EL TIROTEO EN TORREÓN

En una sociedad abrumada por la violencia y acostumbrada a ver cotidianamente señales de descomposición, el pasado viernes 10 de enero el espanto nos hizo detenernos un momento, cuando un niño de 11 años asesinó a su maestra, hirió a seis compañeros de escuela y se quitó la vida en un colegio de Torreón, Coahuila, México.

 

Tras una primera y lógica reacción de buscar culpables y proyectar nuestra indignación hacia los videojuegos, las deficiencias del sistema educativo o la ineptitud de la familia, queda clara la responsabilidad colectiva de una población en la que el terror se ha vuelto rutina. Tras el dolor, la rabia y la conmoción naturales ante este hecho, ¿Qué podemos hacer? ¿Qué giro podemos darle al timón para prevenir que este evento, u otro semejante, ocurra de nuevo? ¿Qué podemos hacer para evitar que este hecho caiga en el olvido, porque ante el vertiginoso curso de los acontecimientos, pronto tendremos la atención puesta en otra cosa?

 

La situación tiene muchos ángulos, y todos los llamados a ser adultos más responsables con los menores, son pertinentes. Desde el campo de la psicoterapia y la salud mental, no obstante, solemos encontrarnos con el tabú, el estigma y la resistencia. Muchas personas evitan la terapia para ellas o para sus hijos, pues consideran que “no es algo necesario”, que ellos “no están locos” o que eso es para “personas extravagantes”. Y no dan importancia a señales claras de que algo está mal.

 

Es frecuente que los padres vivan como una exageración, una ridiculez o hasta como un agravio personal las sugerencias de maestros y psicólogos escolares de llevar a sus hijos a psicoterapia porque presentan conductas y estados de ánimo anómalos. O los llevan, pero lo hacen como si el pequeño fuera un electrodoméstico que necesita reparación y no se implican con el proceso.

 

No olvidemos que un niño conflictivo es, muchas veces, sólo la parte más frágil del hilo: el paciente que presenta los síntomas de un mal que permea a toda la familia.

 

También es verdad que existen lugares donde no hay opciones para tener tratamiento psicológico. Esta es una ocasión para pensar en la conveniencia de dar a las instancias de salud mental una mayor presencia a nivel nacional. 

 

Hay investigaciones que prueban  que el abandono , el rechazo y el maltrato extremos en los tres primeros años de vida, dejan una huella cerebral que más adelante puede predisponer a desarrollar conductas violentas y antisociales. Y todos podemos hacer algo para que eso no suceda, tratando a todos los niños como si fueran de nuestra familia.

 

Como adultos, en todo caso, nos corresponde observar, acompañar y hacer caso de toda señal que merezca alerta: no dejar pasar cambios de humor, cambios de hábitos, señales intrigantes, como si se tratara de algo pasajero que se quitará con el tiempo, porque no siempre es así. Nuestra responsabilidad con los niños y adolescentes es más importante y urgente que las presiones de la vida cotidiana.

 

Se ha dicho mucho pero nunca está por demás repetirlo: hay estudios que demuestran los niños valoran más el afecto que las cosas y si algo les gusta por encima de todo, es que sus papás y seres queridos pasen tiempo de calidad con ellos. Un niño que se sabe amado y cuidado, al que se le enseña a respetar límites sanos mientras se validan sus sentimientos, será un niño feliz y psicológicamente sano.

 

Quizá nunca llegaremos a saber exactamente qué sucedió en Torreón, cómo se fraguaron los hechos. Pero esta tragedia puede ayudarnos a despertar de la anestesia y a ver la urgencia de prepararnos conscientemente como padres, tíos, maestros y, por supuesto, como profesionales de la salud mental. Hoy tenemos una dolorosa oportunidad para reflexionar colectivamente: ¿Qué hicimos para llegar hasta aquí y qué podemos hacer para que nunca se repita?

 

@AuroraDelVillar

 

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