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Hace unos cuantos días me preguntaron en una entrevista ¿ En qué consiste el triunfo?, ¿Qué puede significar en México ser una mujer triunfadora?
Para empezar pienso que como tantas otras cuestiones fueron concebidas hace siglos por los hombres para formular una realidad exclusiva del universo masculino.
Ya el Senado Romano, por ejemplo, otorgaba un triunfo –una carnavalesca entrada en la ciudad– a aquel miembro de la casta gobernante que hubiera obtenido una resonante victoria militar o hubiese hecho algún señalado de servicio al Estado. Estamos, pues, frente a un concepto bélico engendrado en el seno de una sociedad imperialista y mochista. ¿Tiene pues algo que ver con las mujeres en general y con las artistas en particular? Creo, sinceramente, que muy poco, incluso si tomamos hoy la palabra triunfo, además de una acepción de victoria en términos de reconocimiento y premio la presencia de la mujer en diferentes ámbitos de la vida culinaria política, económica científica o deportiva. Pero en general que todavía se le regatea y me parece que anda escondida la palabra triunfo. Y la verdad, confieso que eso me aterra. Además, la misma filosofía triunfalista, a mi parecer, tiene muy poca consonancia con nosotras más allá digámoslo así de lo que sería propiamente la historia, pues heroínas.
Entiendo que el triunfo tiene también una vertiente generosa y, si me acompañan, podemos recorrerla. Así, frente al más que el frente al político, el deportista, el hombre de industria, creo que la mujer artista sabe de triunfos, de buenos triunfos, mejor que nadie. Triunfos secretos, sin reflectores ni lanzamientos publicitarios, que calladamente se van cumpliendo en la conciencia, en la voluntad de belleza de un ser que durante largo tiempo estuvo descalificado, desde una perspectiva masculina, para la creación artística. Aquí, permítanme que les cuente una pequeña leyenda que por carecer de base histórica corre el peligro de ser verdadera. Originalmente la refiere Plinio el Viejo y lo dijo así palabras más menos: Había una vez, hace muchos años, en la resplandeciente ciudad de Corinto, una doncella profundamente enamorada de un mancebo. Nada nuevo, ¿verdad? Tarde con tarde la pareja se encontraba y llegado el momento en que se tenía que separar, sufría un profundo dolor. Pues bien, cierto día la doncella, en el trance de despedirse efusivamente de su amado, contempló el perfil de ese cuerpo tan querido proyectado por la sombra en la blanca superficie de un muro. Comprendió súbitamente que si delineaba con algún material oscuro la silueta perfilada en la pared gracias a la luz de una vela, obtendría una imagen perpetua del objeto de su amor. Fue una revelación instantánea, poética y de enorme trascendencia para el mundo occidental, pues ahí, si hemos de creer a la leyenda, se originó el arte plástico. Si nos atenemos al relato que el pensador latino incluye en su Historia Natural –y que diversos pintores, Murillo entre ellos, han plasmado en sus cuadros–, entenderemos de qué modo el arte es un triunfo de la voluntad y el talento humano sobre el caos, la ausencia, el deterioro. “Triunfar de la vejez y del olvido”, decía nuestra Sor Juana .
Triunfos del arte que son admirables y conforman nuestro patrimonio, aunque Pero, entendamos que el triunfo es del arte mucho más que del artista, cuya existencia individual, semejante a la del resto de los seres humanos, sólo adquiere sentido en la medida en que está ligada a esta voluntad común de triunfo propia de la especie humana.
Quiero terminar con algunas reflexiones sobre el significado del éxito, ya que tuve una preocupación desde niña, y remitirme a aquellos seres casi míticos que habían obtenido el éxito en la vida, o aún más, el triunfo que los había hecho destacar en su mundo, ya fuera a través del dinero, el poder, la guerra, el arte o cualquiera de los demás quehaceres. En todas esas expresiones había siempre una palabra mágica: clave. Era como la llave de la felicidad, del bienestar, del logro social, lo que conducía a la pregunta:¿cuál es la clave del éxito?
Pasados los años, con el enorme acervo de experiencias, tristezas y desencantos, tuve mi propio criterio, muchas veces formado a través de dolorosos aprendizajes. Pude saber, así, que quien alcanzó el éxito por la vía del azar jamás podrá explicar cuál es la clave, por más que pregone que lo sabe. Sin embargo, si somos capaces de poner los pies en la tierra, tenemos que reconocer que conocemos solamente una clave real, verdadera, inobjetable, incluso eterna: trabajo y disciplina. El ser humano que no este dispuesto a entregarse con esa doble formula, que no espere el reconocimiento, propio y de los demás.
Y que decir del éxito si lo enfocamos con una óptica budista, que es la filosofía en que creo e intento practicar, donde hay que alejarse de apegos materiales o sociales que nos someten y enajenan, o bien estar siempre por encima de esas invenciones o tentaciones seductoras que como anzuelos enganchan a muchos seres humanos y los llevan al vacío, al tedio, a la insatisfacción, a la infelicidad misma.
Por eso, cierro con un pensamiento sabio y deslumbrante de Buda: (por aquí el del dinero y salud).

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