La honestidad es un valor fundamental, un requisito sin el cual cualquier encuentro, acuerdo, amistad o amor, tarde o temprano, se desmorona.
Sin embargo, existe la posibilidad de “abusar de la verdad”, de usarla de manera inoportuna y exagerada: ¿Es que realmente el otro tiene que saber todo de mi y yo todo de él?
Pretender vivir en “la verdad absoluta” es no solo imposible sino lastimoso, particularmente en las relaciones amorosas. Los seres humanos tenemos un mundo público que incluye información que damos a conocer a todos: en dónde trabajamos, a qué familia pertenecemos, nuestro estilo de vida en general.
También tenemos un mundo privado: este lo abrimos a la gente cercana con quienes compartimos parte de nuestra intimidad; ahí entran nuestros temores, algunos deseos e intereses, necesidades importantes, experiencias vividas y valores que nos mueven.
Pero además de estos dos mundos –el público y el privado–, las personas poseemos un mundo íntimo que se juega en la profundidad de nuestro ser: ciertas fantasías, pensamientos y sensaciones; diversos sueños, temores, anhelos… Todos estos habitan en el silencio de nuestro interior y por tanto crean un mundo complejo y contradictorio dentro de nosotros mismos.
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