retador y aterrador, pues te confronta con todo lo que eres y sabes, te sometes al juicio de cien miradas y cada palabra pesa una tonelada de responsabilidad. Y luego están los pequeños terremotos que entran por los dedos, la gota que resbala en el medio de la espalda, la respiración detenida en la garganta, nada de esto cede a la rutina, jamás será igual aunque lo repitas mil veces.
Espero siempre contar con la oportunidad y honor de estar en un escenario, de enseñar a otros, de aplaudir a muchos... porque lo que hace de esto mi pasión es la oportunidad de ejercer el derecho, la urgencia de cumplir con el deber de comunicar cosas importantes, verdaderas, útiles, de esas que está hecha la vida, la justicia, el futuro... de eso hay que hablar siempre que se pueda, frente a quien se pueda, lo mejor que se pueda.
“La palabra exige énfasis, dulzura, tristeza, coraje... cada voz refleja un estado de ánimo, una fuerza de conciencia, una voluntad en tensión”, José Muñoz Cota, y esa es mi tarea, ayudarte a encontrar tu voz, tus palabras, tu estilo para que hables mucho, pero hables bien.
-Mira no’más m’hijita ahora vives de “puras habladas”... ¡Pues cómo no!, si desde chica se te veía lo periquito.
Es como si la oyera, nunca me escuchó hablar en público, el invierno nos llegó, congeló su tiempo y el libro de cuentos quedó sin terminar.
Gracias por pasar a leer, por permanecer y si tú quieres, por ser parte de esta tribu.
Paty Anaya
*Émile Zola
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