DE MAESTROS

 

Hace unos cuantos días, cuando se celebró el Día del Maestro –una fecha importante de nuestro calendario cívico–, me puse a reflexionar en torno a algunas ideas que podrían considerarse contradictorias.

Por una parte, no puedo de dejar de tener presente esa creencia, ya convencional pero frecuentemente cierta, del maestro que se sacrifica y hace aportaciones invaluables, y a cambio solamente obtiene bajos salarios y vive prácticamente desprotegido en cuanto a prestaciones sociales.

Por otro lado, no puedo dejar de pensar en un sinnúmero de maestros que han abusado de su posición y cobran por hacer poco o nada, amparados por la impunidad que rodea a sus asociaciones laborales. Se trata de los proverbiales comisionados sindicales, que supuestamente tienen a cargo tareas sustanciales para la vida gremial, pero que –seamos sinceros– la mayoría de las veces no son sino tareas inventadas que, por lo mismo, no aportan ningún beneficio. Eso sí, estos comisionados no dejan de cobrar quincena a quincena, y hasta lo hacen en nóminas secretas.

Esta última es la clase de maestros que deberían desaparecer del escenario a la brevedad. Solamente si soltamos ese lastre lograremos construir un país con miras más allá de la coyuntura inmediata. En forma paralela, digo yo, no deberían tolerarse más los excesos de sedicentes maestros que se han convertido en profesionales del chantaje, la anarquía o la destrucción de los bienes públicos que nos cuestan a todos y son sustentados gracias a nuestros impuestos. Turbas que cometen ilícitos, protegidas por grupos políticos que sólo buscan sus intereses particulares. En uno y en otro caso se trata de situaciones irregulares que no deben permitirse.

No creo mentir si afirmo que nuestra aspiración, la de la mayoría de los mexicanos, es que el magisterio sea cada vez más una profesión respetable y respetada, y que en esa medida quienes la ejerzan reciban sueldos y bonificaciones justos por sus méritos, que no son pocos. Es lo menos que debemos ofrecer a quienes realizan su mejor empeño en las aulas ayudando a construir las bases para el futuro de tantos niños y jóvenes, lo que constituye una función invaluable. Se trata de hombres y mujeres con vocación de servicio que forman a las nuevas generaciones de mexicanos que tanto requiere la patria, máxime en esta globalidad que es más exigente en cuanto a los conocimientos de las personas y sus habilidades laborales.

En todo caso, hace falta que se realice a plenitud la reforma educativa y se cumpla con sus elevados propósitos. Y que, a la par, se acabe con la impunidad y se sancione a quien infrinja la ley. Porque eso es lo que hacen –faltar a sus compromisos y violar la ley– quienes abandonan a los niños en las escuelas para asistir a un mitin o un plantón. Y ni hablar de las confrontaciones en horas de trabajo, que derivan muchas veces en actos delincuenciales.

Celebremos, eso sí, cada 15 de mayo –y todos los demás días– a aquellos que cumplen con la noble tarea de enseñar a los niños y jóvenes, pues un país que no atiende a la educación como uno de sus valores prioritarios está negando su presencia en el mundo actual y le apuesta a su disolución en el porvenir.

Al respecto, pensamos no sólo en la necesidad de que las escuelas sean recintos adecuados, con instalaciones funcionales y en condiciones dignas, sino que también cuenten con recursos tecnológicos para la educación. Porque todas las aulas del país deberían disponer de las tecnologías actuales que contribuyan a una mejor preparación académica de los mexicanos. Bien sabemos que esos recursos escasean e, incluso, que hay en nuestro país escuelas primarias y secundarias que carecen de servicios básicos, como el drenaje y la electricidad, y que en ocasiones no tienen siquiera estructuras sólidas y seguras, lo que implica un riesgo para maestros y alumnos.

Así que cada 15 de mayo, Día del Maestro, tenemos que pensar en los mentores con agradecimiento y esperanza, a partir de una visión integral. Una perspectiva que abarque los factores indispensables para que se cumplan plenamente todos y cada uno de los derechos y obligaciones en el marco educativo.

Va, entonces, un abrazo a los miles de maestras y maestros mexicanos que sí son, en verdad, dignos de ese nombre.

 

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