CON SABOR A POSADA

Es cierto que hace falta reconocer con toda amplitud al excelso artista mexicano José Guadalupe Posada, quien enarbola nuestro arte popular a partir del siglo XIX.

Queda a la vista que ahora, con motivo del centenario de su deceso, tampoco se le celebrará en grande, como lo ameritan su obra y sus deslumbrantes aportaciones a nuestra cultura. Por ejemplo, hasta el momento no se le ha homenajeado con una magna exposición, pues en el cambio sexenal las autoridades salientes no establecieron una adecuada coordinación con las entrantes.

Considero que su tan fecunda como apasionante existencia abarca vastas y atractivas referencias, como es el caso de su vinculación con la cocina mexicana. Para empezar, hay un hecho biográfico que lo acerca a esos saberes y sabores culinarios desde la niñez, pues su padre ejercía el oficio de panadero.

Luego, cuando en su juventud prestó sus servicios en el campo comercial y publicitario, le solicitaban todo tipo de anuncios, entre los que se contaban aquellos relacionados con fondas y restaurantes, muchos de ellos a base de ilustraciones sobre nuestra comida y sus platillos representativos.

De hecho, tan sólo en esa variante se abre un enfoque diferente respecto a los trabajos de Posada más divulgados hasta ahora, como ocurre con sus tradicionales dibujos y grabados de calaveras.

Por eso, con el propósito de difundir la obra de ese genial aguascalentense, hace un par de años mi compañero Alejandro y yo iniciamos una detallada investigación sobre el tema con la idea de publicar un libro (ya registrado debidamente en el Instituto Nacional del Derecho de Autor), justo en este 2013, a fin de sumarnos a ese gran homenaje, todavía pendiente. Este proyecto, que hemos presentado ya a un par de instituciones culturales, suma historia, arte y gastronomía.

Aún era muy joven, casi adolescente, cuando se trasladó de su natal Aguascalientes a la ciudad de León, Guanajuato, donde combinó su trabajo como maestro de preparatoria con la litografía comercial. Finalmente vino a dar a la ciudad de México, donde hizo grabados para muy diversos periódicos y trabajó en el legendario taller de Antonio Venegas Arroyo, sitio en el que pudo dar rienda suelta a su creatividad e imaginación, así como a su agudo sentido del humor y a su visión crítica de la sociedad porfirista de la última década decimonónica.

Fue testigo de grandes acontecimientos históricos, como el declive de la dictadura y la gestación de la Revolución mexicana, a los que dedicó muchas de sus caricaturas, en las que retrató la desigualdad y la injusticia social. Se calcula que su producción abarca más de veinte mil grabados de todo tipo. No obstante su desbordante talento, la mayor parte de su existencia la pasó en la pobreza, al grado que cuando falleció sus restos se depositaron en la fosa común, dado que ningún familiar los reclamó.

Posada fue, sin duda, un precursor del movimiento nacionalista en las artes plásticas. Pero no sólo eso, pues bien podemos afirmar que la obra del genial artista mexicano está llena también de sabores de la mesa mexicana. Un Posada que da para eso y mucho, mucho más.

 
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