No solo vivimos a menudo para complacer a otros. A menudo, nuestros deseos e incluso aquello que sentimos pertenece a otras personas. Es importante saberlo y hacérselo saber a los demás.
Hay un momento de mi última fábula, “El caracol dorado”, en el que el joven protagonista anuncia a sus padres que va a partir de viaje, totalmente a la aventura, tras haber alcanzado la mayoría de edad. Esto es lo que sucede:
«No les quedó otra que aceptar, no sin antes pedirme que les llamara regularmente, informándoles de dónde estuviera en cada momento. Tras dar por terminada la cena, mi padre fue a su habitación con los hombros hundidos y regresó con un fajo de billetes que me negué a aceptar.
⎯No, papá. Guarda ese dinero para la universidad. Quiero valerme por mí mismo en esta aventura
⎯Pero ¡hijo! ⎯intervino mi madre⎯. No puedes ir por el mundo con una mano delante y otra atrás.
⎯Tú no puedes, pero él quizás sí ⎯repuso Abel muy serio⎯. A veces confundimos el amor con querer arropar a nuestros hijos hasta llegar a ahogarlos. Acordaos del dicho: “El jersey es aquella prenda que las madres ponen a sus hijos cuando ellas tienen frío”.»
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