CULTURA DE LA SOLIDARIDAD

En su primera gira internacional, el papa Francisco tocó dos de los puntos más esenciales y estratégicos para la Iglesia católica: Latinoamérica y la juventud. El suyo ha sido, entonces, un recorrido geográfico y temático que alude a problemas y retos de nuestro acontecer.
Hay quien piensa, quizá con razón, que se ocupa de la dimensión continental porque esta región es la que tiene el mayor número de católicos. No es casualidad que Jorge Mario Bergoglio haya decidido que su primer viaje pastoral tuviera por destino un continente que hoy representa un factor de influencia determinante para el Vaticano y el catolicismo, además de que involucra a su futuro inmediato al vincularse a un poder que, por más grande que sea, se ha visto reducido frente al avance de otras religiones e iglesias de diversos signos. La gira de Bergoglio también cobra importancia en función de la merma que año con año sufren las vocaciones sacerdotales.
A la vez, no son pocos ni simples los retos que enfrenta la Iglesia católica en lo que se refiere a la conducta de algunos de sus ministros, acusados lo mismo de pederastia que de corrupción o de una falta de compromiso social con respecto a los pobres y de un evidente distanciamiento hacia los jóvenes.
A esto habría de agregar la actitud excluyente y hasta discriminatoria en relación con la participación de la mujer en la iglesia. Y qué decir de otras cuestiones tan polémicas como el celibato, la homosexualidad o el aborto.
Por otra parte, en el caso de la juventud se abren escenarios desfavorables a causa del desapego creciente de quienes profesan la fe católica por el anacronismo de su ministerio y en vista del anquilosamiento de las estructuras eclesiales.
Pese a todos estos factores en contra, en la visita del papa Francisco a Brasil hubo una respuesta positiva de los jóvenes –ese vital segmento de la población–, que él aprovechó sobre todo para condenar el consumo de drogas, el egoísmo, la injusticia y el individualismo a ultranza. El pontífice resaltó la importancia de una cultura de la solidaridad y de puertas abiertas que lleve aparejada una mayor justicia social, e hizo un llamado a que se dé una mayor atención a los marginados y a resolver el hambre, incluida el “hambre de la felicidad que sólo Dios puede saciar”.
En la famosa playa Copacabana, ante cerca de un millón de personas, Bergoglio hizo un llamado a no dejarse seducir por la ilusión de felicidad que causan el dinero y el poder. Poco antes, frente a jóvenes provenientes de la vecina Argentina, su país natal, dijo: “Quiero que salgan a las calles para armar lío, quiero lío en las diócesis que también salgan. Quiero que la Iglesia salga también a las calles, quiero que nos defendamos de todo lo que es mundano, comodidad, instalación, clericalismo y de estar cerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir...”.
Al respecto, podría decirse que si bien el papa Francisco apoyó una pastoral que podría considerarse de avanzada, aún falta por ver si hay congruencia entre el discurso y la práctica de la iglesia en su conjunto.

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